Hey chica

te ves increíble.

Cuando estás enfadada sacas lo mejor de otras personas. Tu rabia te permite llegar a tus objetivos. Las líneas de tu frente son toda tu concentración.

Quizás no era todo lo que quería decir. Es el deseo de introducir nuevo vocabulario aunque sean préstamos. Te ves increíble, pero no hoy. Siempre. Siempre porque eres una persona valiosa, porque te tienes a tí misma. Tienes que empoderarte. Darte el poder y darlo a los demás.

Chica, te ves incríble, lo digo demasiado por todas las veces que me ha faltado. He tenido la suerte a mi alrededor con un montón de niñas, adolescentes, mujeres increíbles. He crecido entre mujeres, dentro de mi se ha instaurado un matriarcado. Mis amigas son genios inteligentes que mejoran el mundo de la sexualidad, la medicina y la fuerza femenina. Una tiene horas de guardias a su espalda sin perder el compañerismo, la otra se ha montado aquelarres para que nuestro fuego no se apague. La tercera es trotamundos, social y defensora de las mujeres que no saben defenderse.

En mi trabajo, día a día, he contado con todo tipo de mujeres valiosas. La que tenía depresión y otra enfermedad crónica y hacía ilustraciones maravillosas, la timideza que demostraba un carácter sensible y maravilloso. Aquella que tenía más de treinta y dejó a su novio porque no era feliz, incluso si a los treinta es dificil dejar a nadie, y su nuevo peinado es fabuloso. La que tenía una madre difícil y luchaba por no asemejarle. La que intentaba salir de la India a golpe de libros y estudios. La del trabajo de viajes para mujeres solteras e independientes. La que trabajaba, estudiaba, y se mantenía con todo a flote.

También a mi alrededor he tenido otras cosas. Las mujeres que creen estar aún en el siglo pasado, puedes sentir su envidia mal escondida. Quieres alejarte de esa vida y de todas las similares.

Y por eso te vuelves agorafóbica. Y tienes miedo social. Y mientras descubres que ya no sabes escribir, pero que ahora sabes mirar tu reflejo real en el espejo. Ya no sabes hacer que todo el mundo vaya bien para tí, pero ahora tú eres la persona justa que está contigo. Sigues comiendote el paquete de galletas, pero ahora te importa una mierda cómo sea tu cuerpo mientras que siga funcionando. No eres capaz de hacer amigos, pero la soledad es cuando estás con otra gente. Eres más intransigente, porque ahora mereces ponerte en el primer puesto.

Y de esto y aquello, has cambiado. Y en la balanza está lo bueno y lo malo de quien eres ahora. Pero ahora te estás mirando, más nítida, más tal cual eres, y te estás diciendo «hey chica, te ves increíble»

Torre quemada

Torre quemada

sta brucciando dentro di me e sono posseduta

me estoy riendo volviendo a mi casa, aunque me falten 40 minutos, 40 km o 40 años
estoy teniendo revelaciones en voz baja y todos los aniversarios

octubre mi primera herida

mi primer mes en Italia en una ciudad desierta

mi primer atardecer a las cinco de la tarde

y ahora mi primer otoño con los cinco sentidos y también el sexto: mi intuición.

Estoy intuyendo un fuego, soy el oxígeno de mi hoguera, la vuelta de infinito más dura y larga puede estar terminando. Estoy en un pedestal al que he llegado raspandome las rodillas, rajándome las muñecas.

De todo esto hablaba con dieciséis años, cuando decidí rebautizarme, sin saber que mi nombre sería premonitorio.

Una torre quemada, destruida, no se veían las vigas para volver a construirla. Unas cenizas de las que no hubiera querido hablar nunca. Un fuego interno, completamente apagado.

Había abandonado a la niña, a la adolescente, a la chica. Me había ido directamente a la anciana. Las cartas no parecían decirme nada, las llamadas eran útiles como el agua caliente. Todos intentaban romper mis cadenas y yo las volvía a atar, volvía a reventar mis heridas para crear mis cicatrices permanentes.

Aún no he terminado, ni de luchar ni de quemar. Porque la destrucción y el trauma son mi propia construcción. Sólo puedo salir de aquí quemándome.

Pero ahora me estoy preparando para la batalla. La siguiente, que no será la última. Y tengo un traje nuevo. Llevo mis colores y mis armas. Llevo el oxígeno para hacerme grande. Tengo la banda sonora de mi futuro. Aunque no lo veo, no lo he perdido. Aunque estoy quemada, estoy más y más viva.

Gli uccelli

Ten cuidado, cuando vayas a hacer una mudanza, cuando vayas a cambiar país, costumbres, horarios, luces del día y la noche y cielos. Ten cuidado y pon atención en la música que esos días de descubrimiento y ansia, de expectación sin expectativas, vas a llevar en tus oídos. Porque después esa canción te devolverá, con un bofetón, a ese momento mágico y meravilloso, donde yo no conocía la tierra que iba a ser parte de mi casa sin remedio (por mucho que me haya obstinado en negarla). Te devolverá, un sábado por la mañana, sin planearlo, a tardes de octubre cálidas como veranos, donde paseabas por calles nuevas desorientada, donde esperabas el sonido del interfono, bajar corriendo las escaleras con el corazón (ya) en la boca, como ibas a llevarlo de ahí en adelante, para jugar con el agua, con las olas, y con alguien que parecía un jeroglífico exótico y estimulante.
Y eran esos los ucelli que yo veía caer en picado mientras caían las tardes más temprano que en otros países, y esperaba la llegada de la noche en medio del mar en calma, aprendiendo a mover mis brazos con simetría y ritmo, aprendiendo a bañarme en el mar de octubre, en un momento en el que Crotone, el tiempo, y mi vida, no tenían un momento futuro, no tenían un mañana, porque no era capaz de saber qué sucedería al día siguiente.
Por eso esta mañana, unas semanas más tarde del día en que la vida que quiero y deseo empezó, y reconociendo que cinco años me han servido para darme cuenta de eso, celebro con orgullo cada paso que he dado y todas las situaciones que me han llevado hasta aquí.
Celebro la casualidad, o el destino. Celebro lo que estaba en mi mano y las circunstancias que no puedo controlar. Celebro el mar, el bosque, el lago, y las calles sin aceras. Celebro mirar para atrás y saber, ahora con seguridad, que no cambiaría ni un segundo de lo que he vivido. Celebro saber que esta es la vida que amo, que quiero, y que cinco años en ella son sólo el principio.
Crotone y Stefano llegaron a la vez para darme este pacto indisoluble de alegrías y penas. Ahora puedo mirar con serenidad las cosas. Y puedo quitarme las gafas con las que veo una parcial versión de la historia. Ahora puedo decir, que de momento, mi vida me ha gustado y me gusta. Y si vamos a elegir otra, será con un regalo del sur bajo el brazo.
Y quizá elegiremos canciones mejores para nuestros inicios y reinicios.

Dirty, noise, ants in the bathroom

Dirty, noise, ants in the bathroom

Esta persona que véis aquí no tiene mucho que ver con la que escribe.

Pero es la misma que la que escribe.

A veces me pregunto cómo voy a ser cuando tenga 35, 45, o 70 años.

Estoy segura de que voy a seguir cambiando, y esto me llena de emoción. Porque quiero vivir para verlo, para ver los cambios que el viento, el sol y la lluvia tienen reservados en forma de arrugas en mi cara, y también esa confianza ciega en que la Irene del medio siglo va a llevar una maleta llena de herramientas, objetos y souvenirs. Llena hasta los topes, con tanto extra de peso en Ryanair. Y va a ser increíble cuando llegue a ese momento. También va a ser increíble el camino.

Por eso la serenidad es importante. Desde esa imagen hasta mi presente han pasado 6 años durísimos con un trabajo personal para conseguirla. Creo que estoy en un buen punto. Al mismo tiempo, me encanta que también la que era en el pasado me enseñe algo.

En ese momento, pongámonos en el 2013. Padova. En realidad, Malta. Dirty, noise, ants in the bathroom. Los comentarios de booking como definición de nuestra propia vida. Y era realmente así, algo caótico y colorido lleno de reflejos de mar en la piel más blanca que he tenido nunca (todo gracias a la Pianura Padana y su clima de nieve hasta Mayo). Mi imagen, mi concepción sobre la vida que llevaba, aquí alcanzó su punto más alto. Tenía tanta confianza en mi presente y mi futuro, fue el momento en el que más me dediqué a soñar. Y mis sueños eran mucho más normales que mis aventuras italianas. El surrealismo al que dediqué mi vida me hizo tan fuerte que ahora me pregunto cómo fue capaz de pasar por tantas situaciones sin venirme abajo (nota mental, Irene del presente, ¿te dejaste el optimismo en el norte del país?). Igualmente, esa chica estaba confiada, aunque aún no sabía quien era, tenía seguridad, aunque aún no sabía lo que quería, y soñaba a lo grande, aunque no tenía nada que hubiera hecho por si misma.

En perspectiva, eso es genial. Cojo lo mejor de ella y lo mejor de mí ahora y hago un cóctel explosivo. Aquí entra tambien el Body Positive, mi estrenado brand new pragmatismo, mis ganas de sentirme como ella en ese barco lleno de viento, pero con las condiciones mezcladas de paz interior que ahí me faltaban.

Coger perspectiva, y carrerilla. Esa es la clave. Por eso preparo para mia alumnos las diferencias entre el presente, el indefinido y el futuro. Porque todo vale, Porque todo sirve. Porque es fundamental.

La semilla

Jueves, momento de viajar.

Y con los viajes viene el estrés, la rabia, y el “no eches pa trás el asiento que ya no me entran ni las piernas”.

Y por eso más que nunca me pongo a mirar el mundo desde fuera de mi ventana (a veces me gusta hacerlo pero no demasiado a menudo) para ver cómo es que nos movemos y nos enfadamos mientras vamos en coche, vamos en tren, y sobretodo, sobretodo, mientras vamos en avión.

Entonces no voy a enumerar todo lo dicho en los “No espacios” que escribió alguien como si me hubiera leído el pensamiento respecto a mi odio por los aeropuertos.  Porque las ganas de montar un pollo se multiplican cada vez que paso por uno, y en cualquiera de las veces en los que soy un caja de amazon sin las botas puestas y con todo lo que cabe en mi mochila fuera de ella cada vez que alguien necesita comprobar la seguridad de todos los viajantes.

En lo que me voy a centrar es en una semilla que nunca pensé que se instalaría en mi cerebro. Una semilla que he evitado en todos estos años considerando que algunas de las cosas que he oído en mi casa y durante mi educación eran algo machistas, incluso viniendo de las matriarcas de la familia. Y por eso te acostumbras a ciertos razonamientos, automatizas ciertas frases que escuchas mientras apagas la lucecita que en tu interior se enciende diciendo “micromachismo en el aire, vaya, acabas de decirlo tú también. Vaya, serías capaz de aceptarlo sin muchos problemas.” Eso era así, a pesar de todos los cretinos de mi vida con los que he experimentado la disminución de lo que yo era a nivel emotivo, físico y de carácter, haciendo que mi personalidad tuviera que desarrollarse deprisa y corriendo después de los dieciocho. Eso, a pesar de todo aquello, mi actitud hacia la vida, hacia la consideración de mi vida, era arquetípicamente machista. Porque ¿qué feminista hubiera tragado la píldora de vivir en un sitio que no le pertenece sólo por estar cerca de la persona que ama, considerando su desarrollo social y laboral practicamente muerto desde entonces? ¿O quién hubiera aceptado tres años de ser mantenida por tu pareja, mientras te entrenas en tus facultades de cocina y lavadoras, esperando que el futuro sea algo más prometedor que hasta entonces? Bien. La situación era clara, y yo nadaba como un pez casi cómodo en esa pecera.

Afortunadamente el 2018 trajo consigo un cambio de rasante en todo lo que había establecido y con mucha fatiga había aceptado como permanente. Y afortunadamente fue así, aunque costó casi una depresión. Desperté de un letargo en el que me mecía, enamorada y satisfecha, con un poquito de rabia sana que me hizo cambiar las cosas de una vez por todas. Y eso fue fantástico. Porque la semilla creció y de repente todos mis sospechas fueron infundadas.

Desde que mi parte social y laboral se ha completado en el giro de dos meses dandome un sueldo, un trabajo que me enriquece y una comunidad de gente esparcida por el mundo, interesante, respetuosa, y parecida a mí de algún modo u otro, me siento una persona con una nueva energía. Y siento que la Irene que se había diluído en alguna parte ha vuelto a controlar todas sus piezas, bien enganchadas y conectadas con la mente y el corazón. Y en todo esto mi pareja demostró que la semilla de su cerebro era más grande que la mía. Me lo encontré a mi lado, en la lucha, demostrandome el feminismo que nunca será consciente de poseer. Apoyando mi decisión y motivandome a seguir cuando yo no creía en ella, y durante el resto del tiempo, cocinando, poniendo lavadoras, lavando el baño y tendiendo después de sus 9 horas de trabajo.

Así que todas is decisiones desbocadas, elegidas con el corazón y sin ningun tipo de sentido lógico, llegaban a un equilibro que complementaba todo mi camino con el de otra persona, considerándolo el mismo  sin perder la identidad y la autonomía que me pertenece. Una autonomía que me hace, ahora, sentirme completa, tener tonalidades distintas. Y sentirme fuerte.

 

Todo esto no habría sido posible sin el feminismo. Porque ahora la semilla está creciendo gracias a la comunidad de mujeres que confía en mí y me regala su tiempo y sus experiencias. Mujeres fuertes, que no ven las otras mujeres como el enemigo, la comparación, o el desafío para cazar la presa más codiciada. Que ven el trabajo conjunto como el único modo para mantener nuestra identidad, sin dañarnos. Sin andar a la gresca, con el ojo avizor y los labios fruncidos.

 

Lamentablemente, yo vivo en el culo del mundo. Donde el feminismo vive sólo en mi casa, con Stefano y conmigo que lo construimos. Por eso tantas veces evito salir del mundo que me he creado. Por eso también odio los aeropuertos. Porque se ve de todo. Y no solo en la fila para entrar en el avión siento la mirada de las mujeres, la incógnita y la reprobación cuando ven la ausencia de maquillaje, mis primeras canas sin teñir y mi ropa que no es de marca. El mundo no es cosmopolítca y urbano. La mayoría del mundo es este mundo. Despectivo y deshumano, sobre todo las mujeres entre ellas. He trabajado con mujeres y hombres y en cada trabajo rodeada de chicos me ha ido mejor. De los equipos de mujeres he salido despavorida, alimentando comentarios machistas pero desgraciadamente ciertos como “es imposible trabajar o relacionarse con mujeres”. Y ya está bien. Así siguen las cosas también por culpa nuestra. Porque no pueden poner el haghtag  metoo y seguir mirando por encima del hombro. No puedes sostener las bases de la sociedad calabresa en el hombre paga y la mujer se maquilla (podrían quemarme por decir esto pero creo que después de casi 5 años aquí puedo establecer ideas sabiendo de lo que hablo). La mayoría del mundo necesita aún el feminismo. La mayoría de las mujeres necesitan ser mujeres feministas. Y por eso, después de la negación constante, ahora me estoy educando cada vez que un pensamiento despectivo inunde mi cabeza, cuando la mujer de turno, con tanto de leopardo y bolsa de gucci, me dedique una de sus miradas lastimosas. O la próxima vez que me pidan que me maquille un poco para parecer más femenina. He pasado los últimos dos meses con la depiladora estropeada y os puedo jurar que la comicidad entre mis piernas y las de mi chico ha sido más motivo de risa que de asco. Porque, al fin y al cabo, el pelo es lo que nos hace mujeres adultas, y no niñas. Pero de eso ya hablaremos otro día.

Fuera, el ruido

Creo en nosotros más de lo que creo en mi, aunque tu crees por los dos tantas veces. Creo que la dependencia psicológica tiene que ver con todo esto como el chocolate a la planta del cacao. Y nosotros estamos en esa miscelánea, pura, y amarga. Creo que las cosas últimamente nos han ido (por separado, en nuestras propias circunstancias, nuestra creación de las personas que somos cada uno de los dos cuando no somos nosotros) bastante mal y bastante bien en mucho sentidos. Y por eso cuando todo lo periférico va hacia abajo, cuesta abajo y sin frenos en el cansancio de la vida, del trabajo, de las cincuenta bacterias y virus que decidieron inundar mi cuerpo en los últimos tres meses, ahí estamos nosotros, a veces molestos con la vida y nosotros mismos, a veces aferrados a la esperanza que nos dan nuestros sueños de futuro. Un futuro que ya no soñamos utópico, con las macetas del azféizar de una ventana que nunca nos podremos permitir. Un futuro que ahora soñamos ridimensionado, en el oro de lo que ya tenemos. La luz, el tiempo libre, la tramontana.

Ahora soy un Van Goth con un pitido constante. Me tiene siempre alerta y con las armas en el hombro. Me encuentra exhausta, preguntándome cómo una tercera criatura podría ser añadida a la ecuación mientras lavo los platos. Pensando, no es posible. Soy demasiado egoista para que aquí esté todo. Giro el metro de esquina que separa mi pasillo cocina de tu cara cansada. Y cambio de idea. Creo en tí porque eres y estñas y también porque tú crees en nosotros. Y tienes la palabra lúcida incluso cuando estás a 38 grados de temperatura. Incluso cuando cerramos la verja de la casa y el viento y las dificultades nos aislan en un cuarto en el que muchas veces el aire está viciado. Para eso sirve la tramontana en el oído otítico. Para sufrir. Pero también para no dejarse vencer por el cansancio, para estar aún despierto.

Estamos despiertos. Estamos vivos.

¿Te acuerdas cuando estaba más deprimida de lo que nunca he estado desde que te conozco? Entonces yo no veía el color del mar al que me llevaste, la luz que entraba entre las rocas mientras atardecía. Entonces yo estaba demasiado ofuscada, demasiado encerrada en mis demonios y mis lorzas aunque el verano ya estaba llamando a la puerta. Fue un periodo horrible, y cambió el futuro de un modo alucinante. Ahora esa parte de mi vida es brillante y llena de esperanzas. Así que espero que lo que tenga que venir ahora vaya a ser estrepitoso, y este agujero negro sea sólo otro de esos cambios de rasante que utilizo para impulsarme hasta el cielo. Para ver (aún) más claro de lo que este último año está haciendo conmigo. Estamos. Y estamos tan lúcidos ahora. Cansados, débiles, llenos de gripe. Pero estamos tan seguros que este credo lo recitamos al unísono, entre las sábanas, mientras se recuperan las fuerzas para seguir cansándonos.

 

f

La generación de los blanditos

o por qué la gente sigue haciéndo niños sin pensarlo demasiado.

Quiero saber lo que piensa la gente de no tener hijos.

Tener hijo para hacer un mini yo es algo que creo que se nos está yendo mucho de las manos. Lógicamente hace 100 años las mujeres lo hacían porque «era lo que había que hacer» y porque mujer y madre venía a ser prácticamente lo mismo.

Pero ¿ahora qué?

Érase una vez mi amor por trabajar con niños, por la educación. Mi pasión por todo lo que entiende campamentos y scouts, educación Montessoriana, educación en valores, educación alternativa o simplemente el arte del ocio y de las decisiones de tus hijos como libertad y alas para ellos. Me convertí en la abanderada de todas las franjas de edad en tiendas de campaña y haciéndo deportes, con todo lo que ello enseña. De volver a los niños reales y a subirnos a los árboles.

Y precisamente fueron los árboles los que me dieron una perspectiva muy distinta.

He trabajado con canoas, con campamentos, con asociaciones culturales. En la escuela. Y todo tipo de niños, de cualquier condición y edad, han absorbido algo de mi pasión por mostrarles las posibilidades de su cuerpo y su creatividad. Y sin embargo, en todas las situaciones, los niños y yo nos encontrábamos en un entorno sin padres, donde el niño estaba solo consigo mismo (y conmigo, claro).

Esto parece una tontería pero es fundamental.

Porque cuando me fui a trabajar en un parque multiaventura donde los padres acompañaban (desde abajo) el recorrido que hacían sus niños entre los árboles, la situación cambiaba muchísimo. La generación de niños blanditos que no saben abrir un mosquetón ni subirse a un árbol no me paro a comentarla. Voy directamente a las situaciones padre-hijo que he presenciado:

Ejemplo 1: Niños en competición mientras ambos padres les jalean. El niño más lento o el que tiene miedo en un momento determinado es la vergüenza para el padre, el padre insulta el niño mientras éste se muestra paralizado por el miedo y la frustración de no atender a las expectativas de su padre a 5 metros de altura.

Tambien la otra cara de la moneda, ejemplo 2: niños sobreprotegidos que antes de empezar han dicho 30 veces que no son capaces de hacerlo y sus madres les miman y potencian sus lloros y crisis por haber subido a dos escalones del suelo. «Pobrecito, es pequeño» justifican. Y el niño en cuestión tiene 11 años y no tiene la capacidad de meter un mosquetón en un cable para hacer una tirolina a un metro del suelo en completa seguridad. Igual el niño no es pequeño, igual estamos educando de manera equivocada.

Niños «preparadisimos» para la vida gracias a padres impreparados. He vito una legión de padres que no parecían padres, que parecían frustrados, cansados,  resignados, que daban la sensación haber elegido la profesión de padres porque era el paso sucesivo al matrimonio, porque tocaba (la crisis de los 30-40), o peor aún, para crear una pequeña muestra, en frasquito pequeñito, de sus gustos y frustraciones.

Porque esto es algo que hacemos todos, sin excepción.

Algunos lo hacen de forma sobreexpuesta y exagerada, cuando quiere un Messi, una bailarina, o una modelo que alimente y suavice sus frustraciones. Y otros aparentemente sin maldad intencionada, cuando queremos darle la educación que nosotros creemos adecuada, sin saber si tu amor por la naturaleza y el deporte será también el suyo, o él preferirá jugar al ajedrez y tumbarse a la bartola. Sin saber si el colegio católico será una opción aecuada para tu futuro hijo anarca, o si la elección de un instrumento es fundamental para un niño al que le apasionará cazar sapos en el río y mancharse de barro hasta la frente. Elegimos por nuestos niños antes de conocerlos, y cómo podemos estar seguros de que será la mejor opción para ellos. Les buscamos las siete semejanzas apenas nacen, adjudicandonos su nariz rechoncha o el gesto con el que duerme, y me pregunto si seremos capaz de quererle igualmente si este niño de familia trotamundos vegana no saldrá de su ciudad en la vida y querrá dedicar su vida a la investigación de la cría de langostas. ¿Será el niño bien o mal educado según cumpla las expectativas o sea compatible con nuestras ideas?

El problema de esta generación de niños son los padres. Y menos mal que existen los contraceptivos. Porque deberían explicar en el colegio la responsabilidad de traer una persona al mundo. Primero, por el mundo de mierda que gracias a nuestras acciones le proponemos ahora mismo, y segundo, porque antes de hacer un niño, deberíamos ser completos nosotros mismos. Aún más que todo ese rollo de quiérete a tí mismo antes que a los demás. Con un hijo eso se magnifica hasta el infinito.

Por eso he pasado del «que guay, quiero ser madre joven» al «si llega el momento lo seré conscientemente»

Porque no sé si estoy preparada para traer a un mundo (lleno de mierda, antibióticos y contaminación) un alma libre y dejarle que lo sea sin mis ideas sobre lo que quiera enseñarle. Porque hay muchas cosas que tengo completar en mi vida para poder darle la posibilidad  y las oportunidades (sin tocar el tema monetario que eso ya sería un tema aparte).  Y basta ya de hablar de egoísmo. «Es normal que ahora se tengan menos hijos, porque es un sacrificio y la gente quiere solo vaguear» «Claro que ahora las madres son viejas porque quieren divertirse y no sentar la cabeza» «Qué egoístas esos padres, que cuando el niño tenga veinte ya tendrán casi sesenta».

Vamos a ver si miramos las cosas de un modo menos anacrónico. Mi egoísmo es el de sentar la cabeza a los veintidós, pero igual no tener un hijo nunca. Mi egoísmo es el de entender que los padres «viejos» que he conocido superan con creces a los niños que se vuelven padres a los 25 o al los 30.  Primero por la inmadurez que tenemos con 25 y 30.
Y segundo, para los hijos, porque si una mujer decide tener un hijo después de poner en orden su carrera profesional, su situación económica, y vivir su vida de pareja o en solitario como quiere hasta sentirse preparada para semejante evento importante, desconcertante, abrumador y asombroso, lo único que hay que hacer es aplaudir, porque seguramente no tendrá las taras de quien no se ha formado y busca solo «lo que toca».

Voy a comparar a niños con tortugas por la de veces que se escucha eso de «Mi hijo es lo mejor de mi vida pero igual en ese momento o si lo hubiera pensado más no lo hubiera tenido». Yo tengo dos tortugas muy simpáticas pero si antes de comprarlas hubiera sabido que se volvían grandes como ballenas y que cagaban tanto y olían fatal pues igual tampoco las hubiera tenido. Al final es lo mismo, la desinformación, el tirarse a la piscina sin abarcar (lo inarbacable) la magnitud del asunto.

Es increíble todo lo que me gusta el tema de la educación y las pocas ganas que tengo de ver niños en este momento. Estoy yendo por los derroteros de mí misma, que son fundamentales para mi vida y la posibilidad futura de ser madre, si llega ese momento. Me escudo (como si me pudiera paragonar) informándome sobre cosas como por ejemplo: ¿Cuántos escritores no tuvieron descendencia? Estaría bien tener la posibilidad de hablar de esto con Jane Austen, las Hermanas Brönte, Lewis Carol o Quino.

 

La chispa adecuada:

http://quemerecomendaspara.blogspot.com/2015/03/escritores-de-libros-para-chicos-que-no.html

i miei occhi sono pieni di sale

Fui a la montaña para ver si veía la vida.

Para ver qué color tiene aquí el cielo al amanecer, todas las estrellas que en la costa no existen gracias a la humedad y la sal; para ver si yo podría, en algún modo que desconocía, ser aún elástica, aventurera, aceptar la soledad y la falta de internet como algo inherente a mis vértebras.

Fui a la montaña para sentir el olor de los árboles, para tumbarme en medio de ellos y ver el aire agitar sus copas, para que me dieran igual las arañas que se divertían recorriendo mis brazos y mi pelo.

Quería una sensación o una consciencia, una idea, que me diera a entender que yo estaba ahí y no en otros millones de posibles sitios por una razón, o bien que el bosque me acogiera entre sus brazos y dijera: el no tiempo, la lista de cosas que hacer en un día rota en mil pedazos y la ausencia de líneas que conectan al mundo exterior son las claves de tu próxima existencia, son la posibilidad.

Y sin embargo eran justo todo lo contrario. Fui a la montaña para anhelar todo lo que tenía, para ver que mi casa en medio de las palmeras, mis grados de humedad sofocantes, el salitre en mi piel y la humedad en mi pelo, el pueblo a merced de las corrientes del aire, acalorado o gélido según le diera la gana al scirocco o a la tramontana, eran mis dos nuevos y únicos puntos cardinales. Eran la única cosa de la que quería beber, el agua salada. Y toda esta luz que te inunda los ojos desde las seis de la mañana hasta un tramonto rosa (nunca naranja, como en la tierra de campos) sería la clave para saberme en un lugar seguro. En un lugar que mi cuerpo aceptaba como suyo, en una transición a una persona distinta, que ya no es capaz de hacer cualquier cosa a menos de quince grados, que se refugia del frío en una casa con olor a leña en lugar de combatirlo y curtirse sus modos castellanos. Que ahora solo ofrece una visión esperpéntica de lo poco que trabajan con caribeños porque el sol pega demasiado durante la tarde. Como aquí.

Como en este pueblo a forma de C, donde la lluvia se para diez km antes de llegar. Donde puedes caminar por la tarde y que la sal del mar te llegue al cerebro. Donde puedes sentirte marítima, y dejarte llevar por corrientes como una poseidonia, solo porque desde todos los puntos de tu casa encuentras un pedazo de azul salado. Porque aquí es donde existes, donde existes fuerte, donde sigues y no te rindes. Donde llorar mucho  aún así no querer marcharse.

Me lo habían avisado con frases dialectales, yo no se si dejare este pedazo de tierra nunca. Porque el mar, o la ciudad, o los atardeceres, o los alimentos, tienen un poder de atracción que es una ancla en el pie izquierdo, que son raíces que se van llenando de algas y mejillones. Porque te vas sintiendo la piel curtida, te vas sintiendo estandarte de deportes acuáticos practicados en invierno, a los ojos incrédulos de los viandantes. Porque la arena se te mete en los ojos, porque solo deseas vivir con aquel que te encontraste con los ojos llenos de sal y el mar dentro, y ahora tienes olas que van y vienen modelando esta torre de piedra Villamayor.

Fui a la montaña porque sabia que existía, una parte de mí que aún podía ser de secano, pero ahora tengo las manos rugosas y ato nudos marineros. Ahora soy parte de asociaciones navales, entiendo de mareas, luchamos contra el salitre. Ahora mi dermatitis acepta la derrota y la alta presión son solo dolores de cabeza cuando subo a otras cuotas. Por eso han hecho a todos así de bajitos. Así de lentos, así de testarudos.

Por eso yo me empeño a todo con todas las fuerzas. Porque cuando no las tengo voy al mar y este mar me habla. Y este cielo me cubre, y esta luz me da fuerzas. Y todos mis fueros internos ahora se guían por una maldita rosa de los vientos, que es la que organiza nuestros horarios de vida y actividad.

No se si quería ser tan poco maleable, como cuando dejas la barca en puerto y ya no hay modo de moverla. Pero de algún modo entiendo por que mis crisis místicas no encuentran una salida. Igual es que no quiero moverme de un sitio que te da con las olas en la cara, que es una tormenta perfecta en la que tragas mas agua de la que deberías, y acabas con las quemaduras en la piel que te garantizan una vida más breve. Pero sales siempre de ahí, cuando se calma el mar. Miras a tu alrededor y te ves victorioso, más preparado para la próxima marejada.

Y mucho más vivo de lo que has estado nunca.

 

Fueguitos

Hay ciertas cosas que te mueven por dentro, que encienden un fuego en una parte recondita (tienes que avivar ese fuego, recordarlo, evitar que se apague).

Comprender que de cualquier siuación la primera parte es tu cuerpo que intenta frenarte, intenta que no lo hagas (por la superviviencia, y eso). Y entonces se desencadenan las inseguridades, los miedos, y la incomodidad de lo nuevo y las primeras veces.

Después de esa etapa de mierda el mundo vuelve a brillar y todo es maravilloso.

Creí que seria una aventurera de las que no tienen casa, una conocedora del mundo, una viajera. Y resulta que soy todo lo contrario a eso. Algunas capacidades me faltan, porque no las he entrenado y se han adormecido, otras son características con las que yo he nacido y lugares donde me gusta acurrucarme, sin pensar mas adelante si sería feliz en cualquier otra parte. Soy feliz ahora, ¿para qué necesito cambiar el paisaje?

Sin embargo, lo reconozco, el ying yang de los acontecimientos necesita que metas sacos en ambos lados de la balanza. Y que mientras trabajas contigo misma la escritura, la enseñanza o las ideas extravagantes sobre la comida y tu cuerpo, también lo hagas en lo que se respecta al miedo a la soledad, la tolerancia y la elasticidad a las situaciones que no conoces, donde los saltos al vacio son una orden del día, y no una pesadilla, y donde empujarte al límite para crear una versión de tí misma más libre sea algo tan fundamental como aquello que te llevas a la boca.

Por eso me da esperanza el hecho de que todo o casi todo sea algo que, llevemos dentro o no, puede ser instruido, repetido y convertido en un hábito. Porque con todas las faltas que tengo en tantas características (que parece que mientras aprendo la vida adulta y encuentro mi equilibrio se me va olvidando lo que me componía cuando no tenía la cabeza encima de los hombros, aunque no haya pasado mucho desde entonces) es un alivio saber que no esta todo perdido si se sabe que esta todo perdido y se puede empezar de nuevo.

Lo importante, en cualquier caso, es que ya sea dando la vuelta al mundo en canoa o empezando un nuevo trabajo, todo se haga con dedicación, amor, pasión,  los brazos abiertos y el cerebro plástico. Porque sólo de este modo irá todo por donde tiene que ir.

Para algunos el verdadero viaje a la felicidad es descubrir nuevas tierras, para mí es tener nuevos ojos.

La madonna de las montañas

La madonna de las montañas

Los domingos de curación son como las fiestas de guardar.

Te acercas al templo sediento, en ayunas, deseoso, y vuelves con el corazón tranquilo y las manos llenas de hierbas comestibles.

Mi templo tiene las paredes verdes de pinos y robles, las vidrieras son del gótico tardío de las nubes. Su iluminación cambia la transparencia, la salinidad y la agitación del lago, que es el púlpito. Como buena feligresa, convencida de esta religión que te limpia el cuerpo, llego a la misa  con flores silvestres enredadas en el pelo, hojas de helecho pegadas en los codos, ramichuelas como los ramos de los pobres. Una bigota que se acerca con la cabeza gacha, la china dentro del zapato, las rodillas manchadas de tierra. Siempre tengo los tobillos llenos de picaduras de ortigas y mosquitos.

Los fieles no llegamos impolutos, vamos al lago a lavar nuestras preocupaciones, a sentirnos mejor por nuestros fingidos olvidos. Olvidamos la rabia que nos construimos a nosotros mismos dejándonos proyectar nuestra vida de las circunstancias de los otros, en lugar de proyectarnos en una casa de madera y atrevernos a ser felices como los ermitaños que somos por dentro. Pedimos perdón por tratar de tener los deseos incongruentes de los demás, como si eso nos fuera a dar una felicidad que no consiguimos arrancarnos de la piel. Todos los devotos de la virgen del monte sabemos que nuestra casa, nuestra vida y nuestros sueños están hechos del mismo material que las cortezas de los árboles.

El amor de mi vida sabe que vengo con fe devota, con las palmas abiertas por las heridas de una mañana de guerra leñadora. Por eso me deja tranquila, se sienta en otro peñasco lo suficientemente lejos para que yo pueda escuchar lo que me dice el lago, o que el lago escuche lo que yo le digo (como si un lago pudiera estar al tanto de las visicitudes de los humanos, tenemos la mala costumbre de creer que los dioses escuchan las plegarias de engranajes tan inútiles como nosotros).

Empieza el concierto sólo cuando cierro los ojos. La misa es el silencio interrumpido por el repiqueteo de las ondas contra las piedras de la orilla. Cuando exhalo noto el aire abandonar mi cuerpo a través de los dedos, como si fuera un pianista acompañando la melodía de los cantos rodados.  El amor de mi vida escucha la misa en otro lado, porque él tiene los ojos de agua salada y le reza a otro paisaje diferente (un paisaje de olas y pulpos entre las rocas) pero entiende que yo soy la tierra seca y la madera fría del invierno, y me trae siempre aquí porque si no me moriría entre toda esa humedad. Después del sermón me siento liberada. Me hago una señal de la cruz sin cruces pero con pinos y sé que mi vida se vuelve a unir a los pulmones de la tierra.

La gente sigue tallando esas formas de hombres en las iglesias, cuando la catedral verdadera se encuentra en estos bosques. La línea directa con las montañas es la religión que me ha conquistado después de todos los años de peregrinación agnóstica. Muchos se llevarían las manos a la cabeza, profana, mendiga, mundana, atea, pagana. Besarían su cruz de plata y seguirían viviendo su vida entre los edificios de quince plantas y la línea matropolitana. Lo cierto es que tampoco me importa.

 

IMG_0207