La generación de los blanditos

o por qué la gente sigue haciéndo niños sin pensarlo demasiado.

Quiero saber lo que piensa la gente de no tener hijos.

Tener hijo para hacer un mini yo es algo que creo que se nos está yendo mucho de las manos. Lógicamente hace 100 años las mujeres lo hacían porque «era lo que había que hacer» y porque mujer y madre venía a ser prácticamente lo mismo.

Pero ¿ahora qué?

Érase una vez mi amor por trabajar con niños, por la educación. Mi pasión por todo lo que entiende campamentos y scouts, educación Montessoriana, educación en valores, educación alternativa o simplemente el arte del ocio y de las decisiones de tus hijos como libertad y alas para ellos. Me convertí en la abanderada de todas las franjas de edad en tiendas de campaña y haciéndo deportes, con todo lo que ello enseña. De volver a los niños reales y a subirnos a los árboles.

Y precisamente fueron los árboles los que me dieron una perspectiva muy distinta.

He trabajado con canoas, con campamentos, con asociaciones culturales. En la escuela. Y todo tipo de niños, de cualquier condición y edad, han absorbido algo de mi pasión por mostrarles las posibilidades de su cuerpo y su creatividad. Y sin embargo, en todas las situaciones, los niños y yo nos encontrábamos en un entorno sin padres, donde el niño estaba solo consigo mismo (y conmigo, claro).

Esto parece una tontería pero es fundamental.

Porque cuando me fui a trabajar en un parque multiaventura donde los padres acompañaban (desde abajo) el recorrido que hacían sus niños entre los árboles, la situación cambiaba muchísimo. La generación de niños blanditos que no saben abrir un mosquetón ni subirse a un árbol no me paro a comentarla. Voy directamente a las situaciones padre-hijo que he presenciado:

Ejemplo 1: Niños en competición mientras ambos padres les jalean. El niño más lento o el que tiene miedo en un momento determinado es la vergüenza para el padre, el padre insulta el niño mientras éste se muestra paralizado por el miedo y la frustración de no atender a las expectativas de su padre a 5 metros de altura.

Tambien la otra cara de la moneda, ejemplo 2: niños sobreprotegidos que antes de empezar han dicho 30 veces que no son capaces de hacerlo y sus madres les miman y potencian sus lloros y crisis por haber subido a dos escalones del suelo. «Pobrecito, es pequeño» justifican. Y el niño en cuestión tiene 11 años y no tiene la capacidad de meter un mosquetón en un cable para hacer una tirolina a un metro del suelo en completa seguridad. Igual el niño no es pequeño, igual estamos educando de manera equivocada.

Niños «preparadisimos» para la vida gracias a padres impreparados. He vito una legión de padres que no parecían padres, que parecían frustrados, cansados,  resignados, que daban la sensación haber elegido la profesión de padres porque era el paso sucesivo al matrimonio, porque tocaba (la crisis de los 30-40), o peor aún, para crear una pequeña muestra, en frasquito pequeñito, de sus gustos y frustraciones.

Porque esto es algo que hacemos todos, sin excepción.

Algunos lo hacen de forma sobreexpuesta y exagerada, cuando quiere un Messi, una bailarina, o una modelo que alimente y suavice sus frustraciones. Y otros aparentemente sin maldad intencionada, cuando queremos darle la educación que nosotros creemos adecuada, sin saber si tu amor por la naturaleza y el deporte será también el suyo, o él preferirá jugar al ajedrez y tumbarse a la bartola. Sin saber si el colegio católico será una opción aecuada para tu futuro hijo anarca, o si la elección de un instrumento es fundamental para un niño al que le apasionará cazar sapos en el río y mancharse de barro hasta la frente. Elegimos por nuestos niños antes de conocerlos, y cómo podemos estar seguros de que será la mejor opción para ellos. Les buscamos las siete semejanzas apenas nacen, adjudicandonos su nariz rechoncha o el gesto con el que duerme, y me pregunto si seremos capaz de quererle igualmente si este niño de familia trotamundos vegana no saldrá de su ciudad en la vida y querrá dedicar su vida a la investigación de la cría de langostas. ¿Será el niño bien o mal educado según cumpla las expectativas o sea compatible con nuestras ideas?

El problema de esta generación de niños son los padres. Y menos mal que existen los contraceptivos. Porque deberían explicar en el colegio la responsabilidad de traer una persona al mundo. Primero, por el mundo de mierda que gracias a nuestras acciones le proponemos ahora mismo, y segundo, porque antes de hacer un niño, deberíamos ser completos nosotros mismos. Aún más que todo ese rollo de quiérete a tí mismo antes que a los demás. Con un hijo eso se magnifica hasta el infinito.

Por eso he pasado del «que guay, quiero ser madre joven» al «si llega el momento lo seré conscientemente»

Porque no sé si estoy preparada para traer a un mundo (lleno de mierda, antibióticos y contaminación) un alma libre y dejarle que lo sea sin mis ideas sobre lo que quiera enseñarle. Porque hay muchas cosas que tengo completar en mi vida para poder darle la posibilidad  y las oportunidades (sin tocar el tema monetario que eso ya sería un tema aparte).  Y basta ya de hablar de egoísmo. «Es normal que ahora se tengan menos hijos, porque es un sacrificio y la gente quiere solo vaguear» «Claro que ahora las madres son viejas porque quieren divertirse y no sentar la cabeza» «Qué egoístas esos padres, que cuando el niño tenga veinte ya tendrán casi sesenta».

Vamos a ver si miramos las cosas de un modo menos anacrónico. Mi egoísmo es el de sentar la cabeza a los veintidós, pero igual no tener un hijo nunca. Mi egoísmo es el de entender que los padres «viejos» que he conocido superan con creces a los niños que se vuelven padres a los 25 o al los 30.  Primero por la inmadurez que tenemos con 25 y 30.
Y segundo, para los hijos, porque si una mujer decide tener un hijo después de poner en orden su carrera profesional, su situación económica, y vivir su vida de pareja o en solitario como quiere hasta sentirse preparada para semejante evento importante, desconcertante, abrumador y asombroso, lo único que hay que hacer es aplaudir, porque seguramente no tendrá las taras de quien no se ha formado y busca solo «lo que toca».

Voy a comparar a niños con tortugas por la de veces que se escucha eso de «Mi hijo es lo mejor de mi vida pero igual en ese momento o si lo hubiera pensado más no lo hubiera tenido». Yo tengo dos tortugas muy simpáticas pero si antes de comprarlas hubiera sabido que se volvían grandes como ballenas y que cagaban tanto y olían fatal pues igual tampoco las hubiera tenido. Al final es lo mismo, la desinformación, el tirarse a la piscina sin abarcar (lo inarbacable) la magnitud del asunto.

Es increíble todo lo que me gusta el tema de la educación y las pocas ganas que tengo de ver niños en este momento. Estoy yendo por los derroteros de mí misma, que son fundamentales para mi vida y la posibilidad futura de ser madre, si llega ese momento. Me escudo (como si me pudiera paragonar) informándome sobre cosas como por ejemplo: ¿Cuántos escritores no tuvieron descendencia? Estaría bien tener la posibilidad de hablar de esto con Jane Austen, las Hermanas Brönte, Lewis Carol o Quino.

 

La chispa adecuada:

http://quemerecomendaspara.blogspot.com/2015/03/escritores-de-libros-para-chicos-que-no.html

La madonna de las montañas

La madonna de las montañas

Los domingos de curación son como las fiestas de guardar.

Te acercas al templo sediento, en ayunas, deseoso, y vuelves con el corazón tranquilo y las manos llenas de hierbas comestibles.

Mi templo tiene las paredes verdes de pinos y robles, las vidrieras son del gótico tardío de las nubes. Su iluminación cambia la transparencia, la salinidad y la agitación del lago, que es el púlpito. Como buena feligresa, convencida de esta religión que te limpia el cuerpo, llego a la misa  con flores silvestres enredadas en el pelo, hojas de helecho pegadas en los codos, ramichuelas como los ramos de los pobres. Una bigota que se acerca con la cabeza gacha, la china dentro del zapato, las rodillas manchadas de tierra. Siempre tengo los tobillos llenos de picaduras de ortigas y mosquitos.

Los fieles no llegamos impolutos, vamos al lago a lavar nuestras preocupaciones, a sentirnos mejor por nuestros fingidos olvidos. Olvidamos la rabia que nos construimos a nosotros mismos dejándonos proyectar nuestra vida de las circunstancias de los otros, en lugar de proyectarnos en una casa de madera y atrevernos a ser felices como los ermitaños que somos por dentro. Pedimos perdón por tratar de tener los deseos incongruentes de los demás, como si eso nos fuera a dar una felicidad que no consiguimos arrancarnos de la piel. Todos los devotos de la virgen del monte sabemos que nuestra casa, nuestra vida y nuestros sueños están hechos del mismo material que las cortezas de los árboles.

El amor de mi vida sabe que vengo con fe devota, con las palmas abiertas por las heridas de una mañana de guerra leñadora. Por eso me deja tranquila, se sienta en otro peñasco lo suficientemente lejos para que yo pueda escuchar lo que me dice el lago, o que el lago escuche lo que yo le digo (como si un lago pudiera estar al tanto de las visicitudes de los humanos, tenemos la mala costumbre de creer que los dioses escuchan las plegarias de engranajes tan inútiles como nosotros).

Empieza el concierto sólo cuando cierro los ojos. La misa es el silencio interrumpido por el repiqueteo de las ondas contra las piedras de la orilla. Cuando exhalo noto el aire abandonar mi cuerpo a través de los dedos, como si fuera un pianista acompañando la melodía de los cantos rodados.  El amor de mi vida escucha la misa en otro lado, porque él tiene los ojos de agua salada y le reza a otro paisaje diferente (un paisaje de olas y pulpos entre las rocas) pero entiende que yo soy la tierra seca y la madera fría del invierno, y me trae siempre aquí porque si no me moriría entre toda esa humedad. Después del sermón me siento liberada. Me hago una señal de la cruz sin cruces pero con pinos y sé que mi vida se vuelve a unir a los pulmones de la tierra.

La gente sigue tallando esas formas de hombres en las iglesias, cuando la catedral verdadera se encuentra en estos bosques. La línea directa con las montañas es la religión que me ha conquistado después de todos los años de peregrinación agnóstica. Muchos se llevarían las manos a la cabeza, profana, mendiga, mundana, atea, pagana. Besarían su cruz de plata y seguirían viviendo su vida entre los edificios de quince plantas y la línea matropolitana. Lo cierto es que tampoco me importa.

 

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Qué hice el último mes.

Qué hice el último mes.

Internet es un arma y una herramienta espectacular. Es algo que va más allá de lo que nosotros podemos abarcar. Hoy en día no podemos viajar, cocinar, hacer deporte, aprender algo, divertirnos, hacer amigos, leer o comprar sin internet. Entre otras muchas cosas.

Esto no es una parrafada resumiendo los últimos documentales que he visto. Aunque sí tengo que decir que los libros y los documentales tienen un efecto espasmótico sobre mí. Después de leer La enzima prodigiosa y de ver Cowspiracy me volví vegana, hace un año. Después de ver Lo and Behold y Live in Public tomo esta decisión. O soy muy impresionable o verdaderamente necesitamos no dejar nunca de aprender y abrir los ojos hacia algunas cosas. Lógicamente la experiencia de vida y las circunstancias marcan el inicio de ciertas reflexiones que encuentran el sustento en los libros y documentales que utilizas para profundizar en el argumento. Como decir que El estudio de China es mi libro de cabecera en el que reencuentro algunos de mis motivos y la fuerza para continuar a decir que no al 30 % de los alimentos.

No hay nada que no empiece con las sensaciones vividas en tu propia carne.

Y por eso de aquí en adelante no tendré ni twitter, ni facebook, ni instagram.

No quiero que ningún conocido del colegio o de la universidad me busque una tarde de domingo para ver cómo se ha desenvuelto la vida de mis últimos cinco años a través de mis fotos de perfil. No quiero que ni él ni otros puedan comparar mi vida con la suya para ver quién ha llegado más alto, quién es más feliz, quién se mantuvo en forma y con menos arrugas.

No quiero conocer a una persona en bicicleta y que me llegue una petición de amistad después de haberle dicho sólo mi nombre (sobretodo, porque con el casco y las gafas uno es irreconocible). Y que necesite mi instagram para saber cómo es mi cara sin elementos ciclisticos o para saber si tengo pareja.

No quiero desear las vidas (las porciones irreales de vidas) que mostramos en estas redes sociales. Donde tan pronto desearé vivir en Australia y comer fruta de la pasión con veinte kilos menos de los míos, como ir a Noruega en pleno invierno a beber chocolate caliente después de esquiar. No quiero desear trozos de vida que no existen en lugar de vivir la mía, que es real.

No quiero ser yo la que se compare. La que diga que soy demasiado joven o demasiado vieja para __. La que se pregunta si las circunstancias hubieran cambiado mi presente hacia uno mejor o peor. No quiero pensar que mis costumbres, mis aficiones, mis horarios y mis principios son justos o erróneos.

No quiero que una pantalla se adapte a mí. No quiero adaptar mi vida a una pantalla, unas canciones, unas frases, unas fotos de perfil. No quiero verme en las situaciones bellas y cotidianas de mi vida pensando en enseñarselo a un agujero negro sin identidad en lugar de vivirlo.

Cuando cumplí dieciséis años, me ví toda la serie de Al salir de clase. Yo soy una millenial, como se dice ahora, y no una chica de los ochenta. Lo cierto es que la comunicación, la relación humana, las sensaciones encontradas en tantas circunstancias me parecían mucho más reales en mi primera infancia que en mi juventud, cuando el facebook o el twitter o el fotolog, el blogspot o el youtube marcaban la interferencia entre la realidad y el personaje. Siempre pensé que me hubiera gustado vivir en aquella época de Al salir de clase, cuando los jóvenes se llamaban por telefono y enredaban el cable entre los dedos. Cuando se quedaba, y se hacían cosas. Y tu tenías la sensación de estar en el momento presente, sin interferencias. Algunos dirán que la tecnología es progreso, pero es un arma de doble filo, aunque sea banal decirlo.

Yo pienso que el progreso, o mejor dicho, el futuro, sólo es posible a través de la involución. Tenemos que recular como especie para evitar cargarnos todo lo bueno que nos queda en los próximos cincuenta años.

Tenemos que volver a alimentarnos con semillas, cereales, hortalizas y frutas, en lugar de alimentar a los animales con los cereales que salvarían al planeta de la hambruna.

Tenemos que volver a hacer pan, a cocinar comida real, a tratar nuestro cuerpo como un templo, para evitar las enfermedades que se derivan de los químicos y de la ausencia de nutrientes del 90 % de lo que hay en un supermercado.

Tenemos que inverir más en alimentos reales y menos en medicinas.

Tenemos que dejar de destruir ecosistemas y fauna.

Tenemos que volver a la autoproducción, a sentir el valor de las cosas a través del esfuerzo. Creo que algo que no requiere esfuerzo no te da la felicidad. Comer cuando tenemos hambre, dormir cuando estamos cansados, amar cuando hemos echado de menos y ducharnos cuando hemos sudado. Son los momentos en los que el ser humano se siente más animal, más humano, y más libre.

Tenemos, sobretodo, que vivir la vida que tenemos, y no las proyecciones de vida de los otros. La televisión basura, el mundo conectado que nos hace cada vez más solos. Dejar de etiquetar las cosas, no meternos más en casillas para sentirnos aceptados por parte de algo que nos pide todo y no nos da nada a cambio. Reducir horas de televisión, reducir pertenencias, reducir amigos, reducir deseos, reducir horas y horas de información delante de nuestros ojos. Reducir la sobreinformación.

Internet es la sobreinformación, la que hace que tú mismo ya no puedas elegir qué quieres buscar, leer, ver. La que te presenta todos los deseos que nunca podrás tener, el portal de la insatisfacción, la que te aleja de tu presente. Tenemos tantos amigos, tantas opciones, tantos sitios a los que ir, tantas cosas que hacer, y tanto que trabajar para conseguir esos estúpidos sueños prefabricados que nos hemos abrumado, y nos hemos quedado sin amigos, y sin querer estar con uno mismo. Sin opciones, porque ninguna es lo suficientemente buena comparada con otras que hemos visto o escuchado. Sin sitios a los que ir porque no estamos en el sitio en el que realmente estamos, no lo vemos, no lo agradecemos, no lo vivimos. Sin cosas que hacer porque a la larga lista de obligaciones se interpone la interferencia de la bandeja de facebook o el Candy Crush. Y sin sueños porque lo que soñamos es ficticio e irreal. Y tu sueño primigenio se te antoja pobre y simplista.

Para mi el progreso es decrecer, reducir, disminuir. Volver.

Es estar en el momento de ahora, con las nuevas horas de vida que se te ponen delante cuando eliminas las redes sociales (y te das cuenta de la cantidad de tiempo que pasabas en su compañía improductiva). Es vivir la vida que tienes, hasta verla sin los ojos de las expectativas. Sentirla tal y como es, y aceptarla. Aceptarte a tí mismo, aceptar tus elecciones, amar tus elecciones, y darles el valor real que tienen. Odio las frases rollo «Todo llega a quien sabe esperar» como si tu no tuvieras el control sobre tu felicidad. No es que nada va a llegar, es que ya ha llegado. Se trata de amar la vida que tienes. Y para eso creo que es necesario no dejarse influir, condicionar, comparar ni frustrar con las pequeñas piezas de la vida de los otros. Sobretodo si se nos muestran en bandejas de plata y tags.

He pasado un mes sin instagram, varios sin facebook, y me he dado cuenta de que he ganado en tiempo, en presencia, en felicidad, y he concluido y he hecho cosas que realmente quería hacer. Tengo sueños, deseos, proyectos. Pero todos ellos corresponden a mi vida real, conviven con las circunstancias que me rodean y son parte del camino que me compone. Un camino que, si me dejara influenciar por las redes sociales sería simple, retrógrado, doblegado, desaprovechado,  resignado, tradicionalista, y prematuro. Y que para mí lo fue hasta que apagué la conexión entre lo que esperaba de mi vida fantaseando con toda aquella sobreinformación y lo que me hacían entender que era el sueño real. Que para mí comenzó a ser el camino justo, ideal, y con sentido cuando me limité a vivirlo en el presente y a verlo con los ojos reales.

Me voy a la vida real, a la que tengo, a la que amo, a vivirla. A exprimirla con la fuerza que no me roba la publicidad y los cánones de vida perfecta. A pensar en mis prioridades como válidas y diversas del resto de los mortales, sin que esto sea un problema. Me voy a concentrar en mis principios, a decrecer, a reducir, a agradecer, y a cuidarme. Internet me estará esperando sólo para escribir o buscar recetas nuevas. Es estupendo saber que se acabó lo de cotillear y juzgar a gente, y que ya nadie podrá cotillear y juzgarte a ti, ni siquiera tú mismo.

 

Recomiendo enormemente:

  • Documentales : Cowspiracy, Meat the truth, Food Inc, (nutrición) Lo and Behold, We live in Public (internet) .
  • Libros: El estudio de China – Dr T.Colin Campbell, La enzima prodigiosa – Hiromi Shinya, Simplify – Joshua Becker.
  • Próximas lecturas: La vida líquida- Zygmunt Bauman, Los no lugares – Marc Augé.

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