La lunática y sus grupos sanguíneos

La mia vita scorre come un fiume
dopo aver guidato fra le curve siamo arrivati al lago
abbiamo buttato le nostre preocupazione, galeggiano e nuotano con le trote
ancora non è stato suficente

Ora ti travesti di persona triste, di persona ingrata, di persone con il cuore legato alle caviglie, preso a calci dalla vita e dai miei piedi. Ora ti vedi guardando il mondo dalla finestra, come le signore nelle case del dicianovesimo secolo. Guardando il pezzo piccolo di mondo che ti è stato dato.

È un mondo troppo piccolo, è facile sentirsi sicura e disperata allo stesso tempo. è facile che vengano i tuoi ricordi a visitarti, i tuoi fantasmi, la tua camicia a quadretti. è inutile che tu cerchi di spazzarli come la polvere degli angoli. È inutile ricostruire un mondo che non esiste piú.

Stiamo parlando del materiale del tetto quando ancora non ho comprato la terra per costruire la mia casa. Potrei eliminare qualche porta, qualche finestra. Non posso eliminare i muri portanti. Non posso sentirmi sbagliata se piango a dirroto per aver perso qualcosa. La verità, non ho perso molto, ma ho guadagnato.

Ho guadagnato le parole che non so più congiugare, alle quali non posso mettere fine perchè si muovono costantemente tra la massa cerebrale. Le parole non servono niente, solo gli atti, ma queste parole mi tengono vestita.

Non voglio fare più la scrittrice, non ricordo più come si scrive. Voglio smettere di addobbare il mio albero di natale finto, di abbellire qualcosa che non si è ancora creato. Vorrei tornare allo esenziale. Pensare e scrivere mi sta facendo male.

La cabra y la encina ahora debería llamarse la loca y el pino, la triste y el mar, la lunática y sus grupos sanguíneos.

Historia de unas mudanzas

Perder los calcetines no es el único problema de una mudanza.

La realidad es siempre más tosca, urgente, visceral y sucia.

Puedes acabar rompiendo los cristales de un mueble o las relaciones, porque pone a prueba la calidad del mobiliario y las relaciones. O puede ser que de todo esto se salga diferente, y uno salga zen, fortalecido, y con los bíceps de un culturista.

El tiempo de las mudanzas se estira como un chicle, pasan cinco semanas y te parece que ni siquiera has llegado a la mitad de lo que tenías que hacer, te planteas el cambio de casa por cámper, piensas en todo lo minimalista que decías que eras, pero no eres capaz de tirar cosas viejas solo porque conservan el olor del pasado.

Y sin embargo, para todo hay un punto final, también para las mudanzas.

Igual que ahora te das cuenta de que es junio, y justo el junio de hace un año entraste en un vórtice del que pensabas no ibas a salir nunca, y ahora te ves en el espejo con todo lo que habías perdido, sin querer volver a ese lugar. Si ese lugar existiera, sería una estación de metro abandonada llena de yonquis a las cinco de la mañana.

Pero en realidad estamos hablando de la mudanza. No de las que haces dentro, saludando con la mano a la Torquemada de hace uno, dos, cinco, o diez años. Llevándolas dentro pero no siendo ellas nunca más.

Hablamos de las mudanzas de cambiar tus bártulos, las vistas de tu balcón, tu balcón. El supermercado y los vecinos del ascensor. Es querer matar a toda tu familia política, especialmente a tu pareja. Es verte poniendo otra dirección a tu documento de residencia. Escribiendo, al lado, con lápìz, «casa» y que no sea algo extraño.

Mirar en los cajones, ver tus nuevos cubiertos. Usmear y pensar en situaciones futuras: Aquí estaré las tardes de lluvia con un libro, aquí pondré todos mis libros y cuadernos.

La mudanza llega cuando tenía que llegar. Para mí y para Stefano.

Para él, como una de las medallas que se pone entrando en su mediana edad, hombre adulto, hombre afirmado, hombre con cosas.

Para mí, como mi casa en mi casa. Como un lugar para no sentirme extraña. Como quien cambia el pelo en las estaciones, la cara através de los años, quien eras y quien vas a ser.

La madonna de las montañas

La madonna de las montañas

Los domingos de curación son como las fiestas de guardar.

Te acercas al templo sediento, en ayunas, deseoso, y vuelves con el corazón tranquilo y las manos llenas de hierbas comestibles.

Mi templo tiene las paredes verdes de pinos y robles, las vidrieras son del gótico tardío de las nubes. Su iluminación cambia la transparencia, la salinidad y la agitación del lago, que es el púlpito. Como buena feligresa, convencida de esta religión que te limpia el cuerpo, llego a la misa  con flores silvestres enredadas en el pelo, hojas de helecho pegadas en los codos, ramichuelas como los ramos de los pobres. Una bigota que se acerca con la cabeza gacha, la china dentro del zapato, las rodillas manchadas de tierra. Siempre tengo los tobillos llenos de picaduras de ortigas y mosquitos.

Los fieles no llegamos impolutos, vamos al lago a lavar nuestras preocupaciones, a sentirnos mejor por nuestros fingidos olvidos. Olvidamos la rabia que nos construimos a nosotros mismos dejándonos proyectar nuestra vida de las circunstancias de los otros, en lugar de proyectarnos en una casa de madera y atrevernos a ser felices como los ermitaños que somos por dentro. Pedimos perdón por tratar de tener los deseos incongruentes de los demás, como si eso nos fuera a dar una felicidad que no consiguimos arrancarnos de la piel. Todos los devotos de la virgen del monte sabemos que nuestra casa, nuestra vida y nuestros sueños están hechos del mismo material que las cortezas de los árboles.

El amor de mi vida sabe que vengo con fe devota, con las palmas abiertas por las heridas de una mañana de guerra leñadora. Por eso me deja tranquila, se sienta en otro peñasco lo suficientemente lejos para que yo pueda escuchar lo que me dice el lago, o que el lago escuche lo que yo le digo (como si un lago pudiera estar al tanto de las visicitudes de los humanos, tenemos la mala costumbre de creer que los dioses escuchan las plegarias de engranajes tan inútiles como nosotros).

Empieza el concierto sólo cuando cierro los ojos. La misa es el silencio interrumpido por el repiqueteo de las ondas contra las piedras de la orilla. Cuando exhalo noto el aire abandonar mi cuerpo a través de los dedos, como si fuera un pianista acompañando la melodía de los cantos rodados.  El amor de mi vida escucha la misa en otro lado, porque él tiene los ojos de agua salada y le reza a otro paisaje diferente (un paisaje de olas y pulpos entre las rocas) pero entiende que yo soy la tierra seca y la madera fría del invierno, y me trae siempre aquí porque si no me moriría entre toda esa humedad. Después del sermón me siento liberada. Me hago una señal de la cruz sin cruces pero con pinos y sé que mi vida se vuelve a unir a los pulmones de la tierra.

La gente sigue tallando esas formas de hombres en las iglesias, cuando la catedral verdadera se encuentra en estos bosques. La línea directa con las montañas es la religión que me ha conquistado después de todos los años de peregrinación agnóstica. Muchos se llevarían las manos a la cabeza, profana, mendiga, mundana, atea, pagana. Besarían su cruz de plata y seguirían viviendo su vida entre los edificios de quince plantas y la línea matropolitana. Lo cierto es que tampoco me importa.

 

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Qué hice el último mes.

Qué hice el último mes.

Internet es un arma y una herramienta espectacular. Es algo que va más allá de lo que nosotros podemos abarcar. Hoy en día no podemos viajar, cocinar, hacer deporte, aprender algo, divertirnos, hacer amigos, leer o comprar sin internet. Entre otras muchas cosas.

Esto no es una parrafada resumiendo los últimos documentales que he visto. Aunque sí tengo que decir que los libros y los documentales tienen un efecto espasmótico sobre mí. Después de leer La enzima prodigiosa y de ver Cowspiracy me volví vegana, hace un año. Después de ver Lo and Behold y Live in Public tomo esta decisión. O soy muy impresionable o verdaderamente necesitamos no dejar nunca de aprender y abrir los ojos hacia algunas cosas. Lógicamente la experiencia de vida y las circunstancias marcan el inicio de ciertas reflexiones que encuentran el sustento en los libros y documentales que utilizas para profundizar en el argumento. Como decir que El estudio de China es mi libro de cabecera en el que reencuentro algunos de mis motivos y la fuerza para continuar a decir que no al 30 % de los alimentos.

No hay nada que no empiece con las sensaciones vividas en tu propia carne.

Y por eso de aquí en adelante no tendré ni twitter, ni facebook, ni instagram.

No quiero que ningún conocido del colegio o de la universidad me busque una tarde de domingo para ver cómo se ha desenvuelto la vida de mis últimos cinco años a través de mis fotos de perfil. No quiero que ni él ni otros puedan comparar mi vida con la suya para ver quién ha llegado más alto, quién es más feliz, quién se mantuvo en forma y con menos arrugas.

No quiero conocer a una persona en bicicleta y que me llegue una petición de amistad después de haberle dicho sólo mi nombre (sobretodo, porque con el casco y las gafas uno es irreconocible). Y que necesite mi instagram para saber cómo es mi cara sin elementos ciclisticos o para saber si tengo pareja.

No quiero desear las vidas (las porciones irreales de vidas) que mostramos en estas redes sociales. Donde tan pronto desearé vivir en Australia y comer fruta de la pasión con veinte kilos menos de los míos, como ir a Noruega en pleno invierno a beber chocolate caliente después de esquiar. No quiero desear trozos de vida que no existen en lugar de vivir la mía, que es real.

No quiero ser yo la que se compare. La que diga que soy demasiado joven o demasiado vieja para __. La que se pregunta si las circunstancias hubieran cambiado mi presente hacia uno mejor o peor. No quiero pensar que mis costumbres, mis aficiones, mis horarios y mis principios son justos o erróneos.

No quiero que una pantalla se adapte a mí. No quiero adaptar mi vida a una pantalla, unas canciones, unas frases, unas fotos de perfil. No quiero verme en las situaciones bellas y cotidianas de mi vida pensando en enseñarselo a un agujero negro sin identidad en lugar de vivirlo.

Cuando cumplí dieciséis años, me ví toda la serie de Al salir de clase. Yo soy una millenial, como se dice ahora, y no una chica de los ochenta. Lo cierto es que la comunicación, la relación humana, las sensaciones encontradas en tantas circunstancias me parecían mucho más reales en mi primera infancia que en mi juventud, cuando el facebook o el twitter o el fotolog, el blogspot o el youtube marcaban la interferencia entre la realidad y el personaje. Siempre pensé que me hubiera gustado vivir en aquella época de Al salir de clase, cuando los jóvenes se llamaban por telefono y enredaban el cable entre los dedos. Cuando se quedaba, y se hacían cosas. Y tu tenías la sensación de estar en el momento presente, sin interferencias. Algunos dirán que la tecnología es progreso, pero es un arma de doble filo, aunque sea banal decirlo.

Yo pienso que el progreso, o mejor dicho, el futuro, sólo es posible a través de la involución. Tenemos que recular como especie para evitar cargarnos todo lo bueno que nos queda en los próximos cincuenta años.

Tenemos que volver a alimentarnos con semillas, cereales, hortalizas y frutas, en lugar de alimentar a los animales con los cereales que salvarían al planeta de la hambruna.

Tenemos que volver a hacer pan, a cocinar comida real, a tratar nuestro cuerpo como un templo, para evitar las enfermedades que se derivan de los químicos y de la ausencia de nutrientes del 90 % de lo que hay en un supermercado.

Tenemos que inverir más en alimentos reales y menos en medicinas.

Tenemos que dejar de destruir ecosistemas y fauna.

Tenemos que volver a la autoproducción, a sentir el valor de las cosas a través del esfuerzo. Creo que algo que no requiere esfuerzo no te da la felicidad. Comer cuando tenemos hambre, dormir cuando estamos cansados, amar cuando hemos echado de menos y ducharnos cuando hemos sudado. Son los momentos en los que el ser humano se siente más animal, más humano, y más libre.

Tenemos, sobretodo, que vivir la vida que tenemos, y no las proyecciones de vida de los otros. La televisión basura, el mundo conectado que nos hace cada vez más solos. Dejar de etiquetar las cosas, no meternos más en casillas para sentirnos aceptados por parte de algo que nos pide todo y no nos da nada a cambio. Reducir horas de televisión, reducir pertenencias, reducir amigos, reducir deseos, reducir horas y horas de información delante de nuestros ojos. Reducir la sobreinformación.

Internet es la sobreinformación, la que hace que tú mismo ya no puedas elegir qué quieres buscar, leer, ver. La que te presenta todos los deseos que nunca podrás tener, el portal de la insatisfacción, la que te aleja de tu presente. Tenemos tantos amigos, tantas opciones, tantos sitios a los que ir, tantas cosas que hacer, y tanto que trabajar para conseguir esos estúpidos sueños prefabricados que nos hemos abrumado, y nos hemos quedado sin amigos, y sin querer estar con uno mismo. Sin opciones, porque ninguna es lo suficientemente buena comparada con otras que hemos visto o escuchado. Sin sitios a los que ir porque no estamos en el sitio en el que realmente estamos, no lo vemos, no lo agradecemos, no lo vivimos. Sin cosas que hacer porque a la larga lista de obligaciones se interpone la interferencia de la bandeja de facebook o el Candy Crush. Y sin sueños porque lo que soñamos es ficticio e irreal. Y tu sueño primigenio se te antoja pobre y simplista.

Para mi el progreso es decrecer, reducir, disminuir. Volver.

Es estar en el momento de ahora, con las nuevas horas de vida que se te ponen delante cuando eliminas las redes sociales (y te das cuenta de la cantidad de tiempo que pasabas en su compañía improductiva). Es vivir la vida que tienes, hasta verla sin los ojos de las expectativas. Sentirla tal y como es, y aceptarla. Aceptarte a tí mismo, aceptar tus elecciones, amar tus elecciones, y darles el valor real que tienen. Odio las frases rollo «Todo llega a quien sabe esperar» como si tu no tuvieras el control sobre tu felicidad. No es que nada va a llegar, es que ya ha llegado. Se trata de amar la vida que tienes. Y para eso creo que es necesario no dejarse influir, condicionar, comparar ni frustrar con las pequeñas piezas de la vida de los otros. Sobretodo si se nos muestran en bandejas de plata y tags.

He pasado un mes sin instagram, varios sin facebook, y me he dado cuenta de que he ganado en tiempo, en presencia, en felicidad, y he concluido y he hecho cosas que realmente quería hacer. Tengo sueños, deseos, proyectos. Pero todos ellos corresponden a mi vida real, conviven con las circunstancias que me rodean y son parte del camino que me compone. Un camino que, si me dejara influenciar por las redes sociales sería simple, retrógrado, doblegado, desaprovechado,  resignado, tradicionalista, y prematuro. Y que para mí lo fue hasta que apagué la conexión entre lo que esperaba de mi vida fantaseando con toda aquella sobreinformación y lo que me hacían entender que era el sueño real. Que para mí comenzó a ser el camino justo, ideal, y con sentido cuando me limité a vivirlo en el presente y a verlo con los ojos reales.

Me voy a la vida real, a la que tengo, a la que amo, a vivirla. A exprimirla con la fuerza que no me roba la publicidad y los cánones de vida perfecta. A pensar en mis prioridades como válidas y diversas del resto de los mortales, sin que esto sea un problema. Me voy a concentrar en mis principios, a decrecer, a reducir, a agradecer, y a cuidarme. Internet me estará esperando sólo para escribir o buscar recetas nuevas. Es estupendo saber que se acabó lo de cotillear y juzgar a gente, y que ya nadie podrá cotillear y juzgarte a ti, ni siquiera tú mismo.

 

Recomiendo enormemente:

  • Documentales : Cowspiracy, Meat the truth, Food Inc, (nutrición) Lo and Behold, We live in Public (internet) .
  • Libros: El estudio de China – Dr T.Colin Campbell, La enzima prodigiosa – Hiromi Shinya, Simplify – Joshua Becker.
  • Próximas lecturas: La vida líquida- Zygmunt Bauman, Los no lugares – Marc Augé.

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Me acabo de quedar sin trabajo

y estoy de vacaciones.

Considero el día que te quedas sin trabajo no aquel en el que echas la persiana por última vez, más bien ese en el que te dan el dinero, lo comido por lo servido, te desean suerte, las santas pascuas y adios.
Ese momento en el que el “aqui hemos sido todos amigos” se rompe, porque la negociación entre las dos partes ha llegado a su pico máximo, uno trabaja demasiado por poco, los otros ese poco no lo tienen para dártelo. Entras en la tienda aún colocando el escaparate mentalmente y sales de manera anónima. El señor que te cruzas un segundo más tarde no lo sabe, pero te acabas de quedar sin trabajo.

Te acabas de quedar sin trabajo, y más que estos nubarrones sobre tu cabeza te sientes más ligera que la tramontana. Te acabas de quitar la baldosa que te mantenía quieta de manera obligada en un sitio durante ocho horas de un día que no vuelve y los grilletes a los tobillos que arrastras pesados cuando no te encuentras bien e igualmente tienes que dar el pego y buena cara ante el cliente.
Si mi padre lee esto me mata, en el mundo no hay nada peor que quedarse sin trabajo.

El trabajo, como todo bajo la crisis, se reduce.
Y tu eres la seleccionada e invitada a quedarte en casa, con tu poca experiencia bajo el brazo, pero sin esa cara de pasmarote.
Desde luego no me siento desafortunada por no tener trabajo. Por no tener ese, uno de los millones trabajos de mierda, una de las muchas veces que he tragado meses de crisis por pasar por el aro. Algunos trabajos tienen un precio más alto que tu sueldo.

Con mi dinero en el bolsillo, me creo un plan de vida frugal y ahorro absoluto para que nunca se acaben los papeles que nos tienen sentados en la silla, produciendo produciendo produciendo.
Y me recuerdo mi plan del 2017 o de aquí en adelante para no volverme a ver sentada en ella con agarrada con las cuerdas que estaban deteriorando el 90 % restante de mi vida.
Porque creo que el trabajo, como todo, no es una cuestión de qué haces, si no más bien durante cuánto tiempo lo haces, en qué horas, y sobretodo, si el resultado es equilibrado al valor que das a tu tiempo.

Si pienso que un día que se va no vuelve, mi tiempo es oro y nadie podría ni siquiera pensar en darme una cifra para pagarlo. 20 euros para mí antes no eran na de na, ahora son 4 horas muertas de frío en mi último trabajo de mierda. En 4 horas tengo tantas cosas que hacer con mi vida que prefiero no comprarme ese jersey en h&m por 19,99.

¿Entiendes por donde van los tiros?
Por ahi van los tiros. Por el callarse toda esta reflexión y poner en marcha la maquinaria que llevo horas horas de trabajo mal pagado dando vueltas en el taburete. Por empezar a hacer algo destrangis, por lo bajinis, para que la vida real, moderna, tal y como la conocemos hoy y “como debe ser” no se dé cuenta. Para potenciar una economía tan sumergida que empieza y acaba en mis manos. Y para que el tiempo tenga el valor infinito y cueste el dinero que yo quiera no gastarme. ¿Estaré delirando?

Por ahi van los tiros mientras me zumban los oidos en cada comida con los suegros y cada llamada telefonica. Cada vez que me encuentre con conocidos y me pregunten qué es lo que estoy haciendo con mi vida y quiera responder “con mi vida muchas cosas, pero no me pagan por ello” y tenga que decir que “aún no trabajo”. Cada vez que una de aquellas personas me siga proponiendo otro trabajo de mierda “para mantenerme ocupada” como si la pobre Irene se pasara las mañanitas mano sobre mano a esperar que llegara su maridito del trabajo, como si tuviera la cabeza vacía y no llena de la vida que quiero.

Esta es la vida que yo quiero, aquí me ha conducido y aquí me quedo. Construyo mi casa entre palmeras y potajes, constituyendo la virtud de hacer con mi tiempo lo que me da la santa y real gana. Porque para mantenerme ocupada tengo un millón de pruebas que voy a hacer en estos días de agradecimiento. En estos días en los que me siento de vacaciones y en verdad es la vida, que me ha regalado las horas de cada dia para vivirlas.

Creo que de momento tengo el mejor sueldo del mundo. O al menos yo así lo entiendo.

 

Esta es la primera entrada de mis reflexiones del 2017, que entrarán todas en un cajoncito que llamaré 365 días de agradecimiento. El 2016 fue el año de la decisión consciente, la elección más grande y difícil que hice en mi vida y que merece la pena cada segundo de la misma.  Ahora la consciencia de los días la quiero vivir tambien con agradecimiento, para ser capaz de ver que todo lo que necesitamos ya está aquí porque estamos vivos.

Superpoderes genéticos

En estos dos años de peregrinación con raíces me he vuelto una maniática de los horarios sin llevar un reloj en la muñeca. He desarrollado el superpoder de no necesitar despertador y saber siempre cuando son las diez de la noche. Es un superpoder derivado del gen de mi santo padre, al que he visto años y años despertándose siempre a la misma hora y estar totalmente despierto un segundo más tarde, como una muñeca con los párpados movibles.

No necesito despertador porque mi superpoder consiste, en primer lugar,  en despertarme sola. A las 7 si es día laborable, a las 7:30 domingos y festivos. El Irene coño duerme un poco más el día que no tienes que trabajar no funciona conmigo, aunque algunos sábados intento retrasar la hora de irme a la cama, haciendo la «moderna y jovial» mientras se me caen los párpados pasadas las once. Y oye, no hay manera.

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6:53 en el culo del mundo es mi despertar rutinario.

Lo mejor (lo peor) de todo es que en verano amanece antes, con lo cual mi superpoder escala una hora más y me veo día sí día tambien comiendo el techo a las seis de la mañana. Es un superpoder un poco tocapelotas.

La segunda parte del superpoder consiste en la bajada de las persianas cuando dan las diez de la noche. Es como una narcolepsia controlada. Cada día llega ese momento en el que mi cerebro manda señal de retirada, y piensa «Pues me estoy muriendo de sueño» los dispositivos se apagan y toda conversación, actividad, o película a medias deja de tener el interés que un minuto antes podía mostrar. El ordenador de mi cabeza empieza a ir a stand by y tengo esos 15 minutos de tiempo para recorrer el largo camino hasta mi cama. En ese momento sé que han llegado las diez de la noche. Igual tengo un planazo animado, estoy en una pizzería, paseando cerca de la playa. Cinco minutos antes podría estar montándome una rave en un chiringuito o limpiando la cocina y poniendo lavavajillas. Un segundo más tarde soy cenicienta perdiendo las conexiones en vez de los zapatos. Ni siquiera consiento que me hablen, o que hablen, pero soy incapaz de escuchar más. Soy un caso perdido.

Lo cierto es, que este superpoder que he luchado por evitar tanto tiempo, entre jueves universitarios, largas tardes de estudio en la biblioteca, erasmus, campamentos y otros eventos nocturnos, ahora lo he rescatado y aceptado con la mayor dignidad posible. La dignidad de una de 25 años con horarios de abuelo cebolleta. Pero tambien la dignidad de ver todas sus cosas buenas.

No me cuesta nada madrugar, cada día doy la bienvenida al sol, me doy mis 10 minutos de paz, café y comienzo de mañana. Soy capaz de desayunar, ir en bici o a correr, ducharme, ordenar la casa y poner una lavadora antes de las 9 y media de la mañana. Además, noto mi energía a tope de power las 10 primeras horas del día y disfruto del tirón de los rayos solares, que en invierno los exprimo cada minuto que existen. Igualmente, mi biorritmo entra en modo relax cuando veo ponerse el sol, soy como un circulito que está llegando a su vuelta de rosca, se va el sol y me recojo, y son horas en los que mi corazón se tranquiliza y mi mente empieza a desconectar cables. 5 o 6 horas de pollito dentro del cascarón, que acaban con dormir mejor que nunca y no necesitar el despertador.

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Cuatro de la tarde, despedimos el sol de invierno.

Seré yo que tendre un superpoder o será verdad que el cuerpo tiene sus biorritmos y van al compás de la luz y la oscuridad. Cuando encuentras ese equilibrio te importa poco ser la abuela cebolleta, y cada día tienen las horas de mañana, tarde, y noche en las que has vivido. A mí me hacen ser más conscientes del paso de los días porque me conecta mucho con los elementos externos, climáticos y naturales. No sé si hay personas alondra y búho y todo esto es genética de mi santo padre. Pero aceptar lo que te dice el cuerpo es tambien parte de un proceso de respecto y agradecimiento por la vida. O al menos, así me lo parece.

300 gramos de garbanzos

300 gramos de garbanzos

Con 300 gramos de garbanzos (a ojo, no los pesé), un par de setas y un trozo de calabaza he hecho hummus, crema de garbanzos con calabaza y el condimento favorito del leñador que lleva dentro S.: setas y calabaza para un arroz otoñal.

He metamorfoseado las provisiones de una señora de posguerra en comidas que me vuelven loca. Aquí decimos que es otoño pero hoy fui a trabajar a 20 grados y quién sabe nada del calentamiento global. Mi yo interno piensa que como hay menos luz hay más comidas calientes y me estoy poniendo las botas a potajes de legumbres porque si no el veganismo hace que me duela la cabeza.

Ayer compensé un domingo de mierda con un lunes fantástico y un excelente inicio de semana.

El domingo de mierda fue de mierda para mí y de vómitos para S. (lo mejor de nuestra relación es que ambos profesamos amor infinito por lo escatológico y una tolerancia completa y pacífica a las ventosidades veganas de una y de colon irritable del otro). Cambiemos de tema.

El lunes fue un día fantástico porque tuve a S. como una mariposilla revoloteando en mi cotidianidad. Si normalmente se pira a las 7 y reaparece cuando vuelvo del curro a las 21 es normal que esta mierda de horarios laborales al contrario pese mucho muchas veces. Ayer estuvo conmigo en el ático y yo recé porque encontrara la empresa o idea millionaria de su vida con un trabajo que pudiera hacer desde casa, para compartir los silencios cuando estamos bajo el mismo techo haciendo cosas distintas. (En serio, lo único que hay mejor que estar ambos en casa compartiendo una actividad es estar ambos en casa cada uno en su mundo, es como si compartiera la atmósfera del runrún de su cabeza al mismo tiempo que disfruto de las cosas de la mía. Una soledad compartida durante horas.)

Ayer yo tuve que trabajar y él no. Pero me sentí como en un día de fiesta porque estando él en casa no me molesté a mirar el reloj. (Nota mental para siempre)

Esta mañana vi un caracol que cruzaba el paseo marítimo mientras yo corría unos kilómetros (¿los otros viandantes lo vieron pasar?) un gato callejero que se dejaba acariciar por un viejete y un pajarito que vino dos veces a buscar migas a mi terraza.

300 gramos de garbanzos, dos cerebros trabajando en sus cosas bajo el mismo techo y animalillos por la mañana son tres de las cosas que me han hecho extremadamente feliz esta semana. Conectar con el mundo es como conectar con las personas después de mucho tiempo, siempre están ahi, aunque a veces no nos demos cuenta, y de vez en cuando, enchufe e interruptor hacen una chispa.

Seguimos en ello, es todo parte de un puzzle.

Ama de/tu casa

Ama de/tu casa

Estoy viendo atardecer sentada en mi terraza. Estoy viendo atardecer porque a las 16.37 aquí está anocheciendo. Ayer lo vi en la playa y hoy en mi ventana al mundo favorita. En ambos casos me despido del día con agradecimiento (aunque de actividad aún me queden otras 6 horitas).

Hoy me he dedicado a no pensar mucho en lo que estaba haciendo y he acabado haciendo de ama de casa. La mañana ha sido ajetreada y no he podido pararme mucho así que después de comer me ha tocado poner en orden la leonera de mi ático. He limpiado la cocina, hecho la cama, recogido el baño, la ropa. He puesto una lavadora, he hecho el bizcocho que desayuna S. y he ido a comprar. He tendido la ropa y me he sentado a ver llegar la noche.

A veces pienso que ser ama de casa es uno de los mejores trabajos del mundo.

Echenseme encima, feministas. Yo disfruto cuando me da la vena señora de mi casa, y considero 1) que es un trabajo como cualquier otro, porque inviertes tiempo, esfuerzo, y fuerzas y 2) que es un trabajo que te recompensa con creces (no como la mayoría de trabajos de mierda que están disponibles actualmente).

Me gusta ser ama de casa porque amo mi casa. Es un lugar en el que me encanta pasar las horas. Me concentro antes las tareas más prácticas, rutinarias y simples y las hago (a veces de manera mecánica, a veces de manera consciente) con calma. Mientras estoy en el proceso normalmente estoy tranquila, de buen humor, y me da para pensar y tener algunas de las mejores ideas que se me ocurren. Me gusta ser ama de casa porque nunca es tiempo perdido el que dedico a que mi casa me de la paz y la tranquilidad que disfruto cuando vuelvo a ella, y tenerla limpia y ordenada (quién me lo iba a decir) me gusta mucho.

Como trabajo no está nada mal. Porque yo soy bastante antisocial, así que me gusta un trabajo en el que 1) no tengo que hablar con nadie, 2) no tengo que explicarme sobre lo que hago cada momento 3) me organizo como quiero y cuando quiero 4) no voy con el ansia de acabar nada 5) soy mi propia jefa y 6) el tiempo que le dedico es variable en función de mi estado de ánimo, fuerzas, y ganas.

Todas estas razones son las características que tendrá que tener mi siguiente trabajo. Así que es posible que me toque pasar tantas horas en silencio que escucharme se me haga hasta aburrido. Pero es increible que uno «no sepa qué es lo que quiere hacer con su vida» y en verdad lo sepa mucho más de lo que cree.

Desde luego que yo me considero (después de persona, vegana, deportista, lectora compulsiva, escritora de chuminadas, madre de tortugas) ama de casa. Es sólo una de las otras cosas que me componen. Y no me da verguenza serlo, en el siglo XXI, y con 24 años. Porque últimamente no me da vergüenza lo que hago. Lo que me compone, o lo que he decidido. Y desde que no me da vergüenza, me gusta aún más.

Los días de la semana

Los días de la semana

Odio la diferencia entre el domingo y el lunes. La odio tanto que el domingo por la tarde me angustio ante la perspectiva del lunes y las horas que voy a pasar corriendo y haciendo cosas que tengoquehacer porque lotengoquehacer. Esto me da bastante malestar (y en qué pensar). No querría que fuera así. No quiero que el domingo sea el día espectacular de la semana y entre semana encuentre momentos espectaculares mientras me dedico a hacer cosas. Sé que quiero una utopía pero estoy intentando llevar mi vida hacia ese domingo que dure toda la semana.

Hace unos meses no habría dicho esto ni de coña.

Hace unos meses me encantaba la posibilidad de estar ocupada, tener tantas cosas que hacer, tantos planes y proyectos. Ahora la acumulación de cosas me da un dolor de cabeza que ya me ha dejado K.O. un lunes a las 16:17 de la tarde. Y es que creo que el problema es que estoy confundiendo conceptos.

Yo no soy una persona calma, serena,que hace pocas cosas y con mucha pachorra. Yo nací con un petardo en el culo, y el correr de aquí para allá, enlazando unas acciones con otras y momentos con planes me parecía lo mejor y lo más acorde con mi forma de ver el mundo: «aprovechaba los días». Sin embargo, después del verano odioso, estresante, que he tenido, en el que he visto mis horas de tiempo libre o de vida reducidísimas, he reflexionado mucho sobre la disposición de nuestro tiempo, y de cómo el mero hecho de tenerlo reducido a la minima expresión produce unos colapsos mentales que repercuten a nivel psicológico, emocional, y físico. No quiero que sea así el resto de mi vida.

Aunque ahora la cantidad de trabajo se ha reducido tremendamente, cuando algunos días hay un par de cosas extra que se deben inserir a la jornada, siento que me sale humo por las orejas, y el pensar «y que me de tiempo a esto» o mientras hago una cosa pensar a la sucesiva, me produce un agotamiento mental y un malestar físico que hace que últimamente esté sintiendo como una vocecita de alarma.

Por eso creo que la confusión de conceptos es ésta: ser dinámico no es estar ocupado. Ser activo no es lo mismo que estar estresado. Y sobretodo, lo que en el mundo de hoy en día se considera super cool que es tener la agenda llena de cosas que hacer es en verdad una pesadilla que te consume para hacer cosas y más cosas en lugar de vivir.

El domingo, mi día libre del trabajo, es el día más feliz del mundo. No tengo obligaciones, horarios, quehaceres, y tengo horas, luz, sol, y una pareja para disfrutar de una jornada en la que no tengo ni idea de qué sucederá. La incertidumbre en esos días es algo fascinante.

Aspiro a crearme una vida en la que todos los días sean domingo.

Ya estoy oyendo la voz de mi madre que me dice «Si todos los días son así, acabarás aburriendote y dejará de ser el día especial porque todos los días serán iguales». Respecto a lo primero, mi cabeza es un hervidero de ideas, de cosas que aprender, reflexiones que convertir en proyectos y tiempo que llenar de vida. Respecto a lo segundo, creo que el verdadero desafío de la vida consiste en hacer de cada día un día especial. Y a la gente no le gusta tener que enfrentarse con el amigo tiempo, con el hecho de que la felicidad se la deba construir uno, porque es más fácil y preferible decir «he tenido un mal día por todos estos factores externos» o «no he tenido un minuto de tiempo, por todas las cosas que tenía que hacer». Todas las cosas que tenía que hacer en vez de vivir.

Y con esto no quiero decir que me quiera dedicar a que alguien me mantenga mientras tengo las vacaciones eternas. Porque mientras viva bajo un techo alguien tendrá que llevar las cosas básicas que suceden cuando construyes un hogar, hacer de ama de casa en palabras pobre, y eso ya debería de ser un trabajo. Pero además, porque deseo trabajar, realizarme en la medida de lo posible y crearme yo misma ese trabajo. Un trabajo que, en contraposición a la situación actual, no me haga pensar que es lunes, con el ansia, la soledad, y el dolor de cabeza que a veces experimento. Más bien un trabajo que sea parte de mi cerebro, parte de mi corazón y que lo motive y lo bombee con mis ganas. Mi trabajo será la cabra y la encina, sea lo que sea eso (lo estamos descubriendo) y será parte de mi vida, y una parte que me gustará igual que todas las otras.

Aquí podría empezar a hablar de la situación laboral de este siglo, de los nuevos modelos de autonomía económica. Pero ahora mismo tengo un dolor de cabezorro que sólo me hace reflexionar sobre el lunes que no quiero que se repita cíclicamente en mi vida.

(F)usos y costumbres

Nos vemos siempre los dos: café sin cigarro y yo, en la terraza de mi casa, a ver salir el sol mientras doy la bievenida al día. 10 minutos de paz antes de la jornada, antes de hacer todas las cosas que ultimamente no estoy poniendo en listas. Hoy es el primer día que el café no me lo bebo ardiendo y que he salido con el anorak a la terraza porque el frío del otoño me está dando la bienvenida. Una tramontana que se ha colado en mi casa los últimos tres días haciendome tiritar. No me entusiasma el frío, pero lo cierto es que tampoco es tanto frío como para no poder seguir con el ritual, y beber el café más deprisa.

Hoy han cambiado la hora, y me encuentro un domino despertándome a las 7, que no es tampoco la cosa más insolita del mundo, teniendo en cuenta mi naturaleza de gallo tocapelotas. Pero ayer tuvimos un cumpleaños (uno de estos cumpleaños donde hay muchisima comida, muchisimo dulce, muchisimo vino, pocos regalos, y gente hablando de su viaje de novios y de la carne de avestruz) entonces cuando llegué a casa corrí hacia la cama pidiendo un poco de descanso. Mis ritmos asemejan a la madre del cumpleañero, que ayer daba cabezadas mientras seguía una conversación rezando porque todos nos fuéramos de su casa. Pobre señora. Si Cutrone fuese un reino, ella seguramente sería mínimo alguien de la nobleza, tiene toda mi estima por cocinar la verdura tan picante y tan bien, muy al estilo siciliano.

Asñi que ahora relajo y combino mis primeros pensamientos automáticos con un café ya medio templadujo, mientras espero que el sol nos de tregua para estrenar mi (seguramente) última adquisición del año: una bici estrepitosa. De la bici hablaremos más tarde, y de como la he podido barajar en mi vida frugal minimalista, y de sueldo super pobre (ya estoy rezando por el final del mes para recibir un poco de dinero). De momento, miro el sol que ya ha salido, se me congelan las manos, el viento me ha desperezado, y no he hecho ningún programa para hoy, porque es domingo. Buenos días, bellísimo mundo.