La lunática y sus grupos sanguíneos

La mia vita scorre come un fiume
dopo aver guidato fra le curve siamo arrivati al lago
abbiamo buttato le nostre preocupazione, galeggiano e nuotano con le trote
ancora non è stato suficente

Ora ti travesti di persona triste, di persona ingrata, di persone con il cuore legato alle caviglie, preso a calci dalla vita e dai miei piedi. Ora ti vedi guardando il mondo dalla finestra, come le signore nelle case del dicianovesimo secolo. Guardando il pezzo piccolo di mondo che ti è stato dato.

È un mondo troppo piccolo, è facile sentirsi sicura e disperata allo stesso tempo. è facile che vengano i tuoi ricordi a visitarti, i tuoi fantasmi, la tua camicia a quadretti. è inutile che tu cerchi di spazzarli come la polvere degli angoli. È inutile ricostruire un mondo che non esiste piú.

Stiamo parlando del materiale del tetto quando ancora non ho comprato la terra per costruire la mia casa. Potrei eliminare qualche porta, qualche finestra. Non posso eliminare i muri portanti. Non posso sentirmi sbagliata se piango a dirroto per aver perso qualcosa. La verità, non ho perso molto, ma ho guadagnato.

Ho guadagnato le parole che non so più congiugare, alle quali non posso mettere fine perchè si muovono costantemente tra la massa cerebrale. Le parole non servono niente, solo gli atti, ma queste parole mi tengono vestita.

Non voglio fare più la scrittrice, non ricordo più come si scrive. Voglio smettere di addobbare il mio albero di natale finto, di abbellire qualcosa che non si è ancora creato. Vorrei tornare allo esenziale. Pensare e scrivere mi sta facendo male.

La cabra y la encina ahora debería llamarse la loca y el pino, la triste y el mar, la lunática y sus grupos sanguíneos.

Todas las historias (II)

Todas las historias (II)

 (lo prometido es deuda)

Algo cambió y se fue trasformando conforme fueron avanzando los días. La simbiosis en el principio de aquella superviviencia les había consentido acampar por unas semanas, sin la necesidad de ser nómadas, sin tener que borrar las huellas y los rastros de leña que usaban para calentarse. De día dejaban el macuto dentro de la corteza hueca de un árbol marchito y de noche hacían turnos mientras el otro dormía en el jubón. Era un simple mecanismo para apartar bestias y peligros.

Había sido así desde hace algunos días, pero últimamente ella notaba que algo había cambiado. Casi no había palabras durante el almuerzo. Cada uno dedicaba los tiempos muertos a limpiar su armas en silencio. La caza era siempre por separado, y en ella, Trincea coría por el bosque con rabia y sin cuidado, preocupada sólo por llegar lo suficientemente cansada al campamento, aunque sin presa. Se había acostumbrado a tener una cena cazada por él, algún pez de riachuelo o unos conejos. Ya no quedaba mucho de la incertidumbre.

Esto llenaba de rabia sus pulmones. Si la rabia venía de él o del bosque no importaba, la tomaba con aquel lento compañero. Le empezó a molestar el chasquido cacofónico y rítmico que fabricaba con las piedras al hacer fuego, los murmullos de palabras incomprensivas mientras dormía, su mirada buscando explicaciones en los ojos de Trincea.  No sabía cuantas lunas habían pasado desde que ella le enseñó a pintar con sangre de animal las cortezas de los árboles para no perderse, y él le había enseñado los mapas de las estrellas. Se seguía sintiéndo estúpida cuando insistía en enseñarle a separar la piel del animal a tirones, y ella era incapaz de habituarse a aquellos movimientos, como si el alma de aquella inocente presa se escapara por el aire en aquel momento. Todo aquello que en un primer instante había parecido innovativo ahora le parecía banal y exagerado, porque cada uno veía distintos colores en el atardecer y el campamento se había convertido en una pantomina de lo que eran ellos: supervivientes.

La culpa de todo la tenía el sedentarismo. Ella no pidió ser ligada a las raíces de la tierra ni a ningún ser viviente en particular. Por esto, las noches dejó de vigilar y montar guardia y comenzó a pasearse adrenalínica en la penumbra del monte.

Un día se encontró un claro de helechos, y después de dejarlos medio calvos descargando su furia contra las plantas se dejó caer contra el pino más cercano. Le llegaban los indescifrales y conocidos sonidos de Jairo entre sueños, a unos metros de allí.Confundía el apacible sonido del cerro, la confundía a ella también. Comenzó a rasgar la corteza con enfado, con fruición, con rabia…

Te puse en antecedentes, Jairo, querido. Eso fue lo que pasó, con toda esta parafernalia de narrador omnisciente. El resto ya lo sabes, rasqué la corteza del árbol hasta que el agujero fue lo suficientemente grande como para que cupieran mis hombros. Si yo hubiera sabido lo que me esperaba del otro lado tal vez no me hubiera puesto tan melodramática, arañando estas puertas a otros mundos. Tal vez no hubiera desaparecido por el buco tempoespacial tan pronto, me hubiera quedado más en la comodidad del monte.

Pero la vida real y las circunstancias a veces te llaman con una voz tan ruidosa, sonora, potente y seductora que la poesía y todos sus sucedáneos se quedan como attrezzo de las vicisitudes, a veces incluso llegan a desaparecer.

Decía siempre (me decía a mí misma) que alguna vez me iría sin quedarme y aquí me veo, en otra montaña, diseñando mi casa entre palmeras y naranjos. No pude pensar en los demás mientras me lanzaba al vacío porque nunca dije que sería una compañera de viaje de nadie hasta ahora y ambos sabíamos que contábamos con la independencia de la literatura también por separado.

¿Te acuerdas del día que cumpliste 40 años y te llegó aquella carta mientras ibas a buscar a tu hija a la escuela? No, claro que no, porque aún no los has cumplido, pero tampoco tengas muchas esperanzas en recibirla, porque ya te estoy escribiendo esta, y puede que en lo que llegamos a viejos y cuarentones se nos olvide mandarlas, o pierdas la dirección y estemos ya tan lejos y en otros países de los que nos habremos ya olvidado hasta el nombre.

 

Todas las historias (I)

Todas las historias (I)

Después de todos estos años has encontrado mi guarida de roca y piel. Enhorabuena.

He visto que trabajabas, que sigues contaminando tu existencia con alcohol, para olvidar o recordar la literatura, y parece que te has olvidado de los bosques, de los pies descalzos, de la caza. Yo pude pasar por encima de todo aquello pero se quedaron los residuos naturales entre las uñas, y ahora vivo y combato con ello.

Deja que te cuente una historia.

Érase una vez una página en blanco. Un mundo sin personas. Un mundo vacío. Hicimos caer dos personajes en un decorado que construímos como un bosque lleno de peligros. Un decorado relleno de hierbajos y plantas curativas. La vida de aquellos dos era dura como una trinchera. Y, sin embargo, tenían la posibilidad, tenían las preocupaciones de unos folios de papel, unos horarios de clase, el gran problema de poder no hacer nada que matase la poesía. Tenían todo en ese bosque deshabitado que era una urna de cristal con el mundo exterior.

Pero un día, en el jardín del Edén y las bestias, donde casi nos agarramos a puños, se abrió una brecha, un agujero que conectaba con un mundo más duro que todas las criaturas que habíamos creado, pero un mundo más real. Tremendamente real.

¿Quieres que siga con la historia o escribes tú?

La primera en salir del mundo de las maravillas fuí yo. Se sabe que las niñas corremos y escribimos más rápido. Salí demasiado pronto. O tenía que ser de este modo. Salí de aquel mundo cuando las páginas, los libros y la literatura eran algo que de esta parte del bosque no me iba a salvar.  Pero tuve que salir cuando ví la brecha porque si no lo hacía me hubiera quedado como un Peter Pan encerrado en Nunca Jamás.

Lo abandoné durante algún tiempo, renegué de todo aquello que me construía. Porque mi armadura de libros y cuadernos era endeble e inútil contra las inclemencias y las muertes. Porque nunca me daría dinero. (Sé que hablo mucho de mí pero no sé lo que pasó contigo).

Poco a poco, intenté volver a los bosques, aunque ya eran otros. Tuve siempre presente un ojo a la ciudad, por si acaso. Ahora mi condición de improductividad es el trauma de las once de la mañana, pero he agarrado más tiempo que donar a la literatura.  A veces reniego de todos los años de peregrinación con ella y ella siempre me acaba atrapando. A veces pienso en acabar la historia de la chica del bosque, contestar a las cartas de ultramar que he recibido, pero he perdido las páginas del borrador y era una historia a cuatro manos imposible de ser contada con una sola voz (sería una mentira a medias).

A veces escribo poco y tan mal, que vuelvo a pensar que no quiero saber nada. Esta última parte de torre ha sido dificil, porque ahora está en medio del mar y las inclemencias y la sal carcomen la piedra. A veces las olas parecen que van a apagar el fuego de la torre quemada. Pero te juro que yo no les dejo. Por eso a veces pienso que sería capaz de contar todas las hisorias incluso sin ayuda de nadie. Cuando quiera contar aquella del mundo deshabitado encontraré tu dirección en la copa de algún árbol. Ni siquiera sé si salíste del bosque o sigues por ahí perdido.