Historia de unas mudanzas

Perder los calcetines no es el único problema de una mudanza.

La realidad es siempre más tosca, urgente, visceral y sucia.

Puedes acabar rompiendo los cristales de un mueble o las relaciones, porque pone a prueba la calidad del mobiliario y las relaciones. O puede ser que de todo esto se salga diferente, y uno salga zen, fortalecido, y con los bíceps de un culturista.

El tiempo de las mudanzas se estira como un chicle, pasan cinco semanas y te parece que ni siquiera has llegado a la mitad de lo que tenías que hacer, te planteas el cambio de casa por cámper, piensas en todo lo minimalista que decías que eras, pero no eres capaz de tirar cosas viejas solo porque conservan el olor del pasado.

Y sin embargo, para todo hay un punto final, también para las mudanzas.

Igual que ahora te das cuenta de que es junio, y justo el junio de hace un año entraste en un vórtice del que pensabas no ibas a salir nunca, y ahora te ves en el espejo con todo lo que habías perdido, sin querer volver a ese lugar. Si ese lugar existiera, sería una estación de metro abandonada llena de yonquis a las cinco de la mañana.

Pero en realidad estamos hablando de la mudanza. No de las que haces dentro, saludando con la mano a la Torquemada de hace uno, dos, cinco, o diez años. Llevándolas dentro pero no siendo ellas nunca más.

Hablamos de las mudanzas de cambiar tus bártulos, las vistas de tu balcón, tu balcón. El supermercado y los vecinos del ascensor. Es querer matar a toda tu familia política, especialmente a tu pareja. Es verte poniendo otra dirección a tu documento de residencia. Escribiendo, al lado, con lápìz, «casa» y que no sea algo extraño.

Mirar en los cajones, ver tus nuevos cubiertos. Usmear y pensar en situaciones futuras: Aquí estaré las tardes de lluvia con un libro, aquí pondré todos mis libros y cuadernos.

La mudanza llega cuando tenía que llegar. Para mí y para Stefano.

Para él, como una de las medallas que se pone entrando en su mediana edad, hombre adulto, hombre afirmado, hombre con cosas.

Para mí, como mi casa en mi casa. Como un lugar para no sentirme extraña. Como quien cambia el pelo en las estaciones, la cara através de los años, quien eras y quien vas a ser.

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