Qué hice el último mes.

Qué hice el último mes.

Internet es un arma y una herramienta espectacular. Es algo que va más allá de lo que nosotros podemos abarcar. Hoy en día no podemos viajar, cocinar, hacer deporte, aprender algo, divertirnos, hacer amigos, leer o comprar sin internet. Entre otras muchas cosas.

Esto no es una parrafada resumiendo los últimos documentales que he visto. Aunque sí tengo que decir que los libros y los documentales tienen un efecto espasmótico sobre mí. Después de leer La enzima prodigiosa y de ver Cowspiracy me volví vegana, hace un año. Después de ver Lo and Behold y Live in Public tomo esta decisión. O soy muy impresionable o verdaderamente necesitamos no dejar nunca de aprender y abrir los ojos hacia algunas cosas. Lógicamente la experiencia de vida y las circunstancias marcan el inicio de ciertas reflexiones que encuentran el sustento en los libros y documentales que utilizas para profundizar en el argumento. Como decir que El estudio de China es mi libro de cabecera en el que reencuentro algunos de mis motivos y la fuerza para continuar a decir que no al 30 % de los alimentos.

No hay nada que no empiece con las sensaciones vividas en tu propia carne.

Y por eso de aquí en adelante no tendré ni twitter, ni facebook, ni instagram.

No quiero que ningún conocido del colegio o de la universidad me busque una tarde de domingo para ver cómo se ha desenvuelto la vida de mis últimos cinco años a través de mis fotos de perfil. No quiero que ni él ni otros puedan comparar mi vida con la suya para ver quién ha llegado más alto, quién es más feliz, quién se mantuvo en forma y con menos arrugas.

No quiero conocer a una persona en bicicleta y que me llegue una petición de amistad después de haberle dicho sólo mi nombre (sobretodo, porque con el casco y las gafas uno es irreconocible). Y que necesite mi instagram para saber cómo es mi cara sin elementos ciclisticos o para saber si tengo pareja.

No quiero desear las vidas (las porciones irreales de vidas) que mostramos en estas redes sociales. Donde tan pronto desearé vivir en Australia y comer fruta de la pasión con veinte kilos menos de los míos, como ir a Noruega en pleno invierno a beber chocolate caliente después de esquiar. No quiero desear trozos de vida que no existen en lugar de vivir la mía, que es real.

No quiero ser yo la que se compare. La que diga que soy demasiado joven o demasiado vieja para __. La que se pregunta si las circunstancias hubieran cambiado mi presente hacia uno mejor o peor. No quiero pensar que mis costumbres, mis aficiones, mis horarios y mis principios son justos o erróneos.

No quiero que una pantalla se adapte a mí. No quiero adaptar mi vida a una pantalla, unas canciones, unas frases, unas fotos de perfil. No quiero verme en las situaciones bellas y cotidianas de mi vida pensando en enseñarselo a un agujero negro sin identidad en lugar de vivirlo.

Cuando cumplí dieciséis años, me ví toda la serie de Al salir de clase. Yo soy una millenial, como se dice ahora, y no una chica de los ochenta. Lo cierto es que la comunicación, la relación humana, las sensaciones encontradas en tantas circunstancias me parecían mucho más reales en mi primera infancia que en mi juventud, cuando el facebook o el twitter o el fotolog, el blogspot o el youtube marcaban la interferencia entre la realidad y el personaje. Siempre pensé que me hubiera gustado vivir en aquella época de Al salir de clase, cuando los jóvenes se llamaban por telefono y enredaban el cable entre los dedos. Cuando se quedaba, y se hacían cosas. Y tu tenías la sensación de estar en el momento presente, sin interferencias. Algunos dirán que la tecnología es progreso, pero es un arma de doble filo, aunque sea banal decirlo.

Yo pienso que el progreso, o mejor dicho, el futuro, sólo es posible a través de la involución. Tenemos que recular como especie para evitar cargarnos todo lo bueno que nos queda en los próximos cincuenta años.

Tenemos que volver a alimentarnos con semillas, cereales, hortalizas y frutas, en lugar de alimentar a los animales con los cereales que salvarían al planeta de la hambruna.

Tenemos que volver a hacer pan, a cocinar comida real, a tratar nuestro cuerpo como un templo, para evitar las enfermedades que se derivan de los químicos y de la ausencia de nutrientes del 90 % de lo que hay en un supermercado.

Tenemos que inverir más en alimentos reales y menos en medicinas.

Tenemos que dejar de destruir ecosistemas y fauna.

Tenemos que volver a la autoproducción, a sentir el valor de las cosas a través del esfuerzo. Creo que algo que no requiere esfuerzo no te da la felicidad. Comer cuando tenemos hambre, dormir cuando estamos cansados, amar cuando hemos echado de menos y ducharnos cuando hemos sudado. Son los momentos en los que el ser humano se siente más animal, más humano, y más libre.

Tenemos, sobretodo, que vivir la vida que tenemos, y no las proyecciones de vida de los otros. La televisión basura, el mundo conectado que nos hace cada vez más solos. Dejar de etiquetar las cosas, no meternos más en casillas para sentirnos aceptados por parte de algo que nos pide todo y no nos da nada a cambio. Reducir horas de televisión, reducir pertenencias, reducir amigos, reducir deseos, reducir horas y horas de información delante de nuestros ojos. Reducir la sobreinformación.

Internet es la sobreinformación, la que hace que tú mismo ya no puedas elegir qué quieres buscar, leer, ver. La que te presenta todos los deseos que nunca podrás tener, el portal de la insatisfacción, la que te aleja de tu presente. Tenemos tantos amigos, tantas opciones, tantos sitios a los que ir, tantas cosas que hacer, y tanto que trabajar para conseguir esos estúpidos sueños prefabricados que nos hemos abrumado, y nos hemos quedado sin amigos, y sin querer estar con uno mismo. Sin opciones, porque ninguna es lo suficientemente buena comparada con otras que hemos visto o escuchado. Sin sitios a los que ir porque no estamos en el sitio en el que realmente estamos, no lo vemos, no lo agradecemos, no lo vivimos. Sin cosas que hacer porque a la larga lista de obligaciones se interpone la interferencia de la bandeja de facebook o el Candy Crush. Y sin sueños porque lo que soñamos es ficticio e irreal. Y tu sueño primigenio se te antoja pobre y simplista.

Para mi el progreso es decrecer, reducir, disminuir. Volver.

Es estar en el momento de ahora, con las nuevas horas de vida que se te ponen delante cuando eliminas las redes sociales (y te das cuenta de la cantidad de tiempo que pasabas en su compañía improductiva). Es vivir la vida que tienes, hasta verla sin los ojos de las expectativas. Sentirla tal y como es, y aceptarla. Aceptarte a tí mismo, aceptar tus elecciones, amar tus elecciones, y darles el valor real que tienen. Odio las frases rollo «Todo llega a quien sabe esperar» como si tu no tuvieras el control sobre tu felicidad. No es que nada va a llegar, es que ya ha llegado. Se trata de amar la vida que tienes. Y para eso creo que es necesario no dejarse influir, condicionar, comparar ni frustrar con las pequeñas piezas de la vida de los otros. Sobretodo si se nos muestran en bandejas de plata y tags.

He pasado un mes sin instagram, varios sin facebook, y me he dado cuenta de que he ganado en tiempo, en presencia, en felicidad, y he concluido y he hecho cosas que realmente quería hacer. Tengo sueños, deseos, proyectos. Pero todos ellos corresponden a mi vida real, conviven con las circunstancias que me rodean y son parte del camino que me compone. Un camino que, si me dejara influenciar por las redes sociales sería simple, retrógrado, doblegado, desaprovechado,  resignado, tradicionalista, y prematuro. Y que para mí lo fue hasta que apagué la conexión entre lo que esperaba de mi vida fantaseando con toda aquella sobreinformación y lo que me hacían entender que era el sueño real. Que para mí comenzó a ser el camino justo, ideal, y con sentido cuando me limité a vivirlo en el presente y a verlo con los ojos reales.

Me voy a la vida real, a la que tengo, a la que amo, a vivirla. A exprimirla con la fuerza que no me roba la publicidad y los cánones de vida perfecta. A pensar en mis prioridades como válidas y diversas del resto de los mortales, sin que esto sea un problema. Me voy a concentrar en mis principios, a decrecer, a reducir, a agradecer, y a cuidarme. Internet me estará esperando sólo para escribir o buscar recetas nuevas. Es estupendo saber que se acabó lo de cotillear y juzgar a gente, y que ya nadie podrá cotillear y juzgarte a ti, ni siquiera tú mismo.

 

Recomiendo enormemente:

  • Documentales : Cowspiracy, Meat the truth, Food Inc, (nutrición) Lo and Behold, We live in Public (internet) .
  • Libros: El estudio de China – Dr T.Colin Campbell, La enzima prodigiosa – Hiromi Shinya, Simplify – Joshua Becker.
  • Próximas lecturas: La vida líquida- Zygmunt Bauman, Los no lugares – Marc Augé.

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Me acabo de quedar sin trabajo

y estoy de vacaciones.

Considero el día que te quedas sin trabajo no aquel en el que echas la persiana por última vez, más bien ese en el que te dan el dinero, lo comido por lo servido, te desean suerte, las santas pascuas y adios.
Ese momento en el que el “aqui hemos sido todos amigos” se rompe, porque la negociación entre las dos partes ha llegado a su pico máximo, uno trabaja demasiado por poco, los otros ese poco no lo tienen para dártelo. Entras en la tienda aún colocando el escaparate mentalmente y sales de manera anónima. El señor que te cruzas un segundo más tarde no lo sabe, pero te acabas de quedar sin trabajo.

Te acabas de quedar sin trabajo, y más que estos nubarrones sobre tu cabeza te sientes más ligera que la tramontana. Te acabas de quitar la baldosa que te mantenía quieta de manera obligada en un sitio durante ocho horas de un día que no vuelve y los grilletes a los tobillos que arrastras pesados cuando no te encuentras bien e igualmente tienes que dar el pego y buena cara ante el cliente.
Si mi padre lee esto me mata, en el mundo no hay nada peor que quedarse sin trabajo.

El trabajo, como todo bajo la crisis, se reduce.
Y tu eres la seleccionada e invitada a quedarte en casa, con tu poca experiencia bajo el brazo, pero sin esa cara de pasmarote.
Desde luego no me siento desafortunada por no tener trabajo. Por no tener ese, uno de los millones trabajos de mierda, una de las muchas veces que he tragado meses de crisis por pasar por el aro. Algunos trabajos tienen un precio más alto que tu sueldo.

Con mi dinero en el bolsillo, me creo un plan de vida frugal y ahorro absoluto para que nunca se acaben los papeles que nos tienen sentados en la silla, produciendo produciendo produciendo.
Y me recuerdo mi plan del 2017 o de aquí en adelante para no volverme a ver sentada en ella con agarrada con las cuerdas que estaban deteriorando el 90 % restante de mi vida.
Porque creo que el trabajo, como todo, no es una cuestión de qué haces, si no más bien durante cuánto tiempo lo haces, en qué horas, y sobretodo, si el resultado es equilibrado al valor que das a tu tiempo.

Si pienso que un día que se va no vuelve, mi tiempo es oro y nadie podría ni siquiera pensar en darme una cifra para pagarlo. 20 euros para mí antes no eran na de na, ahora son 4 horas muertas de frío en mi último trabajo de mierda. En 4 horas tengo tantas cosas que hacer con mi vida que prefiero no comprarme ese jersey en h&m por 19,99.

¿Entiendes por donde van los tiros?
Por ahi van los tiros. Por el callarse toda esta reflexión y poner en marcha la maquinaria que llevo horas horas de trabajo mal pagado dando vueltas en el taburete. Por empezar a hacer algo destrangis, por lo bajinis, para que la vida real, moderna, tal y como la conocemos hoy y “como debe ser” no se dé cuenta. Para potenciar una economía tan sumergida que empieza y acaba en mis manos. Y para que el tiempo tenga el valor infinito y cueste el dinero que yo quiera no gastarme. ¿Estaré delirando?

Por ahi van los tiros mientras me zumban los oidos en cada comida con los suegros y cada llamada telefonica. Cada vez que me encuentre con conocidos y me pregunten qué es lo que estoy haciendo con mi vida y quiera responder “con mi vida muchas cosas, pero no me pagan por ello” y tenga que decir que “aún no trabajo”. Cada vez que una de aquellas personas me siga proponiendo otro trabajo de mierda “para mantenerme ocupada” como si la pobre Irene se pasara las mañanitas mano sobre mano a esperar que llegara su maridito del trabajo, como si tuviera la cabeza vacía y no llena de la vida que quiero.

Esta es la vida que yo quiero, aquí me ha conducido y aquí me quedo. Construyo mi casa entre palmeras y potajes, constituyendo la virtud de hacer con mi tiempo lo que me da la santa y real gana. Porque para mantenerme ocupada tengo un millón de pruebas que voy a hacer en estos días de agradecimiento. En estos días en los que me siento de vacaciones y en verdad es la vida, que me ha regalado las horas de cada dia para vivirlas.

Creo que de momento tengo el mejor sueldo del mundo. O al menos yo así lo entiendo.

 

Esta es la primera entrada de mis reflexiones del 2017, que entrarán todas en un cajoncito que llamaré 365 días de agradecimiento. El 2016 fue el año de la decisión consciente, la elección más grande y difícil que hice en mi vida y que merece la pena cada segundo de la misma.  Ahora la consciencia de los días la quiero vivir tambien con agradecimiento, para ser capaz de ver que todo lo que necesitamos ya está aquí porque estamos vivos.

300 gramos de garbanzos

300 gramos de garbanzos

Con 300 gramos de garbanzos (a ojo, no los pesé), un par de setas y un trozo de calabaza he hecho hummus, crema de garbanzos con calabaza y el condimento favorito del leñador que lleva dentro S.: setas y calabaza para un arroz otoñal.

He metamorfoseado las provisiones de una señora de posguerra en comidas que me vuelven loca. Aquí decimos que es otoño pero hoy fui a trabajar a 20 grados y quién sabe nada del calentamiento global. Mi yo interno piensa que como hay menos luz hay más comidas calientes y me estoy poniendo las botas a potajes de legumbres porque si no el veganismo hace que me duela la cabeza.

Ayer compensé un domingo de mierda con un lunes fantástico y un excelente inicio de semana.

El domingo de mierda fue de mierda para mí y de vómitos para S. (lo mejor de nuestra relación es que ambos profesamos amor infinito por lo escatológico y una tolerancia completa y pacífica a las ventosidades veganas de una y de colon irritable del otro). Cambiemos de tema.

El lunes fue un día fantástico porque tuve a S. como una mariposilla revoloteando en mi cotidianidad. Si normalmente se pira a las 7 y reaparece cuando vuelvo del curro a las 21 es normal que esta mierda de horarios laborales al contrario pese mucho muchas veces. Ayer estuvo conmigo en el ático y yo recé porque encontrara la empresa o idea millionaria de su vida con un trabajo que pudiera hacer desde casa, para compartir los silencios cuando estamos bajo el mismo techo haciendo cosas distintas. (En serio, lo único que hay mejor que estar ambos en casa compartiendo una actividad es estar ambos en casa cada uno en su mundo, es como si compartiera la atmósfera del runrún de su cabeza al mismo tiempo que disfruto de las cosas de la mía. Una soledad compartida durante horas.)

Ayer yo tuve que trabajar y él no. Pero me sentí como en un día de fiesta porque estando él en casa no me molesté a mirar el reloj. (Nota mental para siempre)

Esta mañana vi un caracol que cruzaba el paseo marítimo mientras yo corría unos kilómetros (¿los otros viandantes lo vieron pasar?) un gato callejero que se dejaba acariciar por un viejete y un pajarito que vino dos veces a buscar migas a mi terraza.

300 gramos de garbanzos, dos cerebros trabajando en sus cosas bajo el mismo techo y animalillos por la mañana son tres de las cosas que me han hecho extremadamente feliz esta semana. Conectar con el mundo es como conectar con las personas después de mucho tiempo, siempre están ahi, aunque a veces no nos demos cuenta, y de vez en cuando, enchufe e interruptor hacen una chispa.

Seguimos en ello, es todo parte de un puzzle.

Ama de/tu casa

Ama de/tu casa

Estoy viendo atardecer sentada en mi terraza. Estoy viendo atardecer porque a las 16.37 aquí está anocheciendo. Ayer lo vi en la playa y hoy en mi ventana al mundo favorita. En ambos casos me despido del día con agradecimiento (aunque de actividad aún me queden otras 6 horitas).

Hoy me he dedicado a no pensar mucho en lo que estaba haciendo y he acabado haciendo de ama de casa. La mañana ha sido ajetreada y no he podido pararme mucho así que después de comer me ha tocado poner en orden la leonera de mi ático. He limpiado la cocina, hecho la cama, recogido el baño, la ropa. He puesto una lavadora, he hecho el bizcocho que desayuna S. y he ido a comprar. He tendido la ropa y me he sentado a ver llegar la noche.

A veces pienso que ser ama de casa es uno de los mejores trabajos del mundo.

Echenseme encima, feministas. Yo disfruto cuando me da la vena señora de mi casa, y considero 1) que es un trabajo como cualquier otro, porque inviertes tiempo, esfuerzo, y fuerzas y 2) que es un trabajo que te recompensa con creces (no como la mayoría de trabajos de mierda que están disponibles actualmente).

Me gusta ser ama de casa porque amo mi casa. Es un lugar en el que me encanta pasar las horas. Me concentro antes las tareas más prácticas, rutinarias y simples y las hago (a veces de manera mecánica, a veces de manera consciente) con calma. Mientras estoy en el proceso normalmente estoy tranquila, de buen humor, y me da para pensar y tener algunas de las mejores ideas que se me ocurren. Me gusta ser ama de casa porque nunca es tiempo perdido el que dedico a que mi casa me de la paz y la tranquilidad que disfruto cuando vuelvo a ella, y tenerla limpia y ordenada (quién me lo iba a decir) me gusta mucho.

Como trabajo no está nada mal. Porque yo soy bastante antisocial, así que me gusta un trabajo en el que 1) no tengo que hablar con nadie, 2) no tengo que explicarme sobre lo que hago cada momento 3) me organizo como quiero y cuando quiero 4) no voy con el ansia de acabar nada 5) soy mi propia jefa y 6) el tiempo que le dedico es variable en función de mi estado de ánimo, fuerzas, y ganas.

Todas estas razones son las características que tendrá que tener mi siguiente trabajo. Así que es posible que me toque pasar tantas horas en silencio que escucharme se me haga hasta aburrido. Pero es increible que uno «no sepa qué es lo que quiere hacer con su vida» y en verdad lo sepa mucho más de lo que cree.

Desde luego que yo me considero (después de persona, vegana, deportista, lectora compulsiva, escritora de chuminadas, madre de tortugas) ama de casa. Es sólo una de las otras cosas que me componen. Y no me da verguenza serlo, en el siglo XXI, y con 24 años. Porque últimamente no me da vergüenza lo que hago. Lo que me compone, o lo que he decidido. Y desde que no me da vergüenza, me gusta aún más.

El reloj

Mientras escribo S. está intentado reparar el reloj de nuestra casa. Es un reloj normalísimo que fue la primera cosa que nos compramos al mudarnos a esta casa hace un año y medio. El reloj nos costó una tontería, unos 30 euros, en una de estas tiendas de cosas para la casa. Y cierto es que no vivimos pegados al minuto, pero tener uno en casa es útil cuando cocinas y te preparas para salir, visto que normalmente no llevamos reloj ni él ni yo. Así que cuando ayer se quedó parado por 5ª vez en un mes S. lo llevó enseguida al relojero.

Pero el relojero no quiso repararlo. Dijo que la reparación costaría lo mismo que el reloj y que en el proceso podría romperlo, debido al sistema con el que se cerraba. Así que, ante esa respuesta tan «os sale mejor compraros otro reloj» S. se enfadó mucho y ha empezado a practicar la 4ª erre.

S. no es muy hippie que digamos, pero es minimalista (a su modo) y un manitas. Considera que uno debe tener pocas posesiones, que sean útiles, bellas y de buena cualidad. Y que nada se tira, porque si se rompe algo, se repara. Cuando lo conocí yo no era así y me iba a comprar a los chinos las zapatillas de 5 euros que me duraban un verano. Pero ahora me fascina verle con la cabeza metido en la maquinaria, reparando el hornelino viejo que nos regalo su madre, el lavavajillas que compramos de segunda mano medio roto, y ahora, el reloj que nos lleva acompañando desde que empezamos a vivir juntos.

Nos gusta nuestro reloj de 30 euros, y no queremos otro. No es tacañería, es respeto. Queremos controlar la pizza en el horno mirando la pared, los diez minutos antes de ir a trabajar, y la hora a la que nos despertamos. Por eso, en ocasiones como esta, aunque yo sea la que leo libros y blogs sobre minimalismo, vida ecosotenible y reciclaje, el me gana por goleada.

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Lluvia

Lluvia

Ayer hizo un día de perros. Tiziana le dió el relevo a Rosario y acabamos hablando en la tienda de películas, cine, empleo, empresas propias, economía, Puglia y Slow Fashion. De estas veces que una cosa lleva a la otra.

No me considero una persona dogmática (porque además siempre estoy cambiando de opinión) pero cuando aprendo algo interesante me gusta compartirlo, aunque sea comentarlo de pasada. Si mi interlocutor está interesado podemos acabar hablando de ello. Puedo dejar alguna semilla de reflexión, pero ligerita, porque odio a las personas que consideran que su manera de ver las cosas es la única que vale.

Por eso me gusta mucho hablar con Tiziana, porque en algunas cosas tenemos puntos de vista muy distintos, pero cada una nos esforzamos con empatizar con lo que cuenta o sostiene la otra.

En cualquier caso, estos días que estan pasando los cambios se siguen notando:

    • S. se maravilla de cuánto estoy volviendome ordenada. Lo curioso es que pierdo menos tiempo en ordenar sólo con priorizar mis acciones al día, focalizarme en ellas y simplificar.
    • No pierdo tiempo en decidir mi ropa, y siempre me encanta como voy. Antes, cada mañana tenía un conflicto interno entre lo que me quería poner (cómodo, simple, siempre los mismos colores) Y la ropa que nunca me pongo. Ahora toda esa ropa está bien colocadita en los cajones esperando que yo descubra ese gran punto donde vender ropa de segunda mano.
    • Las ideas explotan. Se va perfilando la encina y la cabra. Las dos juntitas. No quiero ir con prisa, quiero continuar a aprender. En cualquier caso, me estoy divirtiendo en el proceso con mis descubrimientos, en lugar de continuar a hacerme la eterna pregunta, la cuestión del millón

¿Qué quiero hacer con mi vida?

    Me he cansado de ese interrogante, os lo juro. Estoy siguiendo un camino en una dirección que he tomado yo, pero el paisaje que veo mientras lo recorro y a donde llevará no lo puedo saber, porque nunca lo he recorrido.

Hoy, además, he redescubierto mi estuche sacuccioli, que me compró S. en un ataque de capricho que tuve un día en una librería, mientras hacía fotocopias. No necesitaba el estuche, la verdad, pero me gustó tanto que pensé que algún día le daría buen uso. Ahora me encanta que me acompañe cada día en la mochila con mi cuaderno en el que no paro de escribir todo lo que descubro cada día.

Saccucioli viene de «SACCO» y «CUCCIOLO»(cachorro) así que tal saco para tal cachorra.

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Primeras impresiones

Escrito el 26 octubre 2016

Ayer llegó S. de visita a mi trabajo. Lo primero que me dijo era que estaba particularmente guapa.
Era mi segundo día de minimalismo en la ropa con el proyecto de 333, no había decidido qué ponerme y me había vestido sin pensar, y cuando me miré al espejo me ví completamente de mi estilo. Muy básica, muy normalita. Nada de especial. S. me vió con el moño chungo y la ropa de siempre y me dijo que que me había hecho para estar tan guapa. Lo que había sucedido es la forma en la que viví el día.
Era un día que se prospectaba muy completo y atareado, de estos días que de sólo pensarlo se te revuelven las tripas y la caca se mete para adentro del estrés.
Así que, visto que: tenía que hacer comidas y cenas, recoger toda la casa, preparar una clase ( y darla) hacer fotocopias, y pasarme 8 horas sola y encerrada llevando la tienda por primera vez, decidí tomármelo con un poco de filosofía minimalista de la que estaba siendo contagiada con el libro de Lucia Terol.

Me puse mi ropa de guerra y pasé un día estupendo porque puse en práctica las siguientes cosas:

  • Focalización, concentración: me centré en la actividad que estaba haciendo o me tocaba hacer en ese momento, sinpensar en la pila de cosas que me esperaban después. Cada cosa tuvo su tiempo y, concentrándome en hacerla la hice más rápido, con resolución e incluso disfruté de ella.
  • Tolerancia: acepté los pequeños inconvenientes que podían surgir antes de que aparecieran. Me traje libros para evitar aburrirme, no me molesté por los clientes fisgones que paseaban (siempre los hay asi que no iba a ser hoy una excepción ¿para qué enfadarse?), acepté que hubo cosas a las que por tiempo material no llegaba (hacer la cama, limpiar aquí y allá). Intenté ser lo más tolerante posible, y mi corazón estaba más tranquilo.
  • Flexibilidad: mi talón de Aquiles. Ayer no me fué nada mal. A veces soy muy rígida: NO puedo ir a cenar fuera porque no tengo dinero, NO puedo comer una pizza para cenar (NO puedo comer una pizza), NO podemos salir que después llegamos más tarde y no cojo el sueño bien, NO estoy vestida para salir, incluso estoy un poco sudada…

Ayer S., después del día ajetreado que tuvimos, me propuso ir a tomar una pizza para la cena. Y acepté, después de pensar a todos esos NOES. Porque está bien tener un estilo de vida y tener ciertas reglas y limites. Pero cuando los límites te perjudican porque LIMITAN tu tranquilidad, tu felicidad y te vuelven una persona rigida, es el momento de dar tu brazo a torcer y aprender a FLUIR. Una cosa que para mí es muy dificil porque soy muy cuadriculada en ese sentido. Por si fuera poco, la pizza tardó 35 minutos en llegar , ¡y estaba muerta de hambre! Y encima, estaba bastante quemada, y no me supo a gloria. Aún así, me concentré en pensar que eran minudeces y ahora que miro hacia atrás, ya la recuerdo como una buena serata.

No sé si todo esto procede de una influencia directa que hace que los tres primeros días después de una revelación cagues unicornios y mariposas, pero quiero trabajar sobre ello para crear un hábito y que no sea solo hoy, sino el mayor número de días posibles. Porque conozco mis defectos que siempre están ahi, y, sin embargo, nunca trabajo para limarlos.
El caso es que hoy me he vuelto a poner la ropa (esta vez si que lo he pensado un poco, porque no sabía si iba a llover o no) Y en cuanto me he visto he pensado. Aquí voy otra vez, con mi ropa preparada para todo con la que me veo guapa y me siento bien. Creo que la belleza depende mucho de la actitud con la que recoges la vida _( como estas personas que las ves y ves que emanan luz…) y si no es así, ¿cómo es que S. se dió cuenta de que tenía un gran día porque estaba “raramente” estupenda?