Cuando vaya a dar la vuelta de los cinco años

…voy a pensar de nuevo en la expresión «envejecer juntos».

Quizás porque ahora empiece a sorprenderme al ver las fotos, como en un antes o después de pasar por alguna operación de cirugía estética. Sin saber si el antes inconsciente o las arrugas de todo lo vivido sea algo bueno para la cara y lo que se lleva dentro.

Quizás, en todas estas idas y venidas, en el proceso de quitarse las capas de los otros, las expectativas, manteniendo a flote los sueños que se chocan con la vida diaria, es algo valioso tener un compañero, como en este caso se llama a alguien que no te pedirá que te quedes, pero del que lejos ya no quieres estar nunca más.

En este lago, que es nuestro lago, donde alejamos nuestros demonios, donde nos desprendemos de las nubes a base de sudor y olor a pino, donde hemos competido y nos hemos gritado, para darnos fuerza y para discutir donde solo los árboles escucharan nuestras desgracias, aquí nos encontramos cada año. Aquí hacemos balance de nuestra maravilla, la que construimos e imaginamos lejos de cualquiera que pueda molestarnos. Con todo el esfuerzo que empieza a señalar nuestro rostro. En este pozo de agua profunda vemos saltar las carpas y nuestras ilusiones, aunque no vayan a cumplirse, aunque seamos los únicos habitantes de esta cuenca de agua.

Un día decidimos rodearlo. Pedaleamos hasta quedarnos sin aliento, y después el peso de nuestra vida en esta parte del mundo se hacía más ligero. Pero la ligereza a veces no es nuestro punto fuerte. Por eso es necesario no solo tener un lago, tambien los brazos del otro. Que nos lleve a la superficie y nos haga flotar en el agua dulce. De esta manera no estamos equivocados. De esta manera nos veo, cansados, arrugados, o despeinados, pero realmente como somos. Veo lo que hemos conseguido, lo que estamos haciendo. Veo que envejecer juntos significa eso. La serenidad, como el lago, cuando baja el sol y atardece. Las piñas en la carretera, el humo de las chimeneas, la nieve en invierno y la brisa en verano.

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Dirty, noise, ants in the bathroom

Dirty, noise, ants in the bathroom

Esta persona que véis aquí no tiene mucho que ver con la que escribe.

Pero es la misma que la que escribe.

A veces me pregunto cómo voy a ser cuando tenga 35, 45, o 70 años.

Estoy segura de que voy a seguir cambiando, y esto me llena de emoción. Porque quiero vivir para verlo, para ver los cambios que el viento, el sol y la lluvia tienen reservados en forma de arrugas en mi cara, y también esa confianza ciega en que la Irene del medio siglo va a llevar una maleta llena de herramientas, objetos y souvenirs. Llena hasta los topes, con tanto extra de peso en Ryanair. Y va a ser increíble cuando llegue a ese momento. También va a ser increíble el camino.

Por eso la serenidad es importante. Desde esa imagen hasta mi presente han pasado 6 años durísimos con un trabajo personal para conseguirla. Creo que estoy en un buen punto. Al mismo tiempo, me encanta que también la que era en el pasado me enseñe algo.

En ese momento, pongámonos en el 2013. Padova. En realidad, Malta. Dirty, noise, ants in the bathroom. Los comentarios de booking como definición de nuestra propia vida. Y era realmente así, algo caótico y colorido lleno de reflejos de mar en la piel más blanca que he tenido nunca (todo gracias a la Pianura Padana y su clima de nieve hasta Mayo). Mi imagen, mi concepción sobre la vida que llevaba, aquí alcanzó su punto más alto. Tenía tanta confianza en mi presente y mi futuro, fue el momento en el que más me dediqué a soñar. Y mis sueños eran mucho más normales que mis aventuras italianas. El surrealismo al que dediqué mi vida me hizo tan fuerte que ahora me pregunto cómo fue capaz de pasar por tantas situaciones sin venirme abajo (nota mental, Irene del presente, ¿te dejaste el optimismo en el norte del país?). Igualmente, esa chica estaba confiada, aunque aún no sabía quien era, tenía seguridad, aunque aún no sabía lo que quería, y soñaba a lo grande, aunque no tenía nada que hubiera hecho por si misma.

En perspectiva, eso es genial. Cojo lo mejor de ella y lo mejor de mí ahora y hago un cóctel explosivo. Aquí entra tambien el Body Positive, mi estrenado brand new pragmatismo, mis ganas de sentirme como ella en ese barco lleno de viento, pero con las condiciones mezcladas de paz interior que ahí me faltaban.

Coger perspectiva, y carrerilla. Esa es la clave. Por eso preparo para mia alumnos las diferencias entre el presente, el indefinido y el futuro. Porque todo vale, Porque todo sirve. Porque es fundamental.

La dignidad

Yo odiaba a esa profesora de francés. Pero de pequeña mi ventana hacia el mundo era observar las personas que me interesaban. Y aquella profesora mi fascinaba. Porque llevaba su baja estatura y su condición de soltera de más de treinta con una dignidad pasmosa, a veces rasgada por una frustración interna que nos dejaba entrever cuando se enfadaba exageradamente si olviábamos un acento o una cejilla.

Seguramente no se sentía muy feliz siendo una mujer soltera. Pero no creo ( y no lo creía en aquel momento) que fuera porque pensase que era algo que deseaba profindamente. Creo que su frustración derivaba del eco de profesores y alumnos y toda esa parte de la sociedad del 2000 que murmuraba entre los pasillos, puntando el dedo sobre ella como culpable de algún pecado inconfesable, de su conocido malhumor, una mujer que no «se llevaría nadie».

Y no es por esto que me planteo retomar los cuatro años de francés en tensión y pánico por sus comentarios ácidos y sus malas calificaciones. Esto no tiene nada que ver, es todo gracias a una guía turística de la Normandía que aprende español y no soy capaz de encontrar las palabras mejores para ella, también porque ella hace el segundo mejor trabajo del mundo(otro de mis sueños en el cajón) y seguramente porque mi lingüística aplicada me hace fascinarme ante la comparación de los idiomas vecinos como si los cambios vocálicos fueran pura magia. Menos útil pero más bello que el inglés.

Entonces, una cosa llevó a la otra, y acabé pensando en la pesadilla de profesora de francés que me hizo odiarlo y tener pánico de las preguntas a traición. A pesar de este pánico nunca lo estudiaba ( qué borrica) y sabía que iba a acabar en su cuaderno forrado con plástico, con puntos negativos sobre mi nombre, estudiando conjugaciones sólo el día antes del examen.

Y entonces la veo, caminando por los largos pasillos con rapidez, radiocasette en mano, y comprendo lo importante que era para ella su trabajo, el amor que tenía por la lengua y el odio que nos tenía a nosotros que no sabíamos apreciarlo. La parsimonia y su caligrafía delicada, su uso del material escolástico como si fueran las sagradas escrituras. Y esa dignidad, sobre todo veo la dignidad de quien tiene una presencia y un motivo por el que levantarse por las mañanas. Y vivir serenamente, a pesar de lo que diga la gente.

Por eso mis lenguas romances son un poco mi forma de levantar la nariz con respecto a quién me mira como un bicho raro. Es posible que toda esta aristocracia, que ahora considero tan necesaria y útil para sobrevivir en un sitio como este sin volverme idiota me venga de mi pareja. El único habitante que no se doblega al dialecto ni para discutir con alguien. Una marca de distinción para llevar nuestra educación, nuestros valores, nuestro modo de vivir, que aquí se resumen en «nuestras rarezas» en algo que cuidar como un legado y una condición que llevar como un sombrero, con el mentón en alto para que no se caiga.

No pienso que todos seamos iguales, esto no tiene que ver con comparativos o superlativos. Son agrupaciones distintas, y en esta época de conclusiones, de llegar a tantas revelaciones después de años de preguntas, ahora que viene la serenidad después de muchas tormentas, encontramos esa calma es el amor propio, y la aristocracia se traduce en el cuidado de todo esto como el cuaderno plastificado de la profesora de francés, nuestras sagradas escrituras son las canciones de Marafioti, que nos recuerdan que rarunos y contracorriente, pero con una copa de vino en un restaurante que mira al mar, o subidos en una moto que recorre Italia del sur al norte, con nosotros volando.

El verdugo

Tengo que pagar la entrada de mi vida. Porque el tiempo está muy caro y yo me estoy volviendo pobre.

Tengo que dejarme de todo lo que me está rodeando, poniéndome capas horribles con todas las obligaciones que me esperan dettás de la esquina. Metemos las monedas para el por si. Para el por si quiero dejar de ser egoísta.

Pero si ésta es la parte egoísta de mi vida, no entiendo por qué de mí misma estoy teniendo en cambio así de poco.

Uno de los cretinos con los que me juntaba me mandó un mensaje vocal hace años comparándome como un diamante, y sabía lo frágil que éramos por dentro. Pero incluso destrozarse, en aquel tiempo, tenía algún sentido, porque la recompensa la sentías cuando los poros de tu piel transpiraban rabia de querer más de todo eso.

Ahora no quiero más de toda la parafernalia que he montado alrededor del núcleo. Que esto haya significado volverse grande, si la muerte vale en cualquier momento para cualquiera.

Por eso mi obsesión por el tiempo, porque me siento como si no quedara nada de eso para pensar en todo esto, Y sobretodo, para no pensar en ello. Para quitarme la rabia sin romper la casa, para darme vacaciones y ser libre de conducir mi vida hacia donde yo quiera.

Quería todo eso, y me he convertido en mi propio verdugo. Miro a mi alrededor y hacemos listas, tomamos un día para dormir a la hora de la comida y merendar a la hora de la cena. Para dejar todo patas arriba, y luego ir detrás recogiendo, porque ya te has convertido en alguien normal que no soporta las migajas en el suelo.

Tengo 27 años (casi) y ahora quiero 10 menos. Al menos para tener el tiempo para pasar de todo. Para que me den igual los problemas que ahora me incomodan. No tengo tiempo ni siquiera para tener amigos. Cada momento me lo guardo para mí, y durante toda la semana me los controlo para llenarlos de ocio productivo. Con las ocho horas de sueño, pueden irse a la mierda todas estas cosas.

Yo no digo que las casas no se construyen sin ladrillos.

Quiero tener una casa de viento y no sé cómo.

O lo sé, pero mi cabeza no me deja.

Es lo que quiero intentar con más fuerza ahora.

Olvidar mi idioma materno, con todas sus suposiciones.

La semilla

Jueves, momento de viajar.

Y con los viajes viene el estrés, la rabia, y el “no eches pa trás el asiento que ya no me entran ni las piernas”.

Y por eso más que nunca me pongo a mirar el mundo desde fuera de mi ventana (a veces me gusta hacerlo pero no demasiado a menudo) para ver cómo es que nos movemos y nos enfadamos mientras vamos en coche, vamos en tren, y sobretodo, sobretodo, mientras vamos en avión.

Entonces no voy a enumerar todo lo dicho en los “No espacios” que escribió alguien como si me hubiera leído el pensamiento respecto a mi odio por los aeropuertos.  Porque las ganas de montar un pollo se multiplican cada vez que paso por uno, y en cualquiera de las veces en los que soy un caja de amazon sin las botas puestas y con todo lo que cabe en mi mochila fuera de ella cada vez que alguien necesita comprobar la seguridad de todos los viajantes.

En lo que me voy a centrar es en una semilla que nunca pensé que se instalaría en mi cerebro. Una semilla que he evitado en todos estos años considerando que algunas de las cosas que he oído en mi casa y durante mi educación eran algo machistas, incluso viniendo de las matriarcas de la familia. Y por eso te acostumbras a ciertos razonamientos, automatizas ciertas frases que escuchas mientras apagas la lucecita que en tu interior se enciende diciendo “micromachismo en el aire, vaya, acabas de decirlo tú también. Vaya, serías capaz de aceptarlo sin muchos problemas.” Eso era así, a pesar de todos los cretinos de mi vida con los que he experimentado la disminución de lo que yo era a nivel emotivo, físico y de carácter, haciendo que mi personalidad tuviera que desarrollarse deprisa y corriendo después de los dieciocho. Eso, a pesar de todo aquello, mi actitud hacia la vida, hacia la consideración de mi vida, era arquetípicamente machista. Porque ¿qué feminista hubiera tragado la píldora de vivir en un sitio que no le pertenece sólo por estar cerca de la persona que ama, considerando su desarrollo social y laboral practicamente muerto desde entonces? ¿O quién hubiera aceptado tres años de ser mantenida por tu pareja, mientras te entrenas en tus facultades de cocina y lavadoras, esperando que el futuro sea algo más prometedor que hasta entonces? Bien. La situación era clara, y yo nadaba como un pez casi cómodo en esa pecera.

Afortunadamente el 2018 trajo consigo un cambio de rasante en todo lo que había establecido y con mucha fatiga había aceptado como permanente. Y afortunadamente fue así, aunque costó casi una depresión. Desperté de un letargo en el que me mecía, enamorada y satisfecha, con un poquito de rabia sana que me hizo cambiar las cosas de una vez por todas. Y eso fue fantástico. Porque la semilla creció y de repente todos mis sospechas fueron infundadas.

Desde que mi parte social y laboral se ha completado en el giro de dos meses dandome un sueldo, un trabajo que me enriquece y una comunidad de gente esparcida por el mundo, interesante, respetuosa, y parecida a mí de algún modo u otro, me siento una persona con una nueva energía. Y siento que la Irene que se había diluído en alguna parte ha vuelto a controlar todas sus piezas, bien enganchadas y conectadas con la mente y el corazón. Y en todo esto mi pareja demostró que la semilla de su cerebro era más grande que la mía. Me lo encontré a mi lado, en la lucha, demostrandome el feminismo que nunca será consciente de poseer. Apoyando mi decisión y motivandome a seguir cuando yo no creía en ella, y durante el resto del tiempo, cocinando, poniendo lavadoras, lavando el baño y tendiendo después de sus 9 horas de trabajo.

Así que todas is decisiones desbocadas, elegidas con el corazón y sin ningun tipo de sentido lógico, llegaban a un equilibro que complementaba todo mi camino con el de otra persona, considerándolo el mismo  sin perder la identidad y la autonomía que me pertenece. Una autonomía que me hace, ahora, sentirme completa, tener tonalidades distintas. Y sentirme fuerte.

 

Todo esto no habría sido posible sin el feminismo. Porque ahora la semilla está creciendo gracias a la comunidad de mujeres que confía en mí y me regala su tiempo y sus experiencias. Mujeres fuertes, que no ven las otras mujeres como el enemigo, la comparación, o el desafío para cazar la presa más codiciada. Que ven el trabajo conjunto como el único modo para mantener nuestra identidad, sin dañarnos. Sin andar a la gresca, con el ojo avizor y los labios fruncidos.

 

Lamentablemente, yo vivo en el culo del mundo. Donde el feminismo vive sólo en mi casa, con Stefano y conmigo que lo construimos. Por eso tantas veces evito salir del mundo que me he creado. Por eso también odio los aeropuertos. Porque se ve de todo. Y no solo en la fila para entrar en el avión siento la mirada de las mujeres, la incógnita y la reprobación cuando ven la ausencia de maquillaje, mis primeras canas sin teñir y mi ropa que no es de marca. El mundo no es cosmopolítca y urbano. La mayoría del mundo es este mundo. Despectivo y deshumano, sobre todo las mujeres entre ellas. He trabajado con mujeres y hombres y en cada trabajo rodeada de chicos me ha ido mejor. De los equipos de mujeres he salido despavorida, alimentando comentarios machistas pero desgraciadamente ciertos como “es imposible trabajar o relacionarse con mujeres”. Y ya está bien. Así siguen las cosas también por culpa nuestra. Porque no pueden poner el haghtag  metoo y seguir mirando por encima del hombro. No puedes sostener las bases de la sociedad calabresa en el hombre paga y la mujer se maquilla (podrían quemarme por decir esto pero creo que después de casi 5 años aquí puedo establecer ideas sabiendo de lo que hablo). La mayoría del mundo necesita aún el feminismo. La mayoría de las mujeres necesitan ser mujeres feministas. Y por eso, después de la negación constante, ahora me estoy educando cada vez que un pensamiento despectivo inunde mi cabeza, cuando la mujer de turno, con tanto de leopardo y bolsa de gucci, me dedique una de sus miradas lastimosas. O la próxima vez que me pidan que me maquille un poco para parecer más femenina. He pasado los últimos dos meses con la depiladora estropeada y os puedo jurar que la comicidad entre mis piernas y las de mi chico ha sido más motivo de risa que de asco. Porque, al fin y al cabo, el pelo es lo que nos hace mujeres adultas, y no niñas. Pero de eso ya hablaremos otro día.

Fuera, el ruido

Creo en nosotros más de lo que creo en mi, aunque tu crees por los dos tantas veces. Creo que la dependencia psicológica tiene que ver con todo esto como el chocolate a la planta del cacao. Y nosotros estamos en esa miscelánea, pura, y amarga. Creo que las cosas últimamente nos han ido (por separado, en nuestras propias circunstancias, nuestra creación de las personas que somos cada uno de los dos cuando no somos nosotros) bastante mal y bastante bien en mucho sentidos. Y por eso cuando todo lo periférico va hacia abajo, cuesta abajo y sin frenos en el cansancio de la vida, del trabajo, de las cincuenta bacterias y virus que decidieron inundar mi cuerpo en los últimos tres meses, ahí estamos nosotros, a veces molestos con la vida y nosotros mismos, a veces aferrados a la esperanza que nos dan nuestros sueños de futuro. Un futuro que ya no soñamos utópico, con las macetas del azféizar de una ventana que nunca nos podremos permitir. Un futuro que ahora soñamos ridimensionado, en el oro de lo que ya tenemos. La luz, el tiempo libre, la tramontana.

Ahora soy un Van Goth con un pitido constante. Me tiene siempre alerta y con las armas en el hombro. Me encuentra exhausta, preguntándome cómo una tercera criatura podría ser añadida a la ecuación mientras lavo los platos. Pensando, no es posible. Soy demasiado egoista para que aquí esté todo. Giro el metro de esquina que separa mi pasillo cocina de tu cara cansada. Y cambio de idea. Creo en tí porque eres y estñas y también porque tú crees en nosotros. Y tienes la palabra lúcida incluso cuando estás a 38 grados de temperatura. Incluso cuando cerramos la verja de la casa y el viento y las dificultades nos aislan en un cuarto en el que muchas veces el aire está viciado. Para eso sirve la tramontana en el oído otítico. Para sufrir. Pero también para no dejarse vencer por el cansancio, para estar aún despierto.

Estamos despiertos. Estamos vivos.

¿Te acuerdas cuando estaba más deprimida de lo que nunca he estado desde que te conozco? Entonces yo no veía el color del mar al que me llevaste, la luz que entraba entre las rocas mientras atardecía. Entonces yo estaba demasiado ofuscada, demasiado encerrada en mis demonios y mis lorzas aunque el verano ya estaba llamando a la puerta. Fue un periodo horrible, y cambió el futuro de un modo alucinante. Ahora esa parte de mi vida es brillante y llena de esperanzas. Así que espero que lo que tenga que venir ahora vaya a ser estrepitoso, y este agujero negro sea sólo otro de esos cambios de rasante que utilizo para impulsarme hasta el cielo. Para ver (aún) más claro de lo que este último año está haciendo conmigo. Estamos. Y estamos tan lúcidos ahora. Cansados, débiles, llenos de gripe. Pero estamos tan seguros que este credo lo recitamos al unísono, entre las sábanas, mientras se recuperan las fuerzas para seguir cansándonos.

 

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Tarde para irnos intactos

Salamanca me recuerda mucho a Vetusta Morla. Los escucho antes de llegar, cuando me voy, y cuando estoy morriñosa por aquel lado. Y tiene todo el sentido del mundo porque igual que entiendo el romanticismo de las canciones me puedo imaginar el calor que tienen que pasar en Madrid en junio. A ver, así es la vida,o al menos como te la presentan. Para hacer esas letras increibles seguro que se han comido la boina de mierda que hay encima de Madrid y muchos meses sin ir a la playa. Pues como todo, la fotografía de la vida de la gente está muy alejada de la realidad de cada uno. Lo importante es que uno esté orgulloso de la parte menos fotogénica de su vida.

Mientras que en mi parte de allí sueño y vivo con Lucio Battisti de otoño, y muchas caribeñadas en los veranos de cinco meses. Está bien así. Como lo está ahora mi vida, después del aquí y el allí y la cabeza poniéndose como un bombo intentando encontrar una linea recta.

Pero las personas no somos líneas rectas, ni caminamos así. Igual ahora yo camino por la piedra pero esta piedra esta dentro aunque no me pertenece, porque he decidido que me pertenezcan los atardeceres añiles en vez de los naranjas. Y porque aunque no lo hubiera decidido el viento húmedo me ha empapado hasta los huesos y soporto mejor los 50 grados que los bajo cero.

A todo se acostumbra uno, lo que no me iba a imaginar es que lo iba a amar así tanto. Como el día que dije «fui a la montaña para darme cuenta de que era del mar» así de marítima me encuentro después de la incomodidad de las idas y venidas por la cara norte (de Salamanca hasta Gijón y tiro porque me toca). Yo no soy folclorica, pero la Taranta de Einaudi será lo que ponga en mis oídos apenas el avion aterrizado me devuelva el wifi, allí en mi culo del mundo.

Qué mal lo he pasado a la ida y qué bien me lo voy a pasar a la vuelta. La incomodidad sirve a hacer las paces con los distintos lugares. De aquí la civilización y la calles ordenadas, las más de mil vidas que podría haber tenido, la piscina con calefacción, los libros en hilera, las hileras de miradas que me han traído tanta nostalgia. De allí el instinto, la vida que me empuja cada vez más a la diferencia entre el día y la noche, las estaciones, los campos de visión vacíos donde se ve a lo lejos y no es una meseta, es agua y montañas. Y todo produce la confusión, la contradicción, la misma que te hace amar los coros rusos católicos y la música balcánica, sin que todo esto interrumpa el hilo argumental coherente.

Me han dicho muchas veces que en la vida hay que ser coherente. Y por eso tenía tantos líos en la cabeza. No había entendido que si deseas comer almejas siendo vegano tienes que comer almejas, y eso es contradictorio pero coherente. Pues así con todo, como decidir amar de aquí en adelante a una persona que no te ha quitado tu vida, que te ha enseñado otra. Del mix de todo está lo de aquí y lo de allá, un batiburrillo parecido al realismo mágico de los objetivos de año nuevo.

Lo incómodo te mete los alfileres en el vestido. Salir ileso con tus cicatrices bien cerradas es lo que hace que puedas irte con una sonrisa, y serena.

 

La generación de los blanditos

o por qué la gente sigue haciéndo niños sin pensarlo demasiado.

Quiero saber lo que piensa la gente de no tener hijos.

Tener hijo para hacer un mini yo es algo que creo que se nos está yendo mucho de las manos. Lógicamente hace 100 años las mujeres lo hacían porque «era lo que había que hacer» y porque mujer y madre venía a ser prácticamente lo mismo.

Pero ¿ahora qué?

Érase una vez mi amor por trabajar con niños, por la educación. Mi pasión por todo lo que entiende campamentos y scouts, educación Montessoriana, educación en valores, educación alternativa o simplemente el arte del ocio y de las decisiones de tus hijos como libertad y alas para ellos. Me convertí en la abanderada de todas las franjas de edad en tiendas de campaña y haciéndo deportes, con todo lo que ello enseña. De volver a los niños reales y a subirnos a los árboles.

Y precisamente fueron los árboles los que me dieron una perspectiva muy distinta.

He trabajado con canoas, con campamentos, con asociaciones culturales. En la escuela. Y todo tipo de niños, de cualquier condición y edad, han absorbido algo de mi pasión por mostrarles las posibilidades de su cuerpo y su creatividad. Y sin embargo, en todas las situaciones, los niños y yo nos encontrábamos en un entorno sin padres, donde el niño estaba solo consigo mismo (y conmigo, claro).

Esto parece una tontería pero es fundamental.

Porque cuando me fui a trabajar en un parque multiaventura donde los padres acompañaban (desde abajo) el recorrido que hacían sus niños entre los árboles, la situación cambiaba muchísimo. La generación de niños blanditos que no saben abrir un mosquetón ni subirse a un árbol no me paro a comentarla. Voy directamente a las situaciones padre-hijo que he presenciado:

Ejemplo 1: Niños en competición mientras ambos padres les jalean. El niño más lento o el que tiene miedo en un momento determinado es la vergüenza para el padre, el padre insulta el niño mientras éste se muestra paralizado por el miedo y la frustración de no atender a las expectativas de su padre a 5 metros de altura.

Tambien la otra cara de la moneda, ejemplo 2: niños sobreprotegidos que antes de empezar han dicho 30 veces que no son capaces de hacerlo y sus madres les miman y potencian sus lloros y crisis por haber subido a dos escalones del suelo. «Pobrecito, es pequeño» justifican. Y el niño en cuestión tiene 11 años y no tiene la capacidad de meter un mosquetón en un cable para hacer una tirolina a un metro del suelo en completa seguridad. Igual el niño no es pequeño, igual estamos educando de manera equivocada.

Niños «preparadisimos» para la vida gracias a padres impreparados. He vito una legión de padres que no parecían padres, que parecían frustrados, cansados,  resignados, que daban la sensación haber elegido la profesión de padres porque era el paso sucesivo al matrimonio, porque tocaba (la crisis de los 30-40), o peor aún, para crear una pequeña muestra, en frasquito pequeñito, de sus gustos y frustraciones.

Porque esto es algo que hacemos todos, sin excepción.

Algunos lo hacen de forma sobreexpuesta y exagerada, cuando quiere un Messi, una bailarina, o una modelo que alimente y suavice sus frustraciones. Y otros aparentemente sin maldad intencionada, cuando queremos darle la educación que nosotros creemos adecuada, sin saber si tu amor por la naturaleza y el deporte será también el suyo, o él preferirá jugar al ajedrez y tumbarse a la bartola. Sin saber si el colegio católico será una opción aecuada para tu futuro hijo anarca, o si la elección de un instrumento es fundamental para un niño al que le apasionará cazar sapos en el río y mancharse de barro hasta la frente. Elegimos por nuestos niños antes de conocerlos, y cómo podemos estar seguros de que será la mejor opción para ellos. Les buscamos las siete semejanzas apenas nacen, adjudicandonos su nariz rechoncha o el gesto con el que duerme, y me pregunto si seremos capaz de quererle igualmente si este niño de familia trotamundos vegana no saldrá de su ciudad en la vida y querrá dedicar su vida a la investigación de la cría de langostas. ¿Será el niño bien o mal educado según cumpla las expectativas o sea compatible con nuestras ideas?

El problema de esta generación de niños son los padres. Y menos mal que existen los contraceptivos. Porque deberían explicar en el colegio la responsabilidad de traer una persona al mundo. Primero, por el mundo de mierda que gracias a nuestras acciones le proponemos ahora mismo, y segundo, porque antes de hacer un niño, deberíamos ser completos nosotros mismos. Aún más que todo ese rollo de quiérete a tí mismo antes que a los demás. Con un hijo eso se magnifica hasta el infinito.

Por eso he pasado del «que guay, quiero ser madre joven» al «si llega el momento lo seré conscientemente»

Porque no sé si estoy preparada para traer a un mundo (lleno de mierda, antibióticos y contaminación) un alma libre y dejarle que lo sea sin mis ideas sobre lo que quiera enseñarle. Porque hay muchas cosas que tengo completar en mi vida para poder darle la posibilidad  y las oportunidades (sin tocar el tema monetario que eso ya sería un tema aparte).  Y basta ya de hablar de egoísmo. «Es normal que ahora se tengan menos hijos, porque es un sacrificio y la gente quiere solo vaguear» «Claro que ahora las madres son viejas porque quieren divertirse y no sentar la cabeza» «Qué egoístas esos padres, que cuando el niño tenga veinte ya tendrán casi sesenta».

Vamos a ver si miramos las cosas de un modo menos anacrónico. Mi egoísmo es el de sentar la cabeza a los veintidós, pero igual no tener un hijo nunca. Mi egoísmo es el de entender que los padres «viejos» que he conocido superan con creces a los niños que se vuelven padres a los 25 o al los 30.  Primero por la inmadurez que tenemos con 25 y 30.
Y segundo, para los hijos, porque si una mujer decide tener un hijo después de poner en orden su carrera profesional, su situación económica, y vivir su vida de pareja o en solitario como quiere hasta sentirse preparada para semejante evento importante, desconcertante, abrumador y asombroso, lo único que hay que hacer es aplaudir, porque seguramente no tendrá las taras de quien no se ha formado y busca solo «lo que toca».

Voy a comparar a niños con tortugas por la de veces que se escucha eso de «Mi hijo es lo mejor de mi vida pero igual en ese momento o si lo hubiera pensado más no lo hubiera tenido». Yo tengo dos tortugas muy simpáticas pero si antes de comprarlas hubiera sabido que se volvían grandes como ballenas y que cagaban tanto y olían fatal pues igual tampoco las hubiera tenido. Al final es lo mismo, la desinformación, el tirarse a la piscina sin abarcar (lo inarbacable) la magnitud del asunto.

Es increíble todo lo que me gusta el tema de la educación y las pocas ganas que tengo de ver niños en este momento. Estoy yendo por los derroteros de mí misma, que son fundamentales para mi vida y la posibilidad futura de ser madre, si llega ese momento. Me escudo (como si me pudiera paragonar) informándome sobre cosas como por ejemplo: ¿Cuántos escritores no tuvieron descendencia? Estaría bien tener la posibilidad de hablar de esto con Jane Austen, las Hermanas Brönte, Lewis Carol o Quino.

 

La chispa adecuada:

http://quemerecomendaspara.blogspot.com/2015/03/escritores-de-libros-para-chicos-que-no.html

La historia del perro atropellado en la carretera.

La historia del perro atropellado en la carretera.

Todo lo que supone el 2018 está llevando consigo una carga emocional para nada indiferente. Pero también hablan mis músculos, contracturados en la lucha que genera no pararse por ningún motivo. De todo lo que recapitulo en un verano que espero que se aleje pronto, encuentro el esfuerzo que llega a pequeñas conclusiones, pequeñas victorias, que por otro lado el cansancio hace que queden en poco con mi cerebro aguado de no usarlo lo suficiente.

Todo lo que decido empieza siempre como una lavadora que centrifuga, y que, sobrecargada y caliente, deja paso a una acción que pueda salvarla. De todo esto antes me quedaban las cicatrices, los recuerdos de alguna locura, y lugares llenos de piedra, canales y bibliotecas. Ahora todo ha dejado paso a los elementos naturales, que suelen ser ostiles, aunque bellos.

Del hacer para no pensar: una espalda rota, y un perro desintegrándose en la carretera.

El perro debió de morir atropellado unos días antes de Ferragosto, y cada vez que pasaba la curva del río Neto, antes de recorrer los mil metros de altitud y 50 km que separaban la playa de la montaña, mi casa del lugar donde había decidido dejarme las pestañas, lo veía. Los primeros días tieso, con las patas duras, la expresión andada. Al inicio de septiembre era ya medio perro deshecho como una tarta dejada al sol demasiado tiempo.

Igual los esfuerzos. La fatiga, esa de verdad, que te rompe los filamentos musculares, que te eleva la tensión hasta hacerla una cuerda tensa de violín, con el peligro de saltar tu misma sobre tus propias ansiedades. Todos los sentimientos encontrados entre el vuelo de los pájaros entre los árboles y los moratones y cortes en las piernas me hacían sentir viva y muerta al mismo tiempo, atropellada por algun camión de todas las circunstancias a las que yo misma había decidido destinarme. Una montaña de árboles, de piedras, de tierra. Una montaña difícil de escalar, un gimnasio para mis defectos y mi impaciencia, mi manía de control, mi querer saber lo que hay más adelante.

De todo eso he aprendido, mientras he visto la carretera todos los dias desde entonces, mirando siempre hacia mi derecha para morbosamente notar los cambios en la desaparición del perro. Para no dejarme desaparecer en ninguna circunstancia, a pesar de todos los camiones que parecían pasarme por encima, o adelantarme. Me he contado esta historia cada mañana sin tener el tiempo de escribirla. Sin tener el tiempo de reconocer que en estos años estaba creando partes de mí que serían más de mí misma que las de antes, pero con el mismo miedo de perderme. Sin saber que yo seguía aquí dentro, pero otra.

He podido rescatar del olvido mi Ipod viejo para todos los viajes al trabajo de mil metros de altura, y todos me contaban cuentos casi olvidados, con una música demasiado estridente, demasiado desordenada. El 90 % de mis gustos musicales tirados a la basura, las canciones que quedan ligadas perennemente a recuerdos de situaciones que parecen otra vida. ¿He cambiado de país o de líneas de trazado?

A veces soy un perro atropellado en la cuneta de una carretera. Intento verme en los espejos que me definían cuando yo aún no era yo entera. Trato de imaginar mi vida sin las circunstancias que inevitablemente me han dado la forma de mis 26 años. Pido mas de mí que mí misma. A veces me resulto demasiado poca, a veces floja. Otras miro atrás y no me explico como he pasado por ciertos bucles sin haberme roto en pedazos. Una parte se descompone para formar otras muchas. Mi cara me pertenece con todas las líneas que me hacen vieja. Me ha quemado el sol y la lluvia, en un solo verano he vivido dos estaciones, he sido de mar y de montaña, externa e interna a mis pensamientos. Y seguramente ahora estoy cansada. Cansada y con la espalda rota, como decíamos. Pero más consciente. Quizás tengo que trabajar siempre, física y emocionalmente, en las cosas que siento que faltan. Pero el ente incompleto se deshace por su eterna transformación, y sin ella, sería imposible crecer como torre, o como árbol.

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El clavo

Estoy achicharrándome por un motivo lícito: la curva que empieza en tus hombros y acaba en los lumbares. Estoy tomando decisiones como caminos, y seguramente lleven a montañas en vez de a las praderas que me espero.

Pero últimamente tenía una imagen en el espejo que no era la mía, y nada va bien cuando intentas seguir el hilo conductor de todas las vidas que has dejado por el camino. Cualquier otra te hubiera llevado por atolladeros. Con la imaginación, por supuesto, en algunas soy más política, más activa, en algunas me quedo con la imagen de mis 21 años.

Antes de que todo esto se pierda tienes que salir a la superficie; recuerda: no se bucea sin aire.

Agradezco todas las vidas que he vivido, hubiera querido que fueran más o más largas? Aquí va otra. Imagino que de aquí en adelante escribiré más y trasnocharé menos, imagino que el cambio de rasante afectará a mi cabeza igual que un vino de cartón.

Qué le vamos a hacer, todos los que me han acompañado han sido tan nostálgicos como yo, daría media vuelta para revivir todo esto y seguir encontrándome en el culo de los vasos, en el fondo de las bibliotecas, en el camino de nieve en bici hasta casa. Ahora me toca imaginarla sin otros que puedan pintarle ribetes, ahora puedo hacerlo porque estoy templada y puedo seguir soñando.

Casi nada de lo que sale de mi cabeza tiene sentido aunque todo dentro de mí lo tenga. Un poco como esta última parte de mi vida vista desde fuera. El denominador común aún pesa, aunque sea el único modo que conozco de ir hacia delante sin sentir remordimientos de todo lo pasado.

El clavo

Todo lo revivido se estremece.

Repites las historias muy despacio
con los nombres del mundo de los muertos
pues lo bello, al final, resulta triste.

Las huidas sin carrera son la imagen
grotesca de los sueños, el agua que se escapa
entre las manos y, por eso, prefieres
cambiar aquellos nombres y lugares, dejar
sólo los hechos con los sentimientos
que arrastran.
Puede ser una señal
y casi te deslumbra.

En el dolor, no obstante,
el abrazo es más rápido que un cepo.

Ser uno mismo, sí, pero antes ser de otros.

Juan Carlos Abril