Odio la diferencia entre el domingo y el lunes. La odio tanto que el domingo por la tarde me angustio ante la perspectiva del lunes y las horas que voy a pasar corriendo y haciendo cosas que tengoquehacer porque lotengoquehacer. Esto me da bastante malestar (y en qué pensar). No querría que fuera así. No quiero que el domingo sea el día espectacular de la semana y entre semana encuentre momentos espectaculares mientras me dedico a hacer cosas. Sé que quiero una utopía pero estoy intentando llevar mi vida hacia ese domingo que dure toda la semana.

Hace unos meses no habría dicho esto ni de coña.

Hace unos meses me encantaba la posibilidad de estar ocupada, tener tantas cosas que hacer, tantos planes y proyectos. Ahora la acumulación de cosas me da un dolor de cabeza que ya me ha dejado K.O. un lunes a las 16:17 de la tarde. Y es que creo que el problema es que estoy confundiendo conceptos.

Yo no soy una persona calma, serena,que hace pocas cosas y con mucha pachorra. Yo nací con un petardo en el culo, y el correr de aquí para allá, enlazando unas acciones con otras y momentos con planes me parecía lo mejor y lo más acorde con mi forma de ver el mundo: «aprovechaba los días». Sin embargo, después del verano odioso, estresante, que he tenido, en el que he visto mis horas de tiempo libre o de vida reducidísimas, he reflexionado mucho sobre la disposición de nuestro tiempo, y de cómo el mero hecho de tenerlo reducido a la minima expresión produce unos colapsos mentales que repercuten a nivel psicológico, emocional, y físico. No quiero que sea así el resto de mi vida.

Aunque ahora la cantidad de trabajo se ha reducido tremendamente, cuando algunos días hay un par de cosas extra que se deben inserir a la jornada, siento que me sale humo por las orejas, y el pensar «y que me de tiempo a esto» o mientras hago una cosa pensar a la sucesiva, me produce un agotamiento mental y un malestar físico que hace que últimamente esté sintiendo como una vocecita de alarma.

Por eso creo que la confusión de conceptos es ésta: ser dinámico no es estar ocupado. Ser activo no es lo mismo que estar estresado. Y sobretodo, lo que en el mundo de hoy en día se considera super cool que es tener la agenda llena de cosas que hacer es en verdad una pesadilla que te consume para hacer cosas y más cosas en lugar de vivir.

El domingo, mi día libre del trabajo, es el día más feliz del mundo. No tengo obligaciones, horarios, quehaceres, y tengo horas, luz, sol, y una pareja para disfrutar de una jornada en la que no tengo ni idea de qué sucederá. La incertidumbre en esos días es algo fascinante.

Aspiro a crearme una vida en la que todos los días sean domingo.

Ya estoy oyendo la voz de mi madre que me dice «Si todos los días son así, acabarás aburriendote y dejará de ser el día especial porque todos los días serán iguales». Respecto a lo primero, mi cabeza es un hervidero de ideas, de cosas que aprender, reflexiones que convertir en proyectos y tiempo que llenar de vida. Respecto a lo segundo, creo que el verdadero desafío de la vida consiste en hacer de cada día un día especial. Y a la gente no le gusta tener que enfrentarse con el amigo tiempo, con el hecho de que la felicidad se la deba construir uno, porque es más fácil y preferible decir «he tenido un mal día por todos estos factores externos» o «no he tenido un minuto de tiempo, por todas las cosas que tenía que hacer». Todas las cosas que tenía que hacer en vez de vivir.

Y con esto no quiero decir que me quiera dedicar a que alguien me mantenga mientras tengo las vacaciones eternas. Porque mientras viva bajo un techo alguien tendrá que llevar las cosas básicas que suceden cuando construyes un hogar, hacer de ama de casa en palabras pobre, y eso ya debería de ser un trabajo. Pero además, porque deseo trabajar, realizarme en la medida de lo posible y crearme yo misma ese trabajo. Un trabajo que, en contraposición a la situación actual, no me haga pensar que es lunes, con el ansia, la soledad, y el dolor de cabeza que a veces experimento. Más bien un trabajo que sea parte de mi cerebro, parte de mi corazón y que lo motive y lo bombee con mis ganas. Mi trabajo será la cabra y la encina, sea lo que sea eso (lo estamos descubriendo) y será parte de mi vida, y una parte que me gustará igual que todas las otras.

Aquí podría empezar a hablar de la situación laboral de este siglo, de los nuevos modelos de autonomía económica. Pero ahora mismo tengo un dolor de cabezorro que sólo me hace reflexionar sobre el lunes que no quiero que se repita cíclicamente en mi vida.

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