Dirty, noise, ants in the bathroom

Dirty, noise, ants in the bathroom

Esta persona que véis aquí no tiene mucho que ver con la que escribe.

Pero es la misma que la que escribe.

A veces me pregunto cómo voy a ser cuando tenga 35, 45, o 70 años.

Estoy segura de que voy a seguir cambiando, y esto me llena de emoción. Porque quiero vivir para verlo, para ver los cambios que el viento, el sol y la lluvia tienen reservados en forma de arrugas en mi cara, y también esa confianza ciega en que la Irene del medio siglo va a llevar una maleta llena de herramientas, objetos y souvenirs. Llena hasta los topes, con tanto extra de peso en Ryanair. Y va a ser increíble cuando llegue a ese momento. También va a ser increíble el camino.

Por eso la serenidad es importante. Desde esa imagen hasta mi presente han pasado 6 años durísimos con un trabajo personal para conseguirla. Creo que estoy en un buen punto. Al mismo tiempo, me encanta que también la que era en el pasado me enseñe algo.

En ese momento, pongámonos en el 2013. Padova. En realidad, Malta. Dirty, noise, ants in the bathroom. Los comentarios de booking como definición de nuestra propia vida. Y era realmente así, algo caótico y colorido lleno de reflejos de mar en la piel más blanca que he tenido nunca (todo gracias a la Pianura Padana y su clima de nieve hasta Mayo). Mi imagen, mi concepción sobre la vida que llevaba, aquí alcanzó su punto más alto. Tenía tanta confianza en mi presente y mi futuro, fue el momento en el que más me dediqué a soñar. Y mis sueños eran mucho más normales que mis aventuras italianas. El surrealismo al que dediqué mi vida me hizo tan fuerte que ahora me pregunto cómo fue capaz de pasar por tantas situaciones sin venirme abajo (nota mental, Irene del presente, ¿te dejaste el optimismo en el norte del país?). Igualmente, esa chica estaba confiada, aunque aún no sabía quien era, tenía seguridad, aunque aún no sabía lo que quería, y soñaba a lo grande, aunque no tenía nada que hubiera hecho por si misma.

En perspectiva, eso es genial. Cojo lo mejor de ella y lo mejor de mí ahora y hago un cóctel explosivo. Aquí entra tambien el Body Positive, mi estrenado brand new pragmatismo, mis ganas de sentirme como ella en ese barco lleno de viento, pero con las condiciones mezcladas de paz interior que ahí me faltaban.

Coger perspectiva, y carrerilla. Esa es la clave. Por eso preparo para mia alumnos las diferencias entre el presente, el indefinido y el futuro. Porque todo vale, Porque todo sirve. Porque es fundamental.

Fuera, el ruido

Creo en nosotros más de lo que creo en mi, aunque tu crees por los dos tantas veces. Creo que la dependencia psicológica tiene que ver con todo esto como el chocolate a la planta del cacao. Y nosotros estamos en esa miscelánea, pura, y amarga. Creo que las cosas últimamente nos han ido (por separado, en nuestras propias circunstancias, nuestra creación de las personas que somos cada uno de los dos cuando no somos nosotros) bastante mal y bastante bien en mucho sentidos. Y por eso cuando todo lo periférico va hacia abajo, cuesta abajo y sin frenos en el cansancio de la vida, del trabajo, de las cincuenta bacterias y virus que decidieron inundar mi cuerpo en los últimos tres meses, ahí estamos nosotros, a veces molestos con la vida y nosotros mismos, a veces aferrados a la esperanza que nos dan nuestros sueños de futuro. Un futuro que ya no soñamos utópico, con las macetas del azféizar de una ventana que nunca nos podremos permitir. Un futuro que ahora soñamos ridimensionado, en el oro de lo que ya tenemos. La luz, el tiempo libre, la tramontana.

Ahora soy un Van Goth con un pitido constante. Me tiene siempre alerta y con las armas en el hombro. Me encuentra exhausta, preguntándome cómo una tercera criatura podría ser añadida a la ecuación mientras lavo los platos. Pensando, no es posible. Soy demasiado egoista para que aquí esté todo. Giro el metro de esquina que separa mi pasillo cocina de tu cara cansada. Y cambio de idea. Creo en tí porque eres y estñas y también porque tú crees en nosotros. Y tienes la palabra lúcida incluso cuando estás a 38 grados de temperatura. Incluso cuando cerramos la verja de la casa y el viento y las dificultades nos aislan en un cuarto en el que muchas veces el aire está viciado. Para eso sirve la tramontana en el oído otítico. Para sufrir. Pero también para no dejarse vencer por el cansancio, para estar aún despierto.

Estamos despiertos. Estamos vivos.

¿Te acuerdas cuando estaba más deprimida de lo que nunca he estado desde que te conozco? Entonces yo no veía el color del mar al que me llevaste, la luz que entraba entre las rocas mientras atardecía. Entonces yo estaba demasiado ofuscada, demasiado encerrada en mis demonios y mis lorzas aunque el verano ya estaba llamando a la puerta. Fue un periodo horrible, y cambió el futuro de un modo alucinante. Ahora esa parte de mi vida es brillante y llena de esperanzas. Así que espero que lo que tenga que venir ahora vaya a ser estrepitoso, y este agujero negro sea sólo otro de esos cambios de rasante que utilizo para impulsarme hasta el cielo. Para ver (aún) más claro de lo que este último año está haciendo conmigo. Estamos. Y estamos tan lúcidos ahora. Cansados, débiles, llenos de gripe. Pero estamos tan seguros que este credo lo recitamos al unísono, entre las sábanas, mientras se recuperan las fuerzas para seguir cansándonos.

 

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La generación de los blanditos

o por qué la gente sigue haciéndo niños sin pensarlo demasiado.

Quiero saber lo que piensa la gente de no tener hijos.

Tener hijo para hacer un mini yo es algo que creo que se nos está yendo mucho de las manos. Lógicamente hace 100 años las mujeres lo hacían porque «era lo que había que hacer» y porque mujer y madre venía a ser prácticamente lo mismo.

Pero ¿ahora qué?

Érase una vez mi amor por trabajar con niños, por la educación. Mi pasión por todo lo que entiende campamentos y scouts, educación Montessoriana, educación en valores, educación alternativa o simplemente el arte del ocio y de las decisiones de tus hijos como libertad y alas para ellos. Me convertí en la abanderada de todas las franjas de edad en tiendas de campaña y haciéndo deportes, con todo lo que ello enseña. De volver a los niños reales y a subirnos a los árboles.

Y precisamente fueron los árboles los que me dieron una perspectiva muy distinta.

He trabajado con canoas, con campamentos, con asociaciones culturales. En la escuela. Y todo tipo de niños, de cualquier condición y edad, han absorbido algo de mi pasión por mostrarles las posibilidades de su cuerpo y su creatividad. Y sin embargo, en todas las situaciones, los niños y yo nos encontrábamos en un entorno sin padres, donde el niño estaba solo consigo mismo (y conmigo, claro).

Esto parece una tontería pero es fundamental.

Porque cuando me fui a trabajar en un parque multiaventura donde los padres acompañaban (desde abajo) el recorrido que hacían sus niños entre los árboles, la situación cambiaba muchísimo. La generación de niños blanditos que no saben abrir un mosquetón ni subirse a un árbol no me paro a comentarla. Voy directamente a las situaciones padre-hijo que he presenciado:

Ejemplo 1: Niños en competición mientras ambos padres les jalean. El niño más lento o el que tiene miedo en un momento determinado es la vergüenza para el padre, el padre insulta el niño mientras éste se muestra paralizado por el miedo y la frustración de no atender a las expectativas de su padre a 5 metros de altura.

Tambien la otra cara de la moneda, ejemplo 2: niños sobreprotegidos que antes de empezar han dicho 30 veces que no son capaces de hacerlo y sus madres les miman y potencian sus lloros y crisis por haber subido a dos escalones del suelo. «Pobrecito, es pequeño» justifican. Y el niño en cuestión tiene 11 años y no tiene la capacidad de meter un mosquetón en un cable para hacer una tirolina a un metro del suelo en completa seguridad. Igual el niño no es pequeño, igual estamos educando de manera equivocada.

Niños «preparadisimos» para la vida gracias a padres impreparados. He vito una legión de padres que no parecían padres, que parecían frustrados, cansados,  resignados, que daban la sensación haber elegido la profesión de padres porque era el paso sucesivo al matrimonio, porque tocaba (la crisis de los 30-40), o peor aún, para crear una pequeña muestra, en frasquito pequeñito, de sus gustos y frustraciones.

Porque esto es algo que hacemos todos, sin excepción.

Algunos lo hacen de forma sobreexpuesta y exagerada, cuando quiere un Messi, una bailarina, o una modelo que alimente y suavice sus frustraciones. Y otros aparentemente sin maldad intencionada, cuando queremos darle la educación que nosotros creemos adecuada, sin saber si tu amor por la naturaleza y el deporte será también el suyo, o él preferirá jugar al ajedrez y tumbarse a la bartola. Sin saber si el colegio católico será una opción aecuada para tu futuro hijo anarca, o si la elección de un instrumento es fundamental para un niño al que le apasionará cazar sapos en el río y mancharse de barro hasta la frente. Elegimos por nuestos niños antes de conocerlos, y cómo podemos estar seguros de que será la mejor opción para ellos. Les buscamos las siete semejanzas apenas nacen, adjudicandonos su nariz rechoncha o el gesto con el que duerme, y me pregunto si seremos capaz de quererle igualmente si este niño de familia trotamundos vegana no saldrá de su ciudad en la vida y querrá dedicar su vida a la investigación de la cría de langostas. ¿Será el niño bien o mal educado según cumpla las expectativas o sea compatible con nuestras ideas?

El problema de esta generación de niños son los padres. Y menos mal que existen los contraceptivos. Porque deberían explicar en el colegio la responsabilidad de traer una persona al mundo. Primero, por el mundo de mierda que gracias a nuestras acciones le proponemos ahora mismo, y segundo, porque antes de hacer un niño, deberíamos ser completos nosotros mismos. Aún más que todo ese rollo de quiérete a tí mismo antes que a los demás. Con un hijo eso se magnifica hasta el infinito.

Por eso he pasado del «que guay, quiero ser madre joven» al «si llega el momento lo seré conscientemente»

Porque no sé si estoy preparada para traer a un mundo (lleno de mierda, antibióticos y contaminación) un alma libre y dejarle que lo sea sin mis ideas sobre lo que quiera enseñarle. Porque hay muchas cosas que tengo completar en mi vida para poder darle la posibilidad  y las oportunidades (sin tocar el tema monetario que eso ya sería un tema aparte).  Y basta ya de hablar de egoísmo. «Es normal que ahora se tengan menos hijos, porque es un sacrificio y la gente quiere solo vaguear» «Claro que ahora las madres son viejas porque quieren divertirse y no sentar la cabeza» «Qué egoístas esos padres, que cuando el niño tenga veinte ya tendrán casi sesenta».

Vamos a ver si miramos las cosas de un modo menos anacrónico. Mi egoísmo es el de sentar la cabeza a los veintidós, pero igual no tener un hijo nunca. Mi egoísmo es el de entender que los padres «viejos» que he conocido superan con creces a los niños que se vuelven padres a los 25 o al los 30.  Primero por la inmadurez que tenemos con 25 y 30.
Y segundo, para los hijos, porque si una mujer decide tener un hijo después de poner en orden su carrera profesional, su situación económica, y vivir su vida de pareja o en solitario como quiere hasta sentirse preparada para semejante evento importante, desconcertante, abrumador y asombroso, lo único que hay que hacer es aplaudir, porque seguramente no tendrá las taras de quien no se ha formado y busca solo «lo que toca».

Voy a comparar a niños con tortugas por la de veces que se escucha eso de «Mi hijo es lo mejor de mi vida pero igual en ese momento o si lo hubiera pensado más no lo hubiera tenido». Yo tengo dos tortugas muy simpáticas pero si antes de comprarlas hubiera sabido que se volvían grandes como ballenas y que cagaban tanto y olían fatal pues igual tampoco las hubiera tenido. Al final es lo mismo, la desinformación, el tirarse a la piscina sin abarcar (lo inarbacable) la magnitud del asunto.

Es increíble todo lo que me gusta el tema de la educación y las pocas ganas que tengo de ver niños en este momento. Estoy yendo por los derroteros de mí misma, que son fundamentales para mi vida y la posibilidad futura de ser madre, si llega ese momento. Me escudo (como si me pudiera paragonar) informándome sobre cosas como por ejemplo: ¿Cuántos escritores no tuvieron descendencia? Estaría bien tener la posibilidad de hablar de esto con Jane Austen, las Hermanas Brönte, Lewis Carol o Quino.

 

La chispa adecuada:

http://quemerecomendaspara.blogspot.com/2015/03/escritores-de-libros-para-chicos-que-no.html

Fueguitos

Hay ciertas cosas que te mueven por dentro, que encienden un fuego en una parte recondita (tienes que avivar ese fuego, recordarlo, evitar que se apague).

Comprender que de cualquier siuación la primera parte es tu cuerpo que intenta frenarte, intenta que no lo hagas (por la superviviencia, y eso). Y entonces se desencadenan las inseguridades, los miedos, y la incomodidad de lo nuevo y las primeras veces.

Después de esa etapa de mierda el mundo vuelve a brillar y todo es maravilloso.

Creí que seria una aventurera de las que no tienen casa, una conocedora del mundo, una viajera. Y resulta que soy todo lo contrario a eso. Algunas capacidades me faltan, porque no las he entrenado y se han adormecido, otras son características con las que yo he nacido y lugares donde me gusta acurrucarme, sin pensar mas adelante si sería feliz en cualquier otra parte. Soy feliz ahora, ¿para qué necesito cambiar el paisaje?

Sin embargo, lo reconozco, el ying yang de los acontecimientos necesita que metas sacos en ambos lados de la balanza. Y que mientras trabajas contigo misma la escritura, la enseñanza o las ideas extravagantes sobre la comida y tu cuerpo, también lo hagas en lo que se respecta al miedo a la soledad, la tolerancia y la elasticidad a las situaciones que no conoces, donde los saltos al vacio son una orden del día, y no una pesadilla, y donde empujarte al límite para crear una versión de tí misma más libre sea algo tan fundamental como aquello que te llevas a la boca.

Por eso me da esperanza el hecho de que todo o casi todo sea algo que, llevemos dentro o no, puede ser instruido, repetido y convertido en un hábito. Porque con todas las faltas que tengo en tantas características (que parece que mientras aprendo la vida adulta y encuentro mi equilibrio se me va olvidando lo que me componía cuando no tenía la cabeza encima de los hombros, aunque no haya pasado mucho desde entonces) es un alivio saber que no esta todo perdido si se sabe que esta todo perdido y se puede empezar de nuevo.

Lo importante, en cualquier caso, es que ya sea dando la vuelta al mundo en canoa o empezando un nuevo trabajo, todo se haga con dedicación, amor, pasión,  los brazos abiertos y el cerebro plástico. Porque sólo de este modo irá todo por donde tiene que ir.

Para algunos el verdadero viaje a la felicidad es descubrir nuevas tierras, para mí es tener nuevos ojos.

Todas las historias (II)

Todas las historias (II)

 (lo prometido es deuda)

Algo cambió y se fue trasformando conforme fueron avanzando los días. La simbiosis en el principio de aquella superviviencia les había consentido acampar por unas semanas, sin la necesidad de ser nómadas, sin tener que borrar las huellas y los rastros de leña que usaban para calentarse. De día dejaban el macuto dentro de la corteza hueca de un árbol marchito y de noche hacían turnos mientras el otro dormía en el jubón. Era un simple mecanismo para apartar bestias y peligros.

Había sido así desde hace algunos días, pero últimamente ella notaba que algo había cambiado. Casi no había palabras durante el almuerzo. Cada uno dedicaba los tiempos muertos a limpiar su armas en silencio. La caza era siempre por separado, y en ella, Trincea coría por el bosque con rabia y sin cuidado, preocupada sólo por llegar lo suficientemente cansada al campamento, aunque sin presa. Se había acostumbrado a tener una cena cazada por él, algún pez de riachuelo o unos conejos. Ya no quedaba mucho de la incertidumbre.

Esto llenaba de rabia sus pulmones. Si la rabia venía de él o del bosque no importaba, la tomaba con aquel lento compañero. Le empezó a molestar el chasquido cacofónico y rítmico que fabricaba con las piedras al hacer fuego, los murmullos de palabras incomprensivas mientras dormía, su mirada buscando explicaciones en los ojos de Trincea.  No sabía cuantas lunas habían pasado desde que ella le enseñó a pintar con sangre de animal las cortezas de los árboles para no perderse, y él le había enseñado los mapas de las estrellas. Se seguía sintiéndo estúpida cuando insistía en enseñarle a separar la piel del animal a tirones, y ella era incapaz de habituarse a aquellos movimientos, como si el alma de aquella inocente presa se escapara por el aire en aquel momento. Todo aquello que en un primer instante había parecido innovativo ahora le parecía banal y exagerado, porque cada uno veía distintos colores en el atardecer y el campamento se había convertido en una pantomina de lo que eran ellos: supervivientes.

La culpa de todo la tenía el sedentarismo. Ella no pidió ser ligada a las raíces de la tierra ni a ningún ser viviente en particular. Por esto, las noches dejó de vigilar y montar guardia y comenzó a pasearse adrenalínica en la penumbra del monte.

Un día se encontró un claro de helechos, y después de dejarlos medio calvos descargando su furia contra las plantas se dejó caer contra el pino más cercano. Le llegaban los indescifrales y conocidos sonidos de Jairo entre sueños, a unos metros de allí.Confundía el apacible sonido del cerro, la confundía a ella también. Comenzó a rasgar la corteza con enfado, con fruición, con rabia…

Te puse en antecedentes, Jairo, querido. Eso fue lo que pasó, con toda esta parafernalia de narrador omnisciente. El resto ya lo sabes, rasqué la corteza del árbol hasta que el agujero fue lo suficientemente grande como para que cupieran mis hombros. Si yo hubiera sabido lo que me esperaba del otro lado tal vez no me hubiera puesto tan melodramática, arañando estas puertas a otros mundos. Tal vez no hubiera desaparecido por el buco tempoespacial tan pronto, me hubiera quedado más en la comodidad del monte.

Pero la vida real y las circunstancias a veces te llaman con una voz tan ruidosa, sonora, potente y seductora que la poesía y todos sus sucedáneos se quedan como attrezzo de las vicisitudes, a veces incluso llegan a desaparecer.

Decía siempre (me decía a mí misma) que alguna vez me iría sin quedarme y aquí me veo, en otra montaña, diseñando mi casa entre palmeras y naranjos. No pude pensar en los demás mientras me lanzaba al vacío porque nunca dije que sería una compañera de viaje de nadie hasta ahora y ambos sabíamos que contábamos con la independencia de la literatura también por separado.

¿Te acuerdas del día que cumpliste 40 años y te llegó aquella carta mientras ibas a buscar a tu hija a la escuela? No, claro que no, porque aún no los has cumplido, pero tampoco tengas muchas esperanzas en recibirla, porque ya te estoy escribiendo esta, y puede que en lo que llegamos a viejos y cuarentones se nos olvide mandarlas, o pierdas la dirección y estemos ya tan lejos y en otros países de los que nos habremos ya olvidado hasta el nombre.

 

Qué hice el último mes.

Qué hice el último mes.

Internet es un arma y una herramienta espectacular. Es algo que va más allá de lo que nosotros podemos abarcar. Hoy en día no podemos viajar, cocinar, hacer deporte, aprender algo, divertirnos, hacer amigos, leer o comprar sin internet. Entre otras muchas cosas.

Esto no es una parrafada resumiendo los últimos documentales que he visto. Aunque sí tengo que decir que los libros y los documentales tienen un efecto espasmótico sobre mí. Después de leer La enzima prodigiosa y de ver Cowspiracy me volví vegana, hace un año. Después de ver Lo and Behold y Live in Public tomo esta decisión. O soy muy impresionable o verdaderamente necesitamos no dejar nunca de aprender y abrir los ojos hacia algunas cosas. Lógicamente la experiencia de vida y las circunstancias marcan el inicio de ciertas reflexiones que encuentran el sustento en los libros y documentales que utilizas para profundizar en el argumento. Como decir que El estudio de China es mi libro de cabecera en el que reencuentro algunos de mis motivos y la fuerza para continuar a decir que no al 30 % de los alimentos.

No hay nada que no empiece con las sensaciones vividas en tu propia carne.

Y por eso de aquí en adelante no tendré ni twitter, ni facebook, ni instagram.

No quiero que ningún conocido del colegio o de la universidad me busque una tarde de domingo para ver cómo se ha desenvuelto la vida de mis últimos cinco años a través de mis fotos de perfil. No quiero que ni él ni otros puedan comparar mi vida con la suya para ver quién ha llegado más alto, quién es más feliz, quién se mantuvo en forma y con menos arrugas.

No quiero conocer a una persona en bicicleta y que me llegue una petición de amistad después de haberle dicho sólo mi nombre (sobretodo, porque con el casco y las gafas uno es irreconocible). Y que necesite mi instagram para saber cómo es mi cara sin elementos ciclisticos o para saber si tengo pareja.

No quiero desear las vidas (las porciones irreales de vidas) que mostramos en estas redes sociales. Donde tan pronto desearé vivir en Australia y comer fruta de la pasión con veinte kilos menos de los míos, como ir a Noruega en pleno invierno a beber chocolate caliente después de esquiar. No quiero desear trozos de vida que no existen en lugar de vivir la mía, que es real.

No quiero ser yo la que se compare. La que diga que soy demasiado joven o demasiado vieja para __. La que se pregunta si las circunstancias hubieran cambiado mi presente hacia uno mejor o peor. No quiero pensar que mis costumbres, mis aficiones, mis horarios y mis principios son justos o erróneos.

No quiero que una pantalla se adapte a mí. No quiero adaptar mi vida a una pantalla, unas canciones, unas frases, unas fotos de perfil. No quiero verme en las situaciones bellas y cotidianas de mi vida pensando en enseñarselo a un agujero negro sin identidad en lugar de vivirlo.

Cuando cumplí dieciséis años, me ví toda la serie de Al salir de clase. Yo soy una millenial, como se dice ahora, y no una chica de los ochenta. Lo cierto es que la comunicación, la relación humana, las sensaciones encontradas en tantas circunstancias me parecían mucho más reales en mi primera infancia que en mi juventud, cuando el facebook o el twitter o el fotolog, el blogspot o el youtube marcaban la interferencia entre la realidad y el personaje. Siempre pensé que me hubiera gustado vivir en aquella época de Al salir de clase, cuando los jóvenes se llamaban por telefono y enredaban el cable entre los dedos. Cuando se quedaba, y se hacían cosas. Y tu tenías la sensación de estar en el momento presente, sin interferencias. Algunos dirán que la tecnología es progreso, pero es un arma de doble filo, aunque sea banal decirlo.

Yo pienso que el progreso, o mejor dicho, el futuro, sólo es posible a través de la involución. Tenemos que recular como especie para evitar cargarnos todo lo bueno que nos queda en los próximos cincuenta años.

Tenemos que volver a alimentarnos con semillas, cereales, hortalizas y frutas, en lugar de alimentar a los animales con los cereales que salvarían al planeta de la hambruna.

Tenemos que volver a hacer pan, a cocinar comida real, a tratar nuestro cuerpo como un templo, para evitar las enfermedades que se derivan de los químicos y de la ausencia de nutrientes del 90 % de lo que hay en un supermercado.

Tenemos que inverir más en alimentos reales y menos en medicinas.

Tenemos que dejar de destruir ecosistemas y fauna.

Tenemos que volver a la autoproducción, a sentir el valor de las cosas a través del esfuerzo. Creo que algo que no requiere esfuerzo no te da la felicidad. Comer cuando tenemos hambre, dormir cuando estamos cansados, amar cuando hemos echado de menos y ducharnos cuando hemos sudado. Son los momentos en los que el ser humano se siente más animal, más humano, y más libre.

Tenemos, sobretodo, que vivir la vida que tenemos, y no las proyecciones de vida de los otros. La televisión basura, el mundo conectado que nos hace cada vez más solos. Dejar de etiquetar las cosas, no meternos más en casillas para sentirnos aceptados por parte de algo que nos pide todo y no nos da nada a cambio. Reducir horas de televisión, reducir pertenencias, reducir amigos, reducir deseos, reducir horas y horas de información delante de nuestros ojos. Reducir la sobreinformación.

Internet es la sobreinformación, la que hace que tú mismo ya no puedas elegir qué quieres buscar, leer, ver. La que te presenta todos los deseos que nunca podrás tener, el portal de la insatisfacción, la que te aleja de tu presente. Tenemos tantos amigos, tantas opciones, tantos sitios a los que ir, tantas cosas que hacer, y tanto que trabajar para conseguir esos estúpidos sueños prefabricados que nos hemos abrumado, y nos hemos quedado sin amigos, y sin querer estar con uno mismo. Sin opciones, porque ninguna es lo suficientemente buena comparada con otras que hemos visto o escuchado. Sin sitios a los que ir porque no estamos en el sitio en el que realmente estamos, no lo vemos, no lo agradecemos, no lo vivimos. Sin cosas que hacer porque a la larga lista de obligaciones se interpone la interferencia de la bandeja de facebook o el Candy Crush. Y sin sueños porque lo que soñamos es ficticio e irreal. Y tu sueño primigenio se te antoja pobre y simplista.

Para mi el progreso es decrecer, reducir, disminuir. Volver.

Es estar en el momento de ahora, con las nuevas horas de vida que se te ponen delante cuando eliminas las redes sociales (y te das cuenta de la cantidad de tiempo que pasabas en su compañía improductiva). Es vivir la vida que tienes, hasta verla sin los ojos de las expectativas. Sentirla tal y como es, y aceptarla. Aceptarte a tí mismo, aceptar tus elecciones, amar tus elecciones, y darles el valor real que tienen. Odio las frases rollo «Todo llega a quien sabe esperar» como si tu no tuvieras el control sobre tu felicidad. No es que nada va a llegar, es que ya ha llegado. Se trata de amar la vida que tienes. Y para eso creo que es necesario no dejarse influir, condicionar, comparar ni frustrar con las pequeñas piezas de la vida de los otros. Sobretodo si se nos muestran en bandejas de plata y tags.

He pasado un mes sin instagram, varios sin facebook, y me he dado cuenta de que he ganado en tiempo, en presencia, en felicidad, y he concluido y he hecho cosas que realmente quería hacer. Tengo sueños, deseos, proyectos. Pero todos ellos corresponden a mi vida real, conviven con las circunstancias que me rodean y son parte del camino que me compone. Un camino que, si me dejara influenciar por las redes sociales sería simple, retrógrado, doblegado, desaprovechado,  resignado, tradicionalista, y prematuro. Y que para mí lo fue hasta que apagué la conexión entre lo que esperaba de mi vida fantaseando con toda aquella sobreinformación y lo que me hacían entender que era el sueño real. Que para mí comenzó a ser el camino justo, ideal, y con sentido cuando me limité a vivirlo en el presente y a verlo con los ojos reales.

Me voy a la vida real, a la que tengo, a la que amo, a vivirla. A exprimirla con la fuerza que no me roba la publicidad y los cánones de vida perfecta. A pensar en mis prioridades como válidas y diversas del resto de los mortales, sin que esto sea un problema. Me voy a concentrar en mis principios, a decrecer, a reducir, a agradecer, y a cuidarme. Internet me estará esperando sólo para escribir o buscar recetas nuevas. Es estupendo saber que se acabó lo de cotillear y juzgar a gente, y que ya nadie podrá cotillear y juzgarte a ti, ni siquiera tú mismo.

 

Recomiendo enormemente:

  • Documentales : Cowspiracy, Meat the truth, Food Inc, (nutrición) Lo and Behold, We live in Public (internet) .
  • Libros: El estudio de China – Dr T.Colin Campbell, La enzima prodigiosa – Hiromi Shinya, Simplify – Joshua Becker.
  • Próximas lecturas: La vida líquida- Zygmunt Bauman, Los no lugares – Marc Augé.

Dejé-de-Esperar-Cosas-de-la-Vida-y-Empezaron-a-Suceder-Milagros1

Me acabo de quedar sin trabajo

y estoy de vacaciones.

Considero el día que te quedas sin trabajo no aquel en el que echas la persiana por última vez, más bien ese en el que te dan el dinero, lo comido por lo servido, te desean suerte, las santas pascuas y adios.
Ese momento en el que el “aqui hemos sido todos amigos” se rompe, porque la negociación entre las dos partes ha llegado a su pico máximo, uno trabaja demasiado por poco, los otros ese poco no lo tienen para dártelo. Entras en la tienda aún colocando el escaparate mentalmente y sales de manera anónima. El señor que te cruzas un segundo más tarde no lo sabe, pero te acabas de quedar sin trabajo.

Te acabas de quedar sin trabajo, y más que estos nubarrones sobre tu cabeza te sientes más ligera que la tramontana. Te acabas de quitar la baldosa que te mantenía quieta de manera obligada en un sitio durante ocho horas de un día que no vuelve y los grilletes a los tobillos que arrastras pesados cuando no te encuentras bien e igualmente tienes que dar el pego y buena cara ante el cliente.
Si mi padre lee esto me mata, en el mundo no hay nada peor que quedarse sin trabajo.

El trabajo, como todo bajo la crisis, se reduce.
Y tu eres la seleccionada e invitada a quedarte en casa, con tu poca experiencia bajo el brazo, pero sin esa cara de pasmarote.
Desde luego no me siento desafortunada por no tener trabajo. Por no tener ese, uno de los millones trabajos de mierda, una de las muchas veces que he tragado meses de crisis por pasar por el aro. Algunos trabajos tienen un precio más alto que tu sueldo.

Con mi dinero en el bolsillo, me creo un plan de vida frugal y ahorro absoluto para que nunca se acaben los papeles que nos tienen sentados en la silla, produciendo produciendo produciendo.
Y me recuerdo mi plan del 2017 o de aquí en adelante para no volverme a ver sentada en ella con agarrada con las cuerdas que estaban deteriorando el 90 % restante de mi vida.
Porque creo que el trabajo, como todo, no es una cuestión de qué haces, si no más bien durante cuánto tiempo lo haces, en qué horas, y sobretodo, si el resultado es equilibrado al valor que das a tu tiempo.

Si pienso que un día que se va no vuelve, mi tiempo es oro y nadie podría ni siquiera pensar en darme una cifra para pagarlo. 20 euros para mí antes no eran na de na, ahora son 4 horas muertas de frío en mi último trabajo de mierda. En 4 horas tengo tantas cosas que hacer con mi vida que prefiero no comprarme ese jersey en h&m por 19,99.

¿Entiendes por donde van los tiros?
Por ahi van los tiros. Por el callarse toda esta reflexión y poner en marcha la maquinaria que llevo horas horas de trabajo mal pagado dando vueltas en el taburete. Por empezar a hacer algo destrangis, por lo bajinis, para que la vida real, moderna, tal y como la conocemos hoy y “como debe ser” no se dé cuenta. Para potenciar una economía tan sumergida que empieza y acaba en mis manos. Y para que el tiempo tenga el valor infinito y cueste el dinero que yo quiera no gastarme. ¿Estaré delirando?

Por ahi van los tiros mientras me zumban los oidos en cada comida con los suegros y cada llamada telefonica. Cada vez que me encuentre con conocidos y me pregunten qué es lo que estoy haciendo con mi vida y quiera responder “con mi vida muchas cosas, pero no me pagan por ello” y tenga que decir que “aún no trabajo”. Cada vez que una de aquellas personas me siga proponiendo otro trabajo de mierda “para mantenerme ocupada” como si la pobre Irene se pasara las mañanitas mano sobre mano a esperar que llegara su maridito del trabajo, como si tuviera la cabeza vacía y no llena de la vida que quiero.

Esta es la vida que yo quiero, aquí me ha conducido y aquí me quedo. Construyo mi casa entre palmeras y potajes, constituyendo la virtud de hacer con mi tiempo lo que me da la santa y real gana. Porque para mantenerme ocupada tengo un millón de pruebas que voy a hacer en estos días de agradecimiento. En estos días en los que me siento de vacaciones y en verdad es la vida, que me ha regalado las horas de cada dia para vivirlas.

Creo que de momento tengo el mejor sueldo del mundo. O al menos yo así lo entiendo.

 

Esta es la primera entrada de mis reflexiones del 2017, que entrarán todas en un cajoncito que llamaré 365 días de agradecimiento. El 2016 fue el año de la decisión consciente, la elección más grande y difícil que hice en mi vida y que merece la pena cada segundo de la misma.  Ahora la consciencia de los días la quiero vivir tambien con agradecimiento, para ser capaz de ver que todo lo que necesitamos ya está aquí porque estamos vivos.

Jugar

Feliz Noviembre.

En la vida, ante todo, no hay que perder la capacidad de jugar. No veo la hora de que llegue enero y tener la disponibilidad para jugar todo el día (de nuevo, nunca pensé que diría esto). Porque cuando tienes 18 años no sabes qué juego es el más adapto a ti, y te dedicas a jugar con cosas tan pequeñas y superficiales que luego serán los «mejores»recuerdos de una vida de tropezarse y darse de tumbos contra las paredes porque quieres estar con todos menos contigo misma ( o igual sois afortunados y no la cagáis tanto como yo lo hice por entonces).

Pero cuando vas creciendo, y te agota el trabajo, te agotan las necesidades, las obligaciones, las cosas que hacer, y se te agota el tiempo (sobretodo cuando se te agota el tiempo) descubres, o más bien, comienzas a poder entrever algunos de tus juegos favoritos. Y no ves la hora de llegar a casa después de hacer todas las cosas que se supone que uno debe hacer en su vida para jugar a esos nuevos juegos que te estas inventando. Que los románticos llaman sueños, los prácticos proyectos, los ambiciosos objetivos y los totalitarios vida. A mí me gusta llamarlo juego, porque creo que lo fundamental es la sensación de placidez y diversión que se encuentra cuando lo haces, y la sensación de que el tiempo vuela (porque lo hemos pasado bien).

Así que, en este orden de cosas, en el que vamos conformando nuestro batiburrillo, me doy cuenta de que cuanto más reflexiono y perfilo algunos de los trazos que me gustaría añadir a mi jornada, más tranquila me siento, y menos me preocupa el qué pasará, la forma con la que ganaré dinero, la forma en la que biengastaré las ocho horas de vida diaria que ahora paso en un negocio esperando que venga un cliente a dirigirme la palabra. Y la tragedia será ninguneada, y tan distante de mi posición de hace un año, que no veré el momento de que todo eso se acabe para 1) convertirme en la mujer espacial y que toda la rareza que me caracterizaba y que me hacía sentir tan extraña respecto a los propósitos de vida y carrera de la gente desaparezca con la tranquilidad mental que está llegando y 2)no parar de jugar en todo el día.

 

 

 

Los días de la semana

Los días de la semana

Odio la diferencia entre el domingo y el lunes. La odio tanto que el domingo por la tarde me angustio ante la perspectiva del lunes y las horas que voy a pasar corriendo y haciendo cosas que tengoquehacer porque lotengoquehacer. Esto me da bastante malestar (y en qué pensar). No querría que fuera así. No quiero que el domingo sea el día espectacular de la semana y entre semana encuentre momentos espectaculares mientras me dedico a hacer cosas. Sé que quiero una utopía pero estoy intentando llevar mi vida hacia ese domingo que dure toda la semana.

Hace unos meses no habría dicho esto ni de coña.

Hace unos meses me encantaba la posibilidad de estar ocupada, tener tantas cosas que hacer, tantos planes y proyectos. Ahora la acumulación de cosas me da un dolor de cabeza que ya me ha dejado K.O. un lunes a las 16:17 de la tarde. Y es que creo que el problema es que estoy confundiendo conceptos.

Yo no soy una persona calma, serena,que hace pocas cosas y con mucha pachorra. Yo nací con un petardo en el culo, y el correr de aquí para allá, enlazando unas acciones con otras y momentos con planes me parecía lo mejor y lo más acorde con mi forma de ver el mundo: «aprovechaba los días». Sin embargo, después del verano odioso, estresante, que he tenido, en el que he visto mis horas de tiempo libre o de vida reducidísimas, he reflexionado mucho sobre la disposición de nuestro tiempo, y de cómo el mero hecho de tenerlo reducido a la minima expresión produce unos colapsos mentales que repercuten a nivel psicológico, emocional, y físico. No quiero que sea así el resto de mi vida.

Aunque ahora la cantidad de trabajo se ha reducido tremendamente, cuando algunos días hay un par de cosas extra que se deben inserir a la jornada, siento que me sale humo por las orejas, y el pensar «y que me de tiempo a esto» o mientras hago una cosa pensar a la sucesiva, me produce un agotamiento mental y un malestar físico que hace que últimamente esté sintiendo como una vocecita de alarma.

Por eso creo que la confusión de conceptos es ésta: ser dinámico no es estar ocupado. Ser activo no es lo mismo que estar estresado. Y sobretodo, lo que en el mundo de hoy en día se considera super cool que es tener la agenda llena de cosas que hacer es en verdad una pesadilla que te consume para hacer cosas y más cosas en lugar de vivir.

El domingo, mi día libre del trabajo, es el día más feliz del mundo. No tengo obligaciones, horarios, quehaceres, y tengo horas, luz, sol, y una pareja para disfrutar de una jornada en la que no tengo ni idea de qué sucederá. La incertidumbre en esos días es algo fascinante.

Aspiro a crearme una vida en la que todos los días sean domingo.

Ya estoy oyendo la voz de mi madre que me dice «Si todos los días son así, acabarás aburriendote y dejará de ser el día especial porque todos los días serán iguales». Respecto a lo primero, mi cabeza es un hervidero de ideas, de cosas que aprender, reflexiones que convertir en proyectos y tiempo que llenar de vida. Respecto a lo segundo, creo que el verdadero desafío de la vida consiste en hacer de cada día un día especial. Y a la gente no le gusta tener que enfrentarse con el amigo tiempo, con el hecho de que la felicidad se la deba construir uno, porque es más fácil y preferible decir «he tenido un mal día por todos estos factores externos» o «no he tenido un minuto de tiempo, por todas las cosas que tenía que hacer». Todas las cosas que tenía que hacer en vez de vivir.

Y con esto no quiero decir que me quiera dedicar a que alguien me mantenga mientras tengo las vacaciones eternas. Porque mientras viva bajo un techo alguien tendrá que llevar las cosas básicas que suceden cuando construyes un hogar, hacer de ama de casa en palabras pobre, y eso ya debería de ser un trabajo. Pero además, porque deseo trabajar, realizarme en la medida de lo posible y crearme yo misma ese trabajo. Un trabajo que, en contraposición a la situación actual, no me haga pensar que es lunes, con el ansia, la soledad, y el dolor de cabeza que a veces experimento. Más bien un trabajo que sea parte de mi cerebro, parte de mi corazón y que lo motive y lo bombee con mis ganas. Mi trabajo será la cabra y la encina, sea lo que sea eso (lo estamos descubriendo) y será parte de mi vida, y una parte que me gustará igual que todas las otras.

Aquí podría empezar a hablar de la situación laboral de este siglo, de los nuevos modelos de autonomía económica. Pero ahora mismo tengo un dolor de cabezorro que sólo me hace reflexionar sobre el lunes que no quiero que se repita cíclicamente en mi vida.

Primeras impresiones

Escrito el 26 octubre 2016

Ayer llegó S. de visita a mi trabajo. Lo primero que me dijo era que estaba particularmente guapa.
Era mi segundo día de minimalismo en la ropa con el proyecto de 333, no había decidido qué ponerme y me había vestido sin pensar, y cuando me miré al espejo me ví completamente de mi estilo. Muy básica, muy normalita. Nada de especial. S. me vió con el moño chungo y la ropa de siempre y me dijo que que me había hecho para estar tan guapa. Lo que había sucedido es la forma en la que viví el día.
Era un día que se prospectaba muy completo y atareado, de estos días que de sólo pensarlo se te revuelven las tripas y la caca se mete para adentro del estrés.
Así que, visto que: tenía que hacer comidas y cenas, recoger toda la casa, preparar una clase ( y darla) hacer fotocopias, y pasarme 8 horas sola y encerrada llevando la tienda por primera vez, decidí tomármelo con un poco de filosofía minimalista de la que estaba siendo contagiada con el libro de Lucia Terol.

Me puse mi ropa de guerra y pasé un día estupendo porque puse en práctica las siguientes cosas:

  • Focalización, concentración: me centré en la actividad que estaba haciendo o me tocaba hacer en ese momento, sinpensar en la pila de cosas que me esperaban después. Cada cosa tuvo su tiempo y, concentrándome en hacerla la hice más rápido, con resolución e incluso disfruté de ella.
  • Tolerancia: acepté los pequeños inconvenientes que podían surgir antes de que aparecieran. Me traje libros para evitar aburrirme, no me molesté por los clientes fisgones que paseaban (siempre los hay asi que no iba a ser hoy una excepción ¿para qué enfadarse?), acepté que hubo cosas a las que por tiempo material no llegaba (hacer la cama, limpiar aquí y allá). Intenté ser lo más tolerante posible, y mi corazón estaba más tranquilo.
  • Flexibilidad: mi talón de Aquiles. Ayer no me fué nada mal. A veces soy muy rígida: NO puedo ir a cenar fuera porque no tengo dinero, NO puedo comer una pizza para cenar (NO puedo comer una pizza), NO podemos salir que después llegamos más tarde y no cojo el sueño bien, NO estoy vestida para salir, incluso estoy un poco sudada…

Ayer S., después del día ajetreado que tuvimos, me propuso ir a tomar una pizza para la cena. Y acepté, después de pensar a todos esos NOES. Porque está bien tener un estilo de vida y tener ciertas reglas y limites. Pero cuando los límites te perjudican porque LIMITAN tu tranquilidad, tu felicidad y te vuelven una persona rigida, es el momento de dar tu brazo a torcer y aprender a FLUIR. Una cosa que para mí es muy dificil porque soy muy cuadriculada en ese sentido. Por si fuera poco, la pizza tardó 35 minutos en llegar , ¡y estaba muerta de hambre! Y encima, estaba bastante quemada, y no me supo a gloria. Aún así, me concentré en pensar que eran minudeces y ahora que miro hacia atrás, ya la recuerdo como una buena serata.

No sé si todo esto procede de una influencia directa que hace que los tres primeros días después de una revelación cagues unicornios y mariposas, pero quiero trabajar sobre ello para crear un hábito y que no sea solo hoy, sino el mayor número de días posibles. Porque conozco mis defectos que siempre están ahi, y, sin embargo, nunca trabajo para limarlos.
El caso es que hoy me he vuelto a poner la ropa (esta vez si que lo he pensado un poco, porque no sabía si iba a llover o no) Y en cuanto me he visto he pensado. Aquí voy otra vez, con mi ropa preparada para todo con la que me veo guapa y me siento bien. Creo que la belleza depende mucho de la actitud con la que recoges la vida _( como estas personas que las ves y ves que emanan luz…) y si no es así, ¿cómo es que S. se dió cuenta de que tenía un gran día porque estaba “raramente” estupenda?