Me acabo de quedar sin trabajo

y estoy de vacaciones.

Considero el día que te quedas sin trabajo no aquel en el que echas la persiana por última vez, más bien ese en el que te dan el dinero, lo comido por lo servido, te desean suerte, las santas pascuas y adios.
Ese momento en el que el “aqui hemos sido todos amigos” se rompe, porque la negociación entre las dos partes ha llegado a su pico máximo, uno trabaja demasiado por poco, los otros ese poco no lo tienen para dártelo. Entras en la tienda aún colocando el escaparate mentalmente y sales de manera anónima. El señor que te cruzas un segundo más tarde no lo sabe, pero te acabas de quedar sin trabajo.

Te acabas de quedar sin trabajo, y más que estos nubarrones sobre tu cabeza te sientes más ligera que la tramontana. Te acabas de quitar la baldosa que te mantenía quieta de manera obligada en un sitio durante ocho horas de un día que no vuelve y los grilletes a los tobillos que arrastras pesados cuando no te encuentras bien e igualmente tienes que dar el pego y buena cara ante el cliente.
Si mi padre lee esto me mata, en el mundo no hay nada peor que quedarse sin trabajo.

El trabajo, como todo bajo la crisis, se reduce.
Y tu eres la seleccionada e invitada a quedarte en casa, con tu poca experiencia bajo el brazo, pero sin esa cara de pasmarote.
Desde luego no me siento desafortunada por no tener trabajo. Por no tener ese, uno de los millones trabajos de mierda, una de las muchas veces que he tragado meses de crisis por pasar por el aro. Algunos trabajos tienen un precio más alto que tu sueldo.

Con mi dinero en el bolsillo, me creo un plan de vida frugal y ahorro absoluto para que nunca se acaben los papeles que nos tienen sentados en la silla, produciendo produciendo produciendo.
Y me recuerdo mi plan del 2017 o de aquí en adelante para no volverme a ver sentada en ella con agarrada con las cuerdas que estaban deteriorando el 90 % restante de mi vida.
Porque creo que el trabajo, como todo, no es una cuestión de qué haces, si no más bien durante cuánto tiempo lo haces, en qué horas, y sobretodo, si el resultado es equilibrado al valor que das a tu tiempo.

Si pienso que un día que se va no vuelve, mi tiempo es oro y nadie podría ni siquiera pensar en darme una cifra para pagarlo. 20 euros para mí antes no eran na de na, ahora son 4 horas muertas de frío en mi último trabajo de mierda. En 4 horas tengo tantas cosas que hacer con mi vida que prefiero no comprarme ese jersey en h&m por 19,99.

¿Entiendes por donde van los tiros?
Por ahi van los tiros. Por el callarse toda esta reflexión y poner en marcha la maquinaria que llevo horas horas de trabajo mal pagado dando vueltas en el taburete. Por empezar a hacer algo destrangis, por lo bajinis, para que la vida real, moderna, tal y como la conocemos hoy y “como debe ser” no se dé cuenta. Para potenciar una economía tan sumergida que empieza y acaba en mis manos. Y para que el tiempo tenga el valor infinito y cueste el dinero que yo quiera no gastarme. ¿Estaré delirando?

Por ahi van los tiros mientras me zumban los oidos en cada comida con los suegros y cada llamada telefonica. Cada vez que me encuentre con conocidos y me pregunten qué es lo que estoy haciendo con mi vida y quiera responder “con mi vida muchas cosas, pero no me pagan por ello” y tenga que decir que “aún no trabajo”. Cada vez que una de aquellas personas me siga proponiendo otro trabajo de mierda “para mantenerme ocupada” como si la pobre Irene se pasara las mañanitas mano sobre mano a esperar que llegara su maridito del trabajo, como si tuviera la cabeza vacía y no llena de la vida que quiero.

Esta es la vida que yo quiero, aquí me ha conducido y aquí me quedo. Construyo mi casa entre palmeras y potajes, constituyendo la virtud de hacer con mi tiempo lo que me da la santa y real gana. Porque para mantenerme ocupada tengo un millón de pruebas que voy a hacer en estos días de agradecimiento. En estos días en los que me siento de vacaciones y en verdad es la vida, que me ha regalado las horas de cada dia para vivirlas.

Creo que de momento tengo el mejor sueldo del mundo. O al menos yo así lo entiendo.

 

Esta es la primera entrada de mis reflexiones del 2017, que entrarán todas en un cajoncito que llamaré 365 días de agradecimiento. El 2016 fue el año de la decisión consciente, la elección más grande y difícil que hice en mi vida y que merece la pena cada segundo de la misma.  Ahora la consciencia de los días la quiero vivir tambien con agradecimiento, para ser capaz de ver que todo lo que necesitamos ya está aquí porque estamos vivos.

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