La lunática y sus grupos sanguíneos

La mia vita scorre come un fiume
dopo aver guidato fra le curve siamo arrivati al lago
abbiamo buttato le nostre preocupazione, galeggiano e nuotano con le trote
ancora non è stato suficente

Ora ti travesti di persona triste, di persona ingrata, di persone con il cuore legato alle caviglie, preso a calci dalla vita e dai miei piedi. Ora ti vedi guardando il mondo dalla finestra, come le signore nelle case del dicianovesimo secolo. Guardando il pezzo piccolo di mondo che ti è stato dato.

È un mondo troppo piccolo, è facile sentirsi sicura e disperata allo stesso tempo. è facile che vengano i tuoi ricordi a visitarti, i tuoi fantasmi, la tua camicia a quadretti. è inutile che tu cerchi di spazzarli come la polvere degli angoli. È inutile ricostruire un mondo che non esiste piú.

Stiamo parlando del materiale del tetto quando ancora non ho comprato la terra per costruire la mia casa. Potrei eliminare qualche porta, qualche finestra. Non posso eliminare i muri portanti. Non posso sentirmi sbagliata se piango a dirroto per aver perso qualcosa. La verità, non ho perso molto, ma ho guadagnato.

Ho guadagnato le parole che non so più congiugare, alle quali non posso mettere fine perchè si muovono costantemente tra la massa cerebrale. Le parole non servono niente, solo gli atti, ma queste parole mi tengono vestita.

Non voglio fare più la scrittrice, non ricordo più come si scrive. Voglio smettere di addobbare il mio albero di natale finto, di abbellire qualcosa che non si è ancora creato. Vorrei tornare allo esenziale. Pensare e scrivere mi sta facendo male.

La cabra y la encina ahora debería llamarse la loca y el pino, la triste y el mar, la lunática y sus grupos sanguíneos.

Un día malo lo tiene cualquiera

y por eso tienes el derecho a comer todas las guarradas que quieras
a hacer tres desayunos
cinco postres
sandwich para todos los gustos

tienes el derecho a meterte en la cama
o en el sofá a ver videos de supernanny
y todos los realities ridículos que te vacían la mente

tienes el derecho
y este es muy importante
de dejar a un lado las preocupaciones y responsabilidades
de tu dia en casa
y ver como la casa se desordena sola
e implosiona en una mezcla de migas por el suelo y polvo en las estanterías
y ropa acumulada en el cesto

y tienes el derecho
porque tu cuerpo es tuyo, y tu mente
y te piden todo eso
porque tu tienes el derecho
y tú vas primero.

Hey chica

te ves increíble.

Cuando estás enfadada sacas lo mejor de otras personas. Tu rabia te permite llegar a tus objetivos. Las líneas de tu frente son toda tu concentración.

Quizás no era todo lo que quería decir. Es el deseo de introducir nuevo vocabulario aunque sean préstamos. Te ves increíble, pero no hoy. Siempre. Siempre porque eres una persona valiosa, porque te tienes a tí misma. Tienes que empoderarte. Darte el poder y darlo a los demás.

Chica, te ves incríble, lo digo demasiado por todas las veces que me ha faltado. He tenido la suerte a mi alrededor con un montón de niñas, adolescentes, mujeres increíbles. He crecido entre mujeres, dentro de mi se ha instaurado un matriarcado. Mis amigas son genios inteligentes que mejoran el mundo de la sexualidad, la medicina y la fuerza femenina. Una tiene horas de guardias a su espalda sin perder el compañerismo, la otra se ha montado aquelarres para que nuestro fuego no se apague. La tercera es trotamundos, social y defensora de las mujeres que no saben defenderse.

En mi trabajo, día a día, he contado con todo tipo de mujeres valiosas. La que tenía depresión y otra enfermedad crónica y hacía ilustraciones maravillosas, la timideza que demostraba un carácter sensible y maravilloso. Aquella que tenía más de treinta y dejó a su novio porque no era feliz, incluso si a los treinta es dificil dejar a nadie, y su nuevo peinado es fabuloso. La que tenía una madre difícil y luchaba por no asemejarle. La que intentaba salir de la India a golpe de libros y estudios. La del trabajo de viajes para mujeres solteras e independientes. La que trabajaba, estudiaba, y se mantenía con todo a flote.

También a mi alrededor he tenido otras cosas. Las mujeres que creen estar aún en el siglo pasado, puedes sentir su envidia mal escondida. Quieres alejarte de esa vida y de todas las similares.

Y por eso te vuelves agorafóbica. Y tienes miedo social. Y mientras descubres que ya no sabes escribir, pero que ahora sabes mirar tu reflejo real en el espejo. Ya no sabes hacer que todo el mundo vaya bien para tí, pero ahora tú eres la persona justa que está contigo. Sigues comiendote el paquete de galletas, pero ahora te importa una mierda cómo sea tu cuerpo mientras que siga funcionando. No eres capaz de hacer amigos, pero la soledad es cuando estás con otra gente. Eres más intransigente, porque ahora mereces ponerte en el primer puesto.

Y de esto y aquello, has cambiado. Y en la balanza está lo bueno y lo malo de quien eres ahora. Pero ahora te estás mirando, más nítida, más tal cual eres, y te estás diciendo «hey chica, te ves increíble»

Torre quemada

Torre quemada

sta brucciando dentro di me e sono posseduta

me estoy riendo volviendo a mi casa, aunque me falten 40 minutos, 40 km o 40 años
estoy teniendo revelaciones en voz baja y todos los aniversarios

octubre mi primera herida

mi primer mes en Italia en una ciudad desierta

mi primer atardecer a las cinco de la tarde

y ahora mi primer otoño con los cinco sentidos y también el sexto: mi intuición.

Estoy intuyendo un fuego, soy el oxígeno de mi hoguera, la vuelta de infinito más dura y larga puede estar terminando. Estoy en un pedestal al que he llegado raspandome las rodillas, rajándome las muñecas.

De todo esto hablaba con dieciséis años, cuando decidí rebautizarme, sin saber que mi nombre sería premonitorio.

Una torre quemada, destruida, no se veían las vigas para volver a construirla. Unas cenizas de las que no hubiera querido hablar nunca. Un fuego interno, completamente apagado.

Había abandonado a la niña, a la adolescente, a la chica. Me había ido directamente a la anciana. Las cartas no parecían decirme nada, las llamadas eran útiles como el agua caliente. Todos intentaban romper mis cadenas y yo las volvía a atar, volvía a reventar mis heridas para crear mis cicatrices permanentes.

Aún no he terminado, ni de luchar ni de quemar. Porque la destrucción y el trauma son mi propia construcción. Sólo puedo salir de aquí quemándome.

Pero ahora me estoy preparando para la batalla. La siguiente, que no será la última. Y tengo un traje nuevo. Llevo mis colores y mis armas. Llevo el oxígeno para hacerme grande. Tengo la banda sonora de mi futuro. Aunque no lo veo, no lo he perdido. Aunque estoy quemada, estoy más y más viva.

El clavo (II)

El clavo (II)

Puede ser una señal, y casi te deslumbra.
En el dolor, no obstante, el abrazo es más rápido que un cepo.

 

Te he dejado dormir tres horas, y de vez en cuando iba a mirarte descansando, como un niño tranquilo y pequeño, sin ninguna preocupación por la cabeza. Cuando te has despertado, he inspeccionado tu cara en todos sus detalles, tratando de saber si este flaco favor de siesta larga te habría devuelto todos los años de vida que te he quitado a base de disgustos.

Cuando hablamos de una persona que esta mal, empezamos a analizar las características de la enfermedad, ya sea leve o grave, real o ficticia. Tomamos el pulso a la gravedad del asunto, intentando medir su importancia a través de los daños colaterales que crea. Ponemos la vida del paciente patas arriba. Intentamos mirar los síntomas desde puntos de vista freudianos, atribuimos la ausencia de proteínas a la sensación de total abandono. En todo este proceso, el paciente está solo. No porque no haya médicos, profesionales, familiares y novios que no beban los vientos por el paciente, que no intenten dar una mano allí donde sus posibilidades les permitan. El paciente está solo porque la burbuja de la enfermedad es grande, tiene los bordes espesos como el cristal de las gafas con demasiada miopía. Desde allí dentro, uno no es capaz de escuchar los gritos de auxilio del uno, los sentimientos amorosos de los otros.

Se crea una barrera en las enfermedades que no se ven.

Son enfermedades que atacan la médula ósea, el cerebro, la atención y la capacidad de reconocerse en el espejo. El paciente se siente otro y ese otro no es si no la figura esperpéntica reflejada en los espejos del callejón del gato. Y de todo esto no podemos dejar constancia, trazo, descripción que pueda dar una visión objetiva, un informe y una receta.

No voy a divagar de la vida, de las luces y de los claros. A veces, el paciente no es capaz de ver ni lo uno ni lo otro. A veces el paciente no ve nada más, porque el paciente tiende a ser egoísta, como característica de su enfermedad solitaria de la que es portador.

Por eso el paciente no está al tanto de los muertos o víctimas que deja por el camino, y que hace marchitar con su aliento viciado de pensamientos circulares. Los demás, las víctimas son esos que rodean al paciente, de manera atolondrada, sin saber cuáles son las palabras, los gestos, los momentos más adecuados para hablar. Las opiniones aceptadas y las inadmisibles, las teorías descabelladas y aquellas desesperadas. Los que pierden el sueño y la vida sin saber por qué o cómo han podido aunque sea de manera periférica provocar o dejar que eso le pasara al paciente. Cómo se llegó hasta ese punto. Cómo ocurrió.

Es inútil dar vueltas al parte meteorológico porque comprobar el tiempo cada dos días no impedirá que llueva el día que menos lo deseas. Es inútil empecinarse al por qué , al cómo, a las estrategias innovativas que sostendrán tu delicado equilibrio entre el pensamiento razonable y la sospecha de una enfermedad incurable. Es inútil hacerlo porque no lo hacían nuestros antepasados, no lo hacían aquellos que venían delante. Todos los que lo hicieron tuvieron la misma amarga fortuna de Anna Karenina.

El paciente rompe la burbuja de su dolencia para mirar las caras ajadas y descompuestas de los que han perdido el sueño con ellos. El paciente quiere darles de nuevo el color a las mejillas, la vitalidad que él mismo se chupa para intentar salir del hoyo. El paciente sabe que no escaparán despavoridos, que solo pocos conocen las consecuencias de taponar una fuga de agua con la mano. Pero, afortunadamente, el paciente no está dispuesto a destrozar más vidas que la suya. Y ese pensamiento puede ayudar al paciente a recoger sus bártulos, ponerlos en una habitación, hacer la magia del orden y tirar el 90 por ciento de vida que no sirve, y volver a empezar de cero, desde lo básico, aprendiendo a dormir, a comer, a vivir.

Aprendiendo a disfrutar del mejor día de su vida en los últimos siete meses, cuando ha tocado el fondo, y entonces se deja llevar y ve cómo es posible volver a vivir.

 

Para el amor de mi vida,
che conosce tutto e mi ama ancora.

Cuando vaya a dar la vuelta de los cinco años

…voy a pensar de nuevo en la expresión «envejecer juntos».

Quizás porque ahora empiece a sorprenderme al ver las fotos, como en un antes o después de pasar por alguna operación de cirugía estética. Sin saber si el antes inconsciente o las arrugas de todo lo vivido sea algo bueno para la cara y lo que se lleva dentro.

Quizás, en todas estas idas y venidas, en el proceso de quitarse las capas de los otros, las expectativas, manteniendo a flote los sueños que se chocan con la vida diaria, es algo valioso tener un compañero, como en este caso se llama a alguien que no te pedirá que te quedes, pero del que lejos ya no quieres estar nunca más.

En este lago, que es nuestro lago, donde alejamos nuestros demonios, donde nos desprendemos de las nubes a base de sudor y olor a pino, donde hemos competido y nos hemos gritado, para darnos fuerza y para discutir donde solo los árboles escucharan nuestras desgracias, aquí nos encontramos cada año. Aquí hacemos balance de nuestra maravilla, la que construimos e imaginamos lejos de cualquiera que pueda molestarnos. Con todo el esfuerzo que empieza a señalar nuestro rostro. En este pozo de agua profunda vemos saltar las carpas y nuestras ilusiones, aunque no vayan a cumplirse, aunque seamos los únicos habitantes de esta cuenca de agua.

Un día decidimos rodearlo. Pedaleamos hasta quedarnos sin aliento, y después el peso de nuestra vida en esta parte del mundo se hacía más ligero. Pero la ligereza a veces no es nuestro punto fuerte. Por eso es necesario no solo tener un lago, tambien los brazos del otro. Que nos lleve a la superficie y nos haga flotar en el agua dulce. De esta manera no estamos equivocados. De esta manera nos veo, cansados, arrugados, o despeinados, pero realmente como somos. Veo lo que hemos conseguido, lo que estamos haciendo. Veo que envejecer juntos significa eso. La serenidad, como el lago, cuando baja el sol y atardece. Las piñas en la carretera, el humo de las chimeneas, la nieve en invierno y la brisa en verano.

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Dirty, noise, ants in the bathroom

Dirty, noise, ants in the bathroom

Esta persona que véis aquí no tiene mucho que ver con la que escribe.

Pero es la misma que la que escribe.

A veces me pregunto cómo voy a ser cuando tenga 35, 45, o 70 años.

Estoy segura de que voy a seguir cambiando, y esto me llena de emoción. Porque quiero vivir para verlo, para ver los cambios que el viento, el sol y la lluvia tienen reservados en forma de arrugas en mi cara, y también esa confianza ciega en que la Irene del medio siglo va a llevar una maleta llena de herramientas, objetos y souvenirs. Llena hasta los topes, con tanto extra de peso en Ryanair. Y va a ser increíble cuando llegue a ese momento. También va a ser increíble el camino.

Por eso la serenidad es importante. Desde esa imagen hasta mi presente han pasado 6 años durísimos con un trabajo personal para conseguirla. Creo que estoy en un buen punto. Al mismo tiempo, me encanta que también la que era en el pasado me enseñe algo.

En ese momento, pongámonos en el 2013. Padova. En realidad, Malta. Dirty, noise, ants in the bathroom. Los comentarios de booking como definición de nuestra propia vida. Y era realmente así, algo caótico y colorido lleno de reflejos de mar en la piel más blanca que he tenido nunca (todo gracias a la Pianura Padana y su clima de nieve hasta Mayo). Mi imagen, mi concepción sobre la vida que llevaba, aquí alcanzó su punto más alto. Tenía tanta confianza en mi presente y mi futuro, fue el momento en el que más me dediqué a soñar. Y mis sueños eran mucho más normales que mis aventuras italianas. El surrealismo al que dediqué mi vida me hizo tan fuerte que ahora me pregunto cómo fue capaz de pasar por tantas situaciones sin venirme abajo (nota mental, Irene del presente, ¿te dejaste el optimismo en el norte del país?). Igualmente, esa chica estaba confiada, aunque aún no sabía quien era, tenía seguridad, aunque aún no sabía lo que quería, y soñaba a lo grande, aunque no tenía nada que hubiera hecho por si misma.

En perspectiva, eso es genial. Cojo lo mejor de ella y lo mejor de mí ahora y hago un cóctel explosivo. Aquí entra tambien el Body Positive, mi estrenado brand new pragmatismo, mis ganas de sentirme como ella en ese barco lleno de viento, pero con las condiciones mezcladas de paz interior que ahí me faltaban.

Coger perspectiva, y carrerilla. Esa es la clave. Por eso preparo para mia alumnos las diferencias entre el presente, el indefinido y el futuro. Porque todo vale, Porque todo sirve. Porque es fundamental.

La semilla

Jueves, momento de viajar.

Y con los viajes viene el estrés, la rabia, y el “no eches pa trás el asiento que ya no me entran ni las piernas”.

Y por eso más que nunca me pongo a mirar el mundo desde fuera de mi ventana (a veces me gusta hacerlo pero no demasiado a menudo) para ver cómo es que nos movemos y nos enfadamos mientras vamos en coche, vamos en tren, y sobretodo, sobretodo, mientras vamos en avión.

Entonces no voy a enumerar todo lo dicho en los “No espacios” que escribió alguien como si me hubiera leído el pensamiento respecto a mi odio por los aeropuertos.  Porque las ganas de montar un pollo se multiplican cada vez que paso por uno, y en cualquiera de las veces en los que soy un caja de amazon sin las botas puestas y con todo lo que cabe en mi mochila fuera de ella cada vez que alguien necesita comprobar la seguridad de todos los viajantes.

En lo que me voy a centrar es en una semilla que nunca pensé que se instalaría en mi cerebro. Una semilla que he evitado en todos estos años considerando que algunas de las cosas que he oído en mi casa y durante mi educación eran algo machistas, incluso viniendo de las matriarcas de la familia. Y por eso te acostumbras a ciertos razonamientos, automatizas ciertas frases que escuchas mientras apagas la lucecita que en tu interior se enciende diciendo “micromachismo en el aire, vaya, acabas de decirlo tú también. Vaya, serías capaz de aceptarlo sin muchos problemas.” Eso era así, a pesar de todos los cretinos de mi vida con los que he experimentado la disminución de lo que yo era a nivel emotivo, físico y de carácter, haciendo que mi personalidad tuviera que desarrollarse deprisa y corriendo después de los dieciocho. Eso, a pesar de todo aquello, mi actitud hacia la vida, hacia la consideración de mi vida, era arquetípicamente machista. Porque ¿qué feminista hubiera tragado la píldora de vivir en un sitio que no le pertenece sólo por estar cerca de la persona que ama, considerando su desarrollo social y laboral practicamente muerto desde entonces? ¿O quién hubiera aceptado tres años de ser mantenida por tu pareja, mientras te entrenas en tus facultades de cocina y lavadoras, esperando que el futuro sea algo más prometedor que hasta entonces? Bien. La situación era clara, y yo nadaba como un pez casi cómodo en esa pecera.

Afortunadamente el 2018 trajo consigo un cambio de rasante en todo lo que había establecido y con mucha fatiga había aceptado como permanente. Y afortunadamente fue así, aunque costó casi una depresión. Desperté de un letargo en el que me mecía, enamorada y satisfecha, con un poquito de rabia sana que me hizo cambiar las cosas de una vez por todas. Y eso fue fantástico. Porque la semilla creció y de repente todos mis sospechas fueron infundadas.

Desde que mi parte social y laboral se ha completado en el giro de dos meses dandome un sueldo, un trabajo que me enriquece y una comunidad de gente esparcida por el mundo, interesante, respetuosa, y parecida a mí de algún modo u otro, me siento una persona con una nueva energía. Y siento que la Irene que se había diluído en alguna parte ha vuelto a controlar todas sus piezas, bien enganchadas y conectadas con la mente y el corazón. Y en todo esto mi pareja demostró que la semilla de su cerebro era más grande que la mía. Me lo encontré a mi lado, en la lucha, demostrandome el feminismo que nunca será consciente de poseer. Apoyando mi decisión y motivandome a seguir cuando yo no creía en ella, y durante el resto del tiempo, cocinando, poniendo lavadoras, lavando el baño y tendiendo después de sus 9 horas de trabajo.

Así que todas is decisiones desbocadas, elegidas con el corazón y sin ningun tipo de sentido lógico, llegaban a un equilibro que complementaba todo mi camino con el de otra persona, considerándolo el mismo  sin perder la identidad y la autonomía que me pertenece. Una autonomía que me hace, ahora, sentirme completa, tener tonalidades distintas. Y sentirme fuerte.

 

Todo esto no habría sido posible sin el feminismo. Porque ahora la semilla está creciendo gracias a la comunidad de mujeres que confía en mí y me regala su tiempo y sus experiencias. Mujeres fuertes, que no ven las otras mujeres como el enemigo, la comparación, o el desafío para cazar la presa más codiciada. Que ven el trabajo conjunto como el único modo para mantener nuestra identidad, sin dañarnos. Sin andar a la gresca, con el ojo avizor y los labios fruncidos.

 

Lamentablemente, yo vivo en el culo del mundo. Donde el feminismo vive sólo en mi casa, con Stefano y conmigo que lo construimos. Por eso tantas veces evito salir del mundo que me he creado. Por eso también odio los aeropuertos. Porque se ve de todo. Y no solo en la fila para entrar en el avión siento la mirada de las mujeres, la incógnita y la reprobación cuando ven la ausencia de maquillaje, mis primeras canas sin teñir y mi ropa que no es de marca. El mundo no es cosmopolítca y urbano. La mayoría del mundo es este mundo. Despectivo y deshumano, sobre todo las mujeres entre ellas. He trabajado con mujeres y hombres y en cada trabajo rodeada de chicos me ha ido mejor. De los equipos de mujeres he salido despavorida, alimentando comentarios machistas pero desgraciadamente ciertos como “es imposible trabajar o relacionarse con mujeres”. Y ya está bien. Así siguen las cosas también por culpa nuestra. Porque no pueden poner el haghtag  metoo y seguir mirando por encima del hombro. No puedes sostener las bases de la sociedad calabresa en el hombre paga y la mujer se maquilla (podrían quemarme por decir esto pero creo que después de casi 5 años aquí puedo establecer ideas sabiendo de lo que hablo). La mayoría del mundo necesita aún el feminismo. La mayoría de las mujeres necesitan ser mujeres feministas. Y por eso, después de la negación constante, ahora me estoy educando cada vez que un pensamiento despectivo inunde mi cabeza, cuando la mujer de turno, con tanto de leopardo y bolsa de gucci, me dedique una de sus miradas lastimosas. O la próxima vez que me pidan que me maquille un poco para parecer más femenina. He pasado los últimos dos meses con la depiladora estropeada y os puedo jurar que la comicidad entre mis piernas y las de mi chico ha sido más motivo de risa que de asco. Porque, al fin y al cabo, el pelo es lo que nos hace mujeres adultas, y no niñas. Pero de eso ya hablaremos otro día.

Fuera, el ruido

Creo en nosotros más de lo que creo en mi, aunque tu crees por los dos tantas veces. Creo que la dependencia psicológica tiene que ver con todo esto como el chocolate a la planta del cacao. Y nosotros estamos en esa miscelánea, pura, y amarga. Creo que las cosas últimamente nos han ido (por separado, en nuestras propias circunstancias, nuestra creación de las personas que somos cada uno de los dos cuando no somos nosotros) bastante mal y bastante bien en mucho sentidos. Y por eso cuando todo lo periférico va hacia abajo, cuesta abajo y sin frenos en el cansancio de la vida, del trabajo, de las cincuenta bacterias y virus que decidieron inundar mi cuerpo en los últimos tres meses, ahí estamos nosotros, a veces molestos con la vida y nosotros mismos, a veces aferrados a la esperanza que nos dan nuestros sueños de futuro. Un futuro que ya no soñamos utópico, con las macetas del azféizar de una ventana que nunca nos podremos permitir. Un futuro que ahora soñamos ridimensionado, en el oro de lo que ya tenemos. La luz, el tiempo libre, la tramontana.

Ahora soy un Van Goth con un pitido constante. Me tiene siempre alerta y con las armas en el hombro. Me encuentra exhausta, preguntándome cómo una tercera criatura podría ser añadida a la ecuación mientras lavo los platos. Pensando, no es posible. Soy demasiado egoista para que aquí esté todo. Giro el metro de esquina que separa mi pasillo cocina de tu cara cansada. Y cambio de idea. Creo en tí porque eres y estñas y también porque tú crees en nosotros. Y tienes la palabra lúcida incluso cuando estás a 38 grados de temperatura. Incluso cuando cerramos la verja de la casa y el viento y las dificultades nos aislan en un cuarto en el que muchas veces el aire está viciado. Para eso sirve la tramontana en el oído otítico. Para sufrir. Pero también para no dejarse vencer por el cansancio, para estar aún despierto.

Estamos despiertos. Estamos vivos.

¿Te acuerdas cuando estaba más deprimida de lo que nunca he estado desde que te conozco? Entonces yo no veía el color del mar al que me llevaste, la luz que entraba entre las rocas mientras atardecía. Entonces yo estaba demasiado ofuscada, demasiado encerrada en mis demonios y mis lorzas aunque el verano ya estaba llamando a la puerta. Fue un periodo horrible, y cambió el futuro de un modo alucinante. Ahora esa parte de mi vida es brillante y llena de esperanzas. Así que espero que lo que tenga que venir ahora vaya a ser estrepitoso, y este agujero negro sea sólo otro de esos cambios de rasante que utilizo para impulsarme hasta el cielo. Para ver (aún) más claro de lo que este último año está haciendo conmigo. Estamos. Y estamos tan lúcidos ahora. Cansados, débiles, llenos de gripe. Pero estamos tan seguros que este credo lo recitamos al unísono, entre las sábanas, mientras se recuperan las fuerzas para seguir cansándonos.

 

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i miei occhi sono pieni di sale

Fui a la montaña para ver si veía la vida.

Para ver qué color tiene aquí el cielo al amanecer, todas las estrellas que en la costa no existen gracias a la humedad y la sal; para ver si yo podría, en algún modo que desconocía, ser aún elástica, aventurera, aceptar la soledad y la falta de internet como algo inherente a mis vértebras.

Fui a la montaña para sentir el olor de los árboles, para tumbarme en medio de ellos y ver el aire agitar sus copas, para que me dieran igual las arañas que se divertían recorriendo mis brazos y mi pelo.

Quería una sensación o una consciencia, una idea, que me diera a entender que yo estaba ahí y no en otros millones de posibles sitios por una razón, o bien que el bosque me acogiera entre sus brazos y dijera: el no tiempo, la lista de cosas que hacer en un día rota en mil pedazos y la ausencia de líneas que conectan al mundo exterior son las claves de tu próxima existencia, son la posibilidad.

Y sin embargo eran justo todo lo contrario. Fui a la montaña para anhelar todo lo que tenía, para ver que mi casa en medio de las palmeras, mis grados de humedad sofocantes, el salitre en mi piel y la humedad en mi pelo, el pueblo a merced de las corrientes del aire, acalorado o gélido según le diera la gana al scirocco o a la tramontana, eran mis dos nuevos y únicos puntos cardinales. Eran la única cosa de la que quería beber, el agua salada. Y toda esta luz que te inunda los ojos desde las seis de la mañana hasta un tramonto rosa (nunca naranja, como en la tierra de campos) sería la clave para saberme en un lugar seguro. En un lugar que mi cuerpo aceptaba como suyo, en una transición a una persona distinta, que ya no es capaz de hacer cualquier cosa a menos de quince grados, que se refugia del frío en una casa con olor a leña en lugar de combatirlo y curtirse sus modos castellanos. Que ahora solo ofrece una visión esperpéntica de lo poco que trabajan con caribeños porque el sol pega demasiado durante la tarde. Como aquí.

Como en este pueblo a forma de C, donde la lluvia se para diez km antes de llegar. Donde puedes caminar por la tarde y que la sal del mar te llegue al cerebro. Donde puedes sentirte marítima, y dejarte llevar por corrientes como una poseidonia, solo porque desde todos los puntos de tu casa encuentras un pedazo de azul salado. Porque aquí es donde existes, donde existes fuerte, donde sigues y no te rindes. Donde llorar mucho  aún así no querer marcharse.

Me lo habían avisado con frases dialectales, yo no se si dejare este pedazo de tierra nunca. Porque el mar, o la ciudad, o los atardeceres, o los alimentos, tienen un poder de atracción que es una ancla en el pie izquierdo, que son raíces que se van llenando de algas y mejillones. Porque te vas sintiendo la piel curtida, te vas sintiendo estandarte de deportes acuáticos practicados en invierno, a los ojos incrédulos de los viandantes. Porque la arena se te mete en los ojos, porque solo deseas vivir con aquel que te encontraste con los ojos llenos de sal y el mar dentro, y ahora tienes olas que van y vienen modelando esta torre de piedra Villamayor.

Fui a la montaña porque sabia que existía, una parte de mí que aún podía ser de secano, pero ahora tengo las manos rugosas y ato nudos marineros. Ahora soy parte de asociaciones navales, entiendo de mareas, luchamos contra el salitre. Ahora mi dermatitis acepta la derrota y la alta presión son solo dolores de cabeza cuando subo a otras cuotas. Por eso han hecho a todos así de bajitos. Así de lentos, así de testarudos.

Por eso yo me empeño a todo con todas las fuerzas. Porque cuando no las tengo voy al mar y este mar me habla. Y este cielo me cubre, y esta luz me da fuerzas. Y todos mis fueros internos ahora se guían por una maldita rosa de los vientos, que es la que organiza nuestros horarios de vida y actividad.

No se si quería ser tan poco maleable, como cuando dejas la barca en puerto y ya no hay modo de moverla. Pero de algún modo entiendo por que mis crisis místicas no encuentran una salida. Igual es que no quiero moverme de un sitio que te da con las olas en la cara, que es una tormenta perfecta en la que tragas mas agua de la que deberías, y acabas con las quemaduras en la piel que te garantizan una vida más breve. Pero sales siempre de ahí, cuando se calma el mar. Miras a tu alrededor y te ves victorioso, más preparado para la próxima marejada.

Y mucho más vivo de lo que has estado nunca.