La lunática y sus grupos sanguíneos

La mia vita scorre come un fiume
dopo aver guidato fra le curve siamo arrivati al lago
abbiamo buttato le nostre preocupazione, galeggiano e nuotano con le trote
ancora non è stato suficente

Ora ti travesti di persona triste, di persona ingrata, di persone con il cuore legato alle caviglie, preso a calci dalla vita e dai miei piedi. Ora ti vedi guardando il mondo dalla finestra, come le signore nelle case del dicianovesimo secolo. Guardando il pezzo piccolo di mondo che ti è stato dato.

È un mondo troppo piccolo, è facile sentirsi sicura e disperata allo stesso tempo. è facile che vengano i tuoi ricordi a visitarti, i tuoi fantasmi, la tua camicia a quadretti. è inutile che tu cerchi di spazzarli come la polvere degli angoli. È inutile ricostruire un mondo che non esiste piú.

Stiamo parlando del materiale del tetto quando ancora non ho comprato la terra per costruire la mia casa. Potrei eliminare qualche porta, qualche finestra. Non posso eliminare i muri portanti. Non posso sentirmi sbagliata se piango a dirroto per aver perso qualcosa. La verità, non ho perso molto, ma ho guadagnato.

Ho guadagnato le parole che non so più congiugare, alle quali non posso mettere fine perchè si muovono costantemente tra la massa cerebrale. Le parole non servono niente, solo gli atti, ma queste parole mi tengono vestita.

Non voglio fare più la scrittrice, non ricordo più come si scrive. Voglio smettere di addobbare il mio albero di natale finto, di abbellire qualcosa che non si è ancora creato. Vorrei tornare allo esenziale. Pensare e scrivere mi sta facendo male.

La cabra y la encina ahora debería llamarse la loca y el pino, la triste y el mar, la lunática y sus grupos sanguíneos.

Un día malo lo tiene cualquiera

y por eso tienes el derecho a comer todas las guarradas que quieras
a hacer tres desayunos
cinco postres
sandwich para todos los gustos

tienes el derecho a meterte en la cama
o en el sofá a ver videos de supernanny
y todos los realities ridículos que te vacían la mente

tienes el derecho
y este es muy importante
de dejar a un lado las preocupaciones y responsabilidades
de tu dia en casa
y ver como la casa se desordena sola
e implosiona en una mezcla de migas por el suelo y polvo en las estanterías
y ropa acumulada en el cesto

y tienes el derecho
porque tu cuerpo es tuyo, y tu mente
y te piden todo eso
porque tu tienes el derecho
y tú vas primero.

Hey chica

te ves increíble.

Cuando estás enfadada sacas lo mejor de otras personas. Tu rabia te permite llegar a tus objetivos. Las líneas de tu frente son toda tu concentración.

Quizás no era todo lo que quería decir. Es el deseo de introducir nuevo vocabulario aunque sean préstamos. Te ves increíble, pero no hoy. Siempre. Siempre porque eres una persona valiosa, porque te tienes a tí misma. Tienes que empoderarte. Darte el poder y darlo a los demás.

Chica, te ves incríble, lo digo demasiado por todas las veces que me ha faltado. He tenido la suerte a mi alrededor con un montón de niñas, adolescentes, mujeres increíbles. He crecido entre mujeres, dentro de mi se ha instaurado un matriarcado. Mis amigas son genios inteligentes que mejoran el mundo de la sexualidad, la medicina y la fuerza femenina. Una tiene horas de guardias a su espalda sin perder el compañerismo, la otra se ha montado aquelarres para que nuestro fuego no se apague. La tercera es trotamundos, social y defensora de las mujeres que no saben defenderse.

En mi trabajo, día a día, he contado con todo tipo de mujeres valiosas. La que tenía depresión y otra enfermedad crónica y hacía ilustraciones maravillosas, la timideza que demostraba un carácter sensible y maravilloso. Aquella que tenía más de treinta y dejó a su novio porque no era feliz, incluso si a los treinta es dificil dejar a nadie, y su nuevo peinado es fabuloso. La que tenía una madre difícil y luchaba por no asemejarle. La que intentaba salir de la India a golpe de libros y estudios. La del trabajo de viajes para mujeres solteras e independientes. La que trabajaba, estudiaba, y se mantenía con todo a flote.

También a mi alrededor he tenido otras cosas. Las mujeres que creen estar aún en el siglo pasado, puedes sentir su envidia mal escondida. Quieres alejarte de esa vida y de todas las similares.

Y por eso te vuelves agorafóbica. Y tienes miedo social. Y mientras descubres que ya no sabes escribir, pero que ahora sabes mirar tu reflejo real en el espejo. Ya no sabes hacer que todo el mundo vaya bien para tí, pero ahora tú eres la persona justa que está contigo. Sigues comiendote el paquete de galletas, pero ahora te importa una mierda cómo sea tu cuerpo mientras que siga funcionando. No eres capaz de hacer amigos, pero la soledad es cuando estás con otra gente. Eres más intransigente, porque ahora mereces ponerte en el primer puesto.

Y de esto y aquello, has cambiado. Y en la balanza está lo bueno y lo malo de quien eres ahora. Pero ahora te estás mirando, más nítida, más tal cual eres, y te estás diciendo «hey chica, te ves increíble»

Historia de unas mudanzas

Perder los calcetines no es el único problema de una mudanza.

La realidad es siempre más tosca, urgente, visceral y sucia.

Puedes acabar rompiendo los cristales de un mueble o las relaciones, porque pone a prueba la calidad del mobiliario y las relaciones. O puede ser que de todo esto se salga diferente, y uno salga zen, fortalecido, y con los bíceps de un culturista.

El tiempo de las mudanzas se estira como un chicle, pasan cinco semanas y te parece que ni siquiera has llegado a la mitad de lo que tenías que hacer, te planteas el cambio de casa por cámper, piensas en todo lo minimalista que decías que eras, pero no eres capaz de tirar cosas viejas solo porque conservan el olor del pasado.

Y sin embargo, para todo hay un punto final, también para las mudanzas.

Igual que ahora te das cuenta de que es junio, y justo el junio de hace un año entraste en un vórtice del que pensabas no ibas a salir nunca, y ahora te ves en el espejo con todo lo que habías perdido, sin querer volver a ese lugar. Si ese lugar existiera, sería una estación de metro abandonada llena de yonquis a las cinco de la mañana.

Pero en realidad estamos hablando de la mudanza. No de las que haces dentro, saludando con la mano a la Torquemada de hace uno, dos, cinco, o diez años. Llevándolas dentro pero no siendo ellas nunca más.

Hablamos de las mudanzas de cambiar tus bártulos, las vistas de tu balcón, tu balcón. El supermercado y los vecinos del ascensor. Es querer matar a toda tu familia política, especialmente a tu pareja. Es verte poniendo otra dirección a tu documento de residencia. Escribiendo, al lado, con lápìz, «casa» y que no sea algo extraño.

Mirar en los cajones, ver tus nuevos cubiertos. Usmear y pensar en situaciones futuras: Aquí estaré las tardes de lluvia con un libro, aquí pondré todos mis libros y cuadernos.

La mudanza llega cuando tenía que llegar. Para mí y para Stefano.

Para él, como una de las medallas que se pone entrando en su mediana edad, hombre adulto, hombre afirmado, hombre con cosas.

Para mí, como mi casa en mi casa. Como un lugar para no sentirme extraña. Como quien cambia el pelo en las estaciones, la cara através de los años, quien eras y quien vas a ser.

Gli uccelli

Ten cuidado, cuando vayas a hacer una mudanza, cuando vayas a cambiar país, costumbres, horarios, luces del día y la noche y cielos. Ten cuidado y pon atención en la música que esos días de descubrimiento y ansia, de expectación sin expectativas, vas a llevar en tus oídos. Porque después esa canción te devolverá, con un bofetón, a ese momento mágico y meravilloso, donde yo no conocía la tierra que iba a ser parte de mi casa sin remedio (por mucho que me haya obstinado en negarla). Te devolverá, un sábado por la mañana, sin planearlo, a tardes de octubre cálidas como veranos, donde paseabas por calles nuevas desorientada, donde esperabas el sonido del interfono, bajar corriendo las escaleras con el corazón (ya) en la boca, como ibas a llevarlo de ahí en adelante, para jugar con el agua, con las olas, y con alguien que parecía un jeroglífico exótico y estimulante.
Y eran esos los ucelli que yo veía caer en picado mientras caían las tardes más temprano que en otros países, y esperaba la llegada de la noche en medio del mar en calma, aprendiendo a mover mis brazos con simetría y ritmo, aprendiendo a bañarme en el mar de octubre, en un momento en el que Crotone, el tiempo, y mi vida, no tenían un momento futuro, no tenían un mañana, porque no era capaz de saber qué sucedería al día siguiente.
Por eso esta mañana, unas semanas más tarde del día en que la vida que quiero y deseo empezó, y reconociendo que cinco años me han servido para darme cuenta de eso, celebro con orgullo cada paso que he dado y todas las situaciones que me han llevado hasta aquí.
Celebro la casualidad, o el destino. Celebro lo que estaba en mi mano y las circunstancias que no puedo controlar. Celebro el mar, el bosque, el lago, y las calles sin aceras. Celebro mirar para atrás y saber, ahora con seguridad, que no cambiaría ni un segundo de lo que he vivido. Celebro saber que esta es la vida que amo, que quiero, y que cinco años en ella son sólo el principio.
Crotone y Stefano llegaron a la vez para darme este pacto indisoluble de alegrías y penas. Ahora puedo mirar con serenidad las cosas. Y puedo quitarme las gafas con las que veo una parcial versión de la historia. Ahora puedo decir, que de momento, mi vida me ha gustado y me gusta. Y si vamos a elegir otra, será con un regalo del sur bajo el brazo.
Y quizá elegiremos canciones mejores para nuestros inicios y reinicios.

Cuando vaya a dar la vuelta de los cinco años

…voy a pensar de nuevo en la expresión «envejecer juntos».

Quizás porque ahora empiece a sorprenderme al ver las fotos, como en un antes o después de pasar por alguna operación de cirugía estética. Sin saber si el antes inconsciente o las arrugas de todo lo vivido sea algo bueno para la cara y lo que se lleva dentro.

Quizás, en todas estas idas y venidas, en el proceso de quitarse las capas de los otros, las expectativas, manteniendo a flote los sueños que se chocan con la vida diaria, es algo valioso tener un compañero, como en este caso se llama a alguien que no te pedirá que te quedes, pero del que lejos ya no quieres estar nunca más.

En este lago, que es nuestro lago, donde alejamos nuestros demonios, donde nos desprendemos de las nubes a base de sudor y olor a pino, donde hemos competido y nos hemos gritado, para darnos fuerza y para discutir donde solo los árboles escucharan nuestras desgracias, aquí nos encontramos cada año. Aquí hacemos balance de nuestra maravilla, la que construimos e imaginamos lejos de cualquiera que pueda molestarnos. Con todo el esfuerzo que empieza a señalar nuestro rostro. En este pozo de agua profunda vemos saltar las carpas y nuestras ilusiones, aunque no vayan a cumplirse, aunque seamos los únicos habitantes de esta cuenca de agua.

Un día decidimos rodearlo. Pedaleamos hasta quedarnos sin aliento, y después el peso de nuestra vida en esta parte del mundo se hacía más ligero. Pero la ligereza a veces no es nuestro punto fuerte. Por eso es necesario no solo tener un lago, tambien los brazos del otro. Que nos lleve a la superficie y nos haga flotar en el agua dulce. De esta manera no estamos equivocados. De esta manera nos veo, cansados, arrugados, o despeinados, pero realmente como somos. Veo lo que hemos conseguido, lo que estamos haciendo. Veo que envejecer juntos significa eso. La serenidad, como el lago, cuando baja el sol y atardece. Las piñas en la carretera, el humo de las chimeneas, la nieve en invierno y la brisa en verano.

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La semilla

Jueves, momento de viajar.

Y con los viajes viene el estrés, la rabia, y el “no eches pa trás el asiento que ya no me entran ni las piernas”.

Y por eso más que nunca me pongo a mirar el mundo desde fuera de mi ventana (a veces me gusta hacerlo pero no demasiado a menudo) para ver cómo es que nos movemos y nos enfadamos mientras vamos en coche, vamos en tren, y sobretodo, sobretodo, mientras vamos en avión.

Entonces no voy a enumerar todo lo dicho en los “No espacios” que escribió alguien como si me hubiera leído el pensamiento respecto a mi odio por los aeropuertos.  Porque las ganas de montar un pollo se multiplican cada vez que paso por uno, y en cualquiera de las veces en los que soy un caja de amazon sin las botas puestas y con todo lo que cabe en mi mochila fuera de ella cada vez que alguien necesita comprobar la seguridad de todos los viajantes.

En lo que me voy a centrar es en una semilla que nunca pensé que se instalaría en mi cerebro. Una semilla que he evitado en todos estos años considerando que algunas de las cosas que he oído en mi casa y durante mi educación eran algo machistas, incluso viniendo de las matriarcas de la familia. Y por eso te acostumbras a ciertos razonamientos, automatizas ciertas frases que escuchas mientras apagas la lucecita que en tu interior se enciende diciendo “micromachismo en el aire, vaya, acabas de decirlo tú también. Vaya, serías capaz de aceptarlo sin muchos problemas.” Eso era así, a pesar de todos los cretinos de mi vida con los que he experimentado la disminución de lo que yo era a nivel emotivo, físico y de carácter, haciendo que mi personalidad tuviera que desarrollarse deprisa y corriendo después de los dieciocho. Eso, a pesar de todo aquello, mi actitud hacia la vida, hacia la consideración de mi vida, era arquetípicamente machista. Porque ¿qué feminista hubiera tragado la píldora de vivir en un sitio que no le pertenece sólo por estar cerca de la persona que ama, considerando su desarrollo social y laboral practicamente muerto desde entonces? ¿O quién hubiera aceptado tres años de ser mantenida por tu pareja, mientras te entrenas en tus facultades de cocina y lavadoras, esperando que el futuro sea algo más prometedor que hasta entonces? Bien. La situación era clara, y yo nadaba como un pez casi cómodo en esa pecera.

Afortunadamente el 2018 trajo consigo un cambio de rasante en todo lo que había establecido y con mucha fatiga había aceptado como permanente. Y afortunadamente fue así, aunque costó casi una depresión. Desperté de un letargo en el que me mecía, enamorada y satisfecha, con un poquito de rabia sana que me hizo cambiar las cosas de una vez por todas. Y eso fue fantástico. Porque la semilla creció y de repente todos mis sospechas fueron infundadas.

Desde que mi parte social y laboral se ha completado en el giro de dos meses dandome un sueldo, un trabajo que me enriquece y una comunidad de gente esparcida por el mundo, interesante, respetuosa, y parecida a mí de algún modo u otro, me siento una persona con una nueva energía. Y siento que la Irene que se había diluído en alguna parte ha vuelto a controlar todas sus piezas, bien enganchadas y conectadas con la mente y el corazón. Y en todo esto mi pareja demostró que la semilla de su cerebro era más grande que la mía. Me lo encontré a mi lado, en la lucha, demostrandome el feminismo que nunca será consciente de poseer. Apoyando mi decisión y motivandome a seguir cuando yo no creía en ella, y durante el resto del tiempo, cocinando, poniendo lavadoras, lavando el baño y tendiendo después de sus 9 horas de trabajo.

Así que todas is decisiones desbocadas, elegidas con el corazón y sin ningun tipo de sentido lógico, llegaban a un equilibro que complementaba todo mi camino con el de otra persona, considerándolo el mismo  sin perder la identidad y la autonomía que me pertenece. Una autonomía que me hace, ahora, sentirme completa, tener tonalidades distintas. Y sentirme fuerte.

 

Todo esto no habría sido posible sin el feminismo. Porque ahora la semilla está creciendo gracias a la comunidad de mujeres que confía en mí y me regala su tiempo y sus experiencias. Mujeres fuertes, que no ven las otras mujeres como el enemigo, la comparación, o el desafío para cazar la presa más codiciada. Que ven el trabajo conjunto como el único modo para mantener nuestra identidad, sin dañarnos. Sin andar a la gresca, con el ojo avizor y los labios fruncidos.

 

Lamentablemente, yo vivo en el culo del mundo. Donde el feminismo vive sólo en mi casa, con Stefano y conmigo que lo construimos. Por eso tantas veces evito salir del mundo que me he creado. Por eso también odio los aeropuertos. Porque se ve de todo. Y no solo en la fila para entrar en el avión siento la mirada de las mujeres, la incógnita y la reprobación cuando ven la ausencia de maquillaje, mis primeras canas sin teñir y mi ropa que no es de marca. El mundo no es cosmopolítca y urbano. La mayoría del mundo es este mundo. Despectivo y deshumano, sobre todo las mujeres entre ellas. He trabajado con mujeres y hombres y en cada trabajo rodeada de chicos me ha ido mejor. De los equipos de mujeres he salido despavorida, alimentando comentarios machistas pero desgraciadamente ciertos como “es imposible trabajar o relacionarse con mujeres”. Y ya está bien. Así siguen las cosas también por culpa nuestra. Porque no pueden poner el haghtag  metoo y seguir mirando por encima del hombro. No puedes sostener las bases de la sociedad calabresa en el hombre paga y la mujer se maquilla (podrían quemarme por decir esto pero creo que después de casi 5 años aquí puedo establecer ideas sabiendo de lo que hablo). La mayoría del mundo necesita aún el feminismo. La mayoría de las mujeres necesitan ser mujeres feministas. Y por eso, después de la negación constante, ahora me estoy educando cada vez que un pensamiento despectivo inunde mi cabeza, cuando la mujer de turno, con tanto de leopardo y bolsa de gucci, me dedique una de sus miradas lastimosas. O la próxima vez que me pidan que me maquille un poco para parecer más femenina. He pasado los últimos dos meses con la depiladora estropeada y os puedo jurar que la comicidad entre mis piernas y las de mi chico ha sido más motivo de risa que de asco. Porque, al fin y al cabo, el pelo es lo que nos hace mujeres adultas, y no niñas. Pero de eso ya hablaremos otro día.

Fuera, el ruido

Creo en nosotros más de lo que creo en mi, aunque tu crees por los dos tantas veces. Creo que la dependencia psicológica tiene que ver con todo esto como el chocolate a la planta del cacao. Y nosotros estamos en esa miscelánea, pura, y amarga. Creo que las cosas últimamente nos han ido (por separado, en nuestras propias circunstancias, nuestra creación de las personas que somos cada uno de los dos cuando no somos nosotros) bastante mal y bastante bien en mucho sentidos. Y por eso cuando todo lo periférico va hacia abajo, cuesta abajo y sin frenos en el cansancio de la vida, del trabajo, de las cincuenta bacterias y virus que decidieron inundar mi cuerpo en los últimos tres meses, ahí estamos nosotros, a veces molestos con la vida y nosotros mismos, a veces aferrados a la esperanza que nos dan nuestros sueños de futuro. Un futuro que ya no soñamos utópico, con las macetas del azféizar de una ventana que nunca nos podremos permitir. Un futuro que ahora soñamos ridimensionado, en el oro de lo que ya tenemos. La luz, el tiempo libre, la tramontana.

Ahora soy un Van Goth con un pitido constante. Me tiene siempre alerta y con las armas en el hombro. Me encuentra exhausta, preguntándome cómo una tercera criatura podría ser añadida a la ecuación mientras lavo los platos. Pensando, no es posible. Soy demasiado egoista para que aquí esté todo. Giro el metro de esquina que separa mi pasillo cocina de tu cara cansada. Y cambio de idea. Creo en tí porque eres y estñas y también porque tú crees en nosotros. Y tienes la palabra lúcida incluso cuando estás a 38 grados de temperatura. Incluso cuando cerramos la verja de la casa y el viento y las dificultades nos aislan en un cuarto en el que muchas veces el aire está viciado. Para eso sirve la tramontana en el oído otítico. Para sufrir. Pero también para no dejarse vencer por el cansancio, para estar aún despierto.

Estamos despiertos. Estamos vivos.

¿Te acuerdas cuando estaba más deprimida de lo que nunca he estado desde que te conozco? Entonces yo no veía el color del mar al que me llevaste, la luz que entraba entre las rocas mientras atardecía. Entonces yo estaba demasiado ofuscada, demasiado encerrada en mis demonios y mis lorzas aunque el verano ya estaba llamando a la puerta. Fue un periodo horrible, y cambió el futuro de un modo alucinante. Ahora esa parte de mi vida es brillante y llena de esperanzas. Así que espero que lo que tenga que venir ahora vaya a ser estrepitoso, y este agujero negro sea sólo otro de esos cambios de rasante que utilizo para impulsarme hasta el cielo. Para ver (aún) más claro de lo que este último año está haciendo conmigo. Estamos. Y estamos tan lúcidos ahora. Cansados, débiles, llenos de gripe. Pero estamos tan seguros que este credo lo recitamos al unísono, entre las sábanas, mientras se recuperan las fuerzas para seguir cansándonos.

 

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La generación de los blanditos

o por qué la gente sigue haciéndo niños sin pensarlo demasiado.

Quiero saber lo que piensa la gente de no tener hijos.

Tener hijo para hacer un mini yo es algo que creo que se nos está yendo mucho de las manos. Lógicamente hace 100 años las mujeres lo hacían porque «era lo que había que hacer» y porque mujer y madre venía a ser prácticamente lo mismo.

Pero ¿ahora qué?

Érase una vez mi amor por trabajar con niños, por la educación. Mi pasión por todo lo que entiende campamentos y scouts, educación Montessoriana, educación en valores, educación alternativa o simplemente el arte del ocio y de las decisiones de tus hijos como libertad y alas para ellos. Me convertí en la abanderada de todas las franjas de edad en tiendas de campaña y haciéndo deportes, con todo lo que ello enseña. De volver a los niños reales y a subirnos a los árboles.

Y precisamente fueron los árboles los que me dieron una perspectiva muy distinta.

He trabajado con canoas, con campamentos, con asociaciones culturales. En la escuela. Y todo tipo de niños, de cualquier condición y edad, han absorbido algo de mi pasión por mostrarles las posibilidades de su cuerpo y su creatividad. Y sin embargo, en todas las situaciones, los niños y yo nos encontrábamos en un entorno sin padres, donde el niño estaba solo consigo mismo (y conmigo, claro).

Esto parece una tontería pero es fundamental.

Porque cuando me fui a trabajar en un parque multiaventura donde los padres acompañaban (desde abajo) el recorrido que hacían sus niños entre los árboles, la situación cambiaba muchísimo. La generación de niños blanditos que no saben abrir un mosquetón ni subirse a un árbol no me paro a comentarla. Voy directamente a las situaciones padre-hijo que he presenciado:

Ejemplo 1: Niños en competición mientras ambos padres les jalean. El niño más lento o el que tiene miedo en un momento determinado es la vergüenza para el padre, el padre insulta el niño mientras éste se muestra paralizado por el miedo y la frustración de no atender a las expectativas de su padre a 5 metros de altura.

Tambien la otra cara de la moneda, ejemplo 2: niños sobreprotegidos que antes de empezar han dicho 30 veces que no son capaces de hacerlo y sus madres les miman y potencian sus lloros y crisis por haber subido a dos escalones del suelo. «Pobrecito, es pequeño» justifican. Y el niño en cuestión tiene 11 años y no tiene la capacidad de meter un mosquetón en un cable para hacer una tirolina a un metro del suelo en completa seguridad. Igual el niño no es pequeño, igual estamos educando de manera equivocada.

Niños «preparadisimos» para la vida gracias a padres impreparados. He vito una legión de padres que no parecían padres, que parecían frustrados, cansados,  resignados, que daban la sensación haber elegido la profesión de padres porque era el paso sucesivo al matrimonio, porque tocaba (la crisis de los 30-40), o peor aún, para crear una pequeña muestra, en frasquito pequeñito, de sus gustos y frustraciones.

Porque esto es algo que hacemos todos, sin excepción.

Algunos lo hacen de forma sobreexpuesta y exagerada, cuando quiere un Messi, una bailarina, o una modelo que alimente y suavice sus frustraciones. Y otros aparentemente sin maldad intencionada, cuando queremos darle la educación que nosotros creemos adecuada, sin saber si tu amor por la naturaleza y el deporte será también el suyo, o él preferirá jugar al ajedrez y tumbarse a la bartola. Sin saber si el colegio católico será una opción aecuada para tu futuro hijo anarca, o si la elección de un instrumento es fundamental para un niño al que le apasionará cazar sapos en el río y mancharse de barro hasta la frente. Elegimos por nuestos niños antes de conocerlos, y cómo podemos estar seguros de que será la mejor opción para ellos. Les buscamos las siete semejanzas apenas nacen, adjudicandonos su nariz rechoncha o el gesto con el que duerme, y me pregunto si seremos capaz de quererle igualmente si este niño de familia trotamundos vegana no saldrá de su ciudad en la vida y querrá dedicar su vida a la investigación de la cría de langostas. ¿Será el niño bien o mal educado según cumpla las expectativas o sea compatible con nuestras ideas?

El problema de esta generación de niños son los padres. Y menos mal que existen los contraceptivos. Porque deberían explicar en el colegio la responsabilidad de traer una persona al mundo. Primero, por el mundo de mierda que gracias a nuestras acciones le proponemos ahora mismo, y segundo, porque antes de hacer un niño, deberíamos ser completos nosotros mismos. Aún más que todo ese rollo de quiérete a tí mismo antes que a los demás. Con un hijo eso se magnifica hasta el infinito.

Por eso he pasado del «que guay, quiero ser madre joven» al «si llega el momento lo seré conscientemente»

Porque no sé si estoy preparada para traer a un mundo (lleno de mierda, antibióticos y contaminación) un alma libre y dejarle que lo sea sin mis ideas sobre lo que quiera enseñarle. Porque hay muchas cosas que tengo completar en mi vida para poder darle la posibilidad  y las oportunidades (sin tocar el tema monetario que eso ya sería un tema aparte).  Y basta ya de hablar de egoísmo. «Es normal que ahora se tengan menos hijos, porque es un sacrificio y la gente quiere solo vaguear» «Claro que ahora las madres son viejas porque quieren divertirse y no sentar la cabeza» «Qué egoístas esos padres, que cuando el niño tenga veinte ya tendrán casi sesenta».

Vamos a ver si miramos las cosas de un modo menos anacrónico. Mi egoísmo es el de sentar la cabeza a los veintidós, pero igual no tener un hijo nunca. Mi egoísmo es el de entender que los padres «viejos» que he conocido superan con creces a los niños que se vuelven padres a los 25 o al los 30.  Primero por la inmadurez que tenemos con 25 y 30.
Y segundo, para los hijos, porque si una mujer decide tener un hijo después de poner en orden su carrera profesional, su situación económica, y vivir su vida de pareja o en solitario como quiere hasta sentirse preparada para semejante evento importante, desconcertante, abrumador y asombroso, lo único que hay que hacer es aplaudir, porque seguramente no tendrá las taras de quien no se ha formado y busca solo «lo que toca».

Voy a comparar a niños con tortugas por la de veces que se escucha eso de «Mi hijo es lo mejor de mi vida pero igual en ese momento o si lo hubiera pensado más no lo hubiera tenido». Yo tengo dos tortugas muy simpáticas pero si antes de comprarlas hubiera sabido que se volvían grandes como ballenas y que cagaban tanto y olían fatal pues igual tampoco las hubiera tenido. Al final es lo mismo, la desinformación, el tirarse a la piscina sin abarcar (lo inarbacable) la magnitud del asunto.

Es increíble todo lo que me gusta el tema de la educación y las pocas ganas que tengo de ver niños en este momento. Estoy yendo por los derroteros de mí misma, que son fundamentales para mi vida y la posibilidad futura de ser madre, si llega ese momento. Me escudo (como si me pudiera paragonar) informándome sobre cosas como por ejemplo: ¿Cuántos escritores no tuvieron descendencia? Estaría bien tener la posibilidad de hablar de esto con Jane Austen, las Hermanas Brönte, Lewis Carol o Quino.

 

La chispa adecuada:

http://quemerecomendaspara.blogspot.com/2015/03/escritores-de-libros-para-chicos-que-no.html

La historia del perro atropellado en la carretera.

La historia del perro atropellado en la carretera.

Todo lo que supone el 2018 está llevando consigo una carga emocional para nada indiferente. Pero también hablan mis músculos, contracturados en la lucha que genera no pararse por ningún motivo. De todo lo que recapitulo en un verano que espero que se aleje pronto, encuentro el esfuerzo que llega a pequeñas conclusiones, pequeñas victorias, que por otro lado el cansancio hace que queden en poco con mi cerebro aguado de no usarlo lo suficiente.

Todo lo que decido empieza siempre como una lavadora que centrifuga, y que, sobrecargada y caliente, deja paso a una acción que pueda salvarla. De todo esto antes me quedaban las cicatrices, los recuerdos de alguna locura, y lugares llenos de piedra, canales y bibliotecas. Ahora todo ha dejado paso a los elementos naturales, que suelen ser ostiles, aunque bellos.

Del hacer para no pensar: una espalda rota, y un perro desintegrándose en la carretera.

El perro debió de morir atropellado unos días antes de Ferragosto, y cada vez que pasaba la curva del río Neto, antes de recorrer los mil metros de altitud y 50 km que separaban la playa de la montaña, mi casa del lugar donde había decidido dejarme las pestañas, lo veía. Los primeros días tieso, con las patas duras, la expresión andada. Al inicio de septiembre era ya medio perro deshecho como una tarta dejada al sol demasiado tiempo.

Igual los esfuerzos. La fatiga, esa de verdad, que te rompe los filamentos musculares, que te eleva la tensión hasta hacerla una cuerda tensa de violín, con el peligro de saltar tu misma sobre tus propias ansiedades. Todos los sentimientos encontrados entre el vuelo de los pájaros entre los árboles y los moratones y cortes en las piernas me hacían sentir viva y muerta al mismo tiempo, atropellada por algun camión de todas las circunstancias a las que yo misma había decidido destinarme. Una montaña de árboles, de piedras, de tierra. Una montaña difícil de escalar, un gimnasio para mis defectos y mi impaciencia, mi manía de control, mi querer saber lo que hay más adelante.

De todo eso he aprendido, mientras he visto la carretera todos los dias desde entonces, mirando siempre hacia mi derecha para morbosamente notar los cambios en la desaparición del perro. Para no dejarme desaparecer en ninguna circunstancia, a pesar de todos los camiones que parecían pasarme por encima, o adelantarme. Me he contado esta historia cada mañana sin tener el tiempo de escribirla. Sin tener el tiempo de reconocer que en estos años estaba creando partes de mí que serían más de mí misma que las de antes, pero con el mismo miedo de perderme. Sin saber que yo seguía aquí dentro, pero otra.

He podido rescatar del olvido mi Ipod viejo para todos los viajes al trabajo de mil metros de altura, y todos me contaban cuentos casi olvidados, con una música demasiado estridente, demasiado desordenada. El 90 % de mis gustos musicales tirados a la basura, las canciones que quedan ligadas perennemente a recuerdos de situaciones que parecen otra vida. ¿He cambiado de país o de líneas de trazado?

A veces soy un perro atropellado en la cuneta de una carretera. Intento verme en los espejos que me definían cuando yo aún no era yo entera. Trato de imaginar mi vida sin las circunstancias que inevitablemente me han dado la forma de mis 26 años. Pido mas de mí que mí misma. A veces me resulto demasiado poca, a veces floja. Otras miro atrás y no me explico como he pasado por ciertos bucles sin haberme roto en pedazos. Una parte se descompone para formar otras muchas. Mi cara me pertenece con todas las líneas que me hacen vieja. Me ha quemado el sol y la lluvia, en un solo verano he vivido dos estaciones, he sido de mar y de montaña, externa e interna a mis pensamientos. Y seguramente ahora estoy cansada. Cansada y con la espalda rota, como decíamos. Pero más consciente. Quizás tengo que trabajar siempre, física y emocionalmente, en las cosas que siento que faltan. Pero el ente incompleto se deshace por su eterna transformación, y sin ella, sería imposible crecer como torre, o como árbol.

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