Todas las historias (I)

Todas las historias (I)

Después de todos estos años has encontrado mi guarida de roca y piel. Enhorabuena.

He visto que trabajabas, que sigues contaminando tu existencia con alcohol, para olvidar o recordar la literatura, y parece que te has olvidado de los bosques, de los pies descalzos, de la caza. Yo pude pasar por encima de todo aquello pero se quedaron los residuos naturales entre las uñas, y ahora vivo y combato con ello.

Deja que te cuente una historia.

Érase una vez una página en blanco. Un mundo sin personas. Un mundo vacío. Hicimos caer dos personajes en un decorado que construímos como un bosque lleno de peligros. Un decorado relleno de hierbajos y plantas curativas. La vida de aquellos dos era dura como una trinchera. Y, sin embargo, tenían la posibilidad, tenían las preocupaciones de unos folios de papel, unos horarios de clase, el gran problema de poder no hacer nada que matase la poesía. Tenían todo en ese bosque deshabitado que era una urna de cristal con el mundo exterior.

Pero un día, en el jardín del Edén y las bestias, donde casi nos agarramos a puños, se abrió una brecha, un agujero que conectaba con un mundo más duro que todas las criaturas que habíamos creado, pero un mundo más real. Tremendamente real.

¿Quieres que siga con la historia o escribes tú?

La primera en salir del mundo de las maravillas fuí yo. Se sabe que las niñas corremos y escribimos más rápido. Salí demasiado pronto. O tenía que ser de este modo. Salí de aquel mundo cuando las páginas, los libros y la literatura eran algo que de esta parte del bosque no me iba a salvar.  Pero tuve que salir cuando ví la brecha porque si no lo hacía me hubiera quedado como un Peter Pan encerrado en Nunca Jamás.

Lo abandoné durante algún tiempo, renegué de todo aquello que me construía. Porque mi armadura de libros y cuadernos era endeble e inútil contra las inclemencias y las muertes. Porque nunca me daría dinero. (Sé que hablo mucho de mí pero no sé lo que pasó contigo).

Poco a poco, intenté volver a los bosques, aunque ya eran otros. Tuve siempre presente un ojo a la ciudad, por si acaso. Ahora mi condición de improductividad es el trauma de las once de la mañana, pero he agarrado más tiempo que donar a la literatura.  A veces reniego de todos los años de peregrinación con ella y ella siempre me acaba atrapando. A veces pienso en acabar la historia de la chica del bosque, contestar a las cartas de ultramar que he recibido, pero he perdido las páginas del borrador y era una historia a cuatro manos imposible de ser contada con una sola voz (sería una mentira a medias).

A veces escribo poco y tan mal, que vuelvo a pensar que no quiero saber nada. Esta última parte de torre ha sido dificil, porque ahora está en medio del mar y las inclemencias y la sal carcomen la piedra. A veces las olas parecen que van a apagar el fuego de la torre quemada. Pero te juro que yo no les dejo. Por eso a veces pienso que sería capaz de contar todas las hisorias incluso sin ayuda de nadie. Cuando quiera contar aquella del mundo deshabitado encontraré tu dirección en la copa de algún árbol. Ni siquiera sé si salíste del bosque o sigues por ahí perdido.

 

 

Qué hice el último mes.

Qué hice el último mes.

Internet es un arma y una herramienta espectacular. Es algo que va más allá de lo que nosotros podemos abarcar. Hoy en día no podemos viajar, cocinar, hacer deporte, aprender algo, divertirnos, hacer amigos, leer o comprar sin internet. Entre otras muchas cosas.

Esto no es una parrafada resumiendo los últimos documentales que he visto. Aunque sí tengo que decir que los libros y los documentales tienen un efecto espasmótico sobre mí. Después de leer La enzima prodigiosa y de ver Cowspiracy me volví vegana, hace un año. Después de ver Lo and Behold y Live in Public tomo esta decisión. O soy muy impresionable o verdaderamente necesitamos no dejar nunca de aprender y abrir los ojos hacia algunas cosas. Lógicamente la experiencia de vida y las circunstancias marcan el inicio de ciertas reflexiones que encuentran el sustento en los libros y documentales que utilizas para profundizar en el argumento. Como decir que El estudio de China es mi libro de cabecera en el que reencuentro algunos de mis motivos y la fuerza para continuar a decir que no al 30 % de los alimentos.

No hay nada que no empiece con las sensaciones vividas en tu propia carne.

Y por eso de aquí en adelante no tendré ni twitter, ni facebook, ni instagram.

No quiero que ningún conocido del colegio o de la universidad me busque una tarde de domingo para ver cómo se ha desenvuelto la vida de mis últimos cinco años a través de mis fotos de perfil. No quiero que ni él ni otros puedan comparar mi vida con la suya para ver quién ha llegado más alto, quién es más feliz, quién se mantuvo en forma y con menos arrugas.

No quiero conocer a una persona en bicicleta y que me llegue una petición de amistad después de haberle dicho sólo mi nombre (sobretodo, porque con el casco y las gafas uno es irreconocible). Y que necesite mi instagram para saber cómo es mi cara sin elementos ciclisticos o para saber si tengo pareja.

No quiero desear las vidas (las porciones irreales de vidas) que mostramos en estas redes sociales. Donde tan pronto desearé vivir en Australia y comer fruta de la pasión con veinte kilos menos de los míos, como ir a Noruega en pleno invierno a beber chocolate caliente después de esquiar. No quiero desear trozos de vida que no existen en lugar de vivir la mía, que es real.

No quiero ser yo la que se compare. La que diga que soy demasiado joven o demasiado vieja para __. La que se pregunta si las circunstancias hubieran cambiado mi presente hacia uno mejor o peor. No quiero pensar que mis costumbres, mis aficiones, mis horarios y mis principios son justos o erróneos.

No quiero que una pantalla se adapte a mí. No quiero adaptar mi vida a una pantalla, unas canciones, unas frases, unas fotos de perfil. No quiero verme en las situaciones bellas y cotidianas de mi vida pensando en enseñarselo a un agujero negro sin identidad en lugar de vivirlo.

Cuando cumplí dieciséis años, me ví toda la serie de Al salir de clase. Yo soy una millenial, como se dice ahora, y no una chica de los ochenta. Lo cierto es que la comunicación, la relación humana, las sensaciones encontradas en tantas circunstancias me parecían mucho más reales en mi primera infancia que en mi juventud, cuando el facebook o el twitter o el fotolog, el blogspot o el youtube marcaban la interferencia entre la realidad y el personaje. Siempre pensé que me hubiera gustado vivir en aquella época de Al salir de clase, cuando los jóvenes se llamaban por telefono y enredaban el cable entre los dedos. Cuando se quedaba, y se hacían cosas. Y tu tenías la sensación de estar en el momento presente, sin interferencias. Algunos dirán que la tecnología es progreso, pero es un arma de doble filo, aunque sea banal decirlo.

Yo pienso que el progreso, o mejor dicho, el futuro, sólo es posible a través de la involución. Tenemos que recular como especie para evitar cargarnos todo lo bueno que nos queda en los próximos cincuenta años.

Tenemos que volver a alimentarnos con semillas, cereales, hortalizas y frutas, en lugar de alimentar a los animales con los cereales que salvarían al planeta de la hambruna.

Tenemos que volver a hacer pan, a cocinar comida real, a tratar nuestro cuerpo como un templo, para evitar las enfermedades que se derivan de los químicos y de la ausencia de nutrientes del 90 % de lo que hay en un supermercado.

Tenemos que inverir más en alimentos reales y menos en medicinas.

Tenemos que dejar de destruir ecosistemas y fauna.

Tenemos que volver a la autoproducción, a sentir el valor de las cosas a través del esfuerzo. Creo que algo que no requiere esfuerzo no te da la felicidad. Comer cuando tenemos hambre, dormir cuando estamos cansados, amar cuando hemos echado de menos y ducharnos cuando hemos sudado. Son los momentos en los que el ser humano se siente más animal, más humano, y más libre.

Tenemos, sobretodo, que vivir la vida que tenemos, y no las proyecciones de vida de los otros. La televisión basura, el mundo conectado que nos hace cada vez más solos. Dejar de etiquetar las cosas, no meternos más en casillas para sentirnos aceptados por parte de algo que nos pide todo y no nos da nada a cambio. Reducir horas de televisión, reducir pertenencias, reducir amigos, reducir deseos, reducir horas y horas de información delante de nuestros ojos. Reducir la sobreinformación.

Internet es la sobreinformación, la que hace que tú mismo ya no puedas elegir qué quieres buscar, leer, ver. La que te presenta todos los deseos que nunca podrás tener, el portal de la insatisfacción, la que te aleja de tu presente. Tenemos tantos amigos, tantas opciones, tantos sitios a los que ir, tantas cosas que hacer, y tanto que trabajar para conseguir esos estúpidos sueños prefabricados que nos hemos abrumado, y nos hemos quedado sin amigos, y sin querer estar con uno mismo. Sin opciones, porque ninguna es lo suficientemente buena comparada con otras que hemos visto o escuchado. Sin sitios a los que ir porque no estamos en el sitio en el que realmente estamos, no lo vemos, no lo agradecemos, no lo vivimos. Sin cosas que hacer porque a la larga lista de obligaciones se interpone la interferencia de la bandeja de facebook o el Candy Crush. Y sin sueños porque lo que soñamos es ficticio e irreal. Y tu sueño primigenio se te antoja pobre y simplista.

Para mi el progreso es decrecer, reducir, disminuir. Volver.

Es estar en el momento de ahora, con las nuevas horas de vida que se te ponen delante cuando eliminas las redes sociales (y te das cuenta de la cantidad de tiempo que pasabas en su compañía improductiva). Es vivir la vida que tienes, hasta verla sin los ojos de las expectativas. Sentirla tal y como es, y aceptarla. Aceptarte a tí mismo, aceptar tus elecciones, amar tus elecciones, y darles el valor real que tienen. Odio las frases rollo «Todo llega a quien sabe esperar» como si tu no tuvieras el control sobre tu felicidad. No es que nada va a llegar, es que ya ha llegado. Se trata de amar la vida que tienes. Y para eso creo que es necesario no dejarse influir, condicionar, comparar ni frustrar con las pequeñas piezas de la vida de los otros. Sobretodo si se nos muestran en bandejas de plata y tags.

He pasado un mes sin instagram, varios sin facebook, y me he dado cuenta de que he ganado en tiempo, en presencia, en felicidad, y he concluido y he hecho cosas que realmente quería hacer. Tengo sueños, deseos, proyectos. Pero todos ellos corresponden a mi vida real, conviven con las circunstancias que me rodean y son parte del camino que me compone. Un camino que, si me dejara influenciar por las redes sociales sería simple, retrógrado, doblegado, desaprovechado,  resignado, tradicionalista, y prematuro. Y que para mí lo fue hasta que apagué la conexión entre lo que esperaba de mi vida fantaseando con toda aquella sobreinformación y lo que me hacían entender que era el sueño real. Que para mí comenzó a ser el camino justo, ideal, y con sentido cuando me limité a vivirlo en el presente y a verlo con los ojos reales.

Me voy a la vida real, a la que tengo, a la que amo, a vivirla. A exprimirla con la fuerza que no me roba la publicidad y los cánones de vida perfecta. A pensar en mis prioridades como válidas y diversas del resto de los mortales, sin que esto sea un problema. Me voy a concentrar en mis principios, a decrecer, a reducir, a agradecer, y a cuidarme. Internet me estará esperando sólo para escribir o buscar recetas nuevas. Es estupendo saber que se acabó lo de cotillear y juzgar a gente, y que ya nadie podrá cotillear y juzgarte a ti, ni siquiera tú mismo.

 

Recomiendo enormemente:

  • Documentales : Cowspiracy, Meat the truth, Food Inc, (nutrición) Lo and Behold, We live in Public (internet) .
  • Libros: El estudio de China – Dr T.Colin Campbell, La enzima prodigiosa – Hiromi Shinya, Simplify – Joshua Becker.
  • Próximas lecturas: La vida líquida- Zygmunt Bauman, Los no lugares – Marc Augé.

Dejé-de-Esperar-Cosas-de-la-Vida-y-Empezaron-a-Suceder-Milagros1

Automático

Automático

veo el cielo.

Veo el cielo que cae de espaldas

(Me caigo de espaldas con él)

Este dolor de cabeza me ha vuelto a sentar en la terraza, a ver el atardecer.

Así nos sentamos siempre, mi sombra y yo.

A veces me da rabia la posición perfecta de las nubes, sobre todo cuando estoy sola en la casa y no puedo avisar a nadie para que venga a disfrutarlas conmigo.

Me da tambien rabia cuando camino por la calle, veo un cielo bonito y nadie se para a mirarlo. Por eso suelo hacerle una foto que nunca hace justicia, y me la llevo en el bolsillo, como testigo silente de lo que se me ha puesto frente a los ojos.

Últimamente me encuentro a mí misma riéndo entre dientes frente a la posibilidad de que alguien se entere de por donde van mis derroteros. Alguien que me mire, me ponga la mano en el hombro y diga «Pobrecita mía, tan desperdiciada»

De toda la promoción de mentes pensantes, entre las que yo de vez en cuando (pero sólo en clases de literatura) podía decir algo coherente. Y ahora he perdido los papeles de la poesía soñando con volverme más rica.

Pobre de mí, qué será de mis manos nacidas para escribir con tiza en encerado lo que cada noche debería repasar en mis apuntes.

Pobre de mí, que seguramente acabaré con las manos llenas de barro, aceite, barniz y jabón de lavar, con las venas resaltadas y arrugas prematuras. Y pensar que esta chiquilla podría haber estudiado, podría haber sido egoista, podría haber sido jaleada e infeliz…

Por eso igual me he ido a otro país. Para leer mis libros por la noche cuando no me ve casi nadie, para jugar a ser la ignorante, la echada a perder delante de los ojos de la gente, y que no sea raro en este fin del mundo. En este fin del mundo en el que yo puedo ser lo que quiera: lectora, ama de casa, compañera, agricultora, deportista, escritora, vendedora, experta en teclear en el ordenador.

En este fin del mundo donde mis prioridades han cambiado tanto y siguen cambiando. Donde no me importa haber crecido, vivir en el pasado.

Donde no me comparo, y los ecos de familiares y amigos, las posibles teorías con las que yo podría ser juzgada, son humo que se disuelve con el viento de mi terraza.

Me acabo de quedar sin trabajo

y estoy de vacaciones.

Considero el día que te quedas sin trabajo no aquel en el que echas la persiana por última vez, más bien ese en el que te dan el dinero, lo comido por lo servido, te desean suerte, las santas pascuas y adios.
Ese momento en el que el “aqui hemos sido todos amigos” se rompe, porque la negociación entre las dos partes ha llegado a su pico máximo, uno trabaja demasiado por poco, los otros ese poco no lo tienen para dártelo. Entras en la tienda aún colocando el escaparate mentalmente y sales de manera anónima. El señor que te cruzas un segundo más tarde no lo sabe, pero te acabas de quedar sin trabajo.

Te acabas de quedar sin trabajo, y más que estos nubarrones sobre tu cabeza te sientes más ligera que la tramontana. Te acabas de quitar la baldosa que te mantenía quieta de manera obligada en un sitio durante ocho horas de un día que no vuelve y los grilletes a los tobillos que arrastras pesados cuando no te encuentras bien e igualmente tienes que dar el pego y buena cara ante el cliente.
Si mi padre lee esto me mata, en el mundo no hay nada peor que quedarse sin trabajo.

El trabajo, como todo bajo la crisis, se reduce.
Y tu eres la seleccionada e invitada a quedarte en casa, con tu poca experiencia bajo el brazo, pero sin esa cara de pasmarote.
Desde luego no me siento desafortunada por no tener trabajo. Por no tener ese, uno de los millones trabajos de mierda, una de las muchas veces que he tragado meses de crisis por pasar por el aro. Algunos trabajos tienen un precio más alto que tu sueldo.

Con mi dinero en el bolsillo, me creo un plan de vida frugal y ahorro absoluto para que nunca se acaben los papeles que nos tienen sentados en la silla, produciendo produciendo produciendo.
Y me recuerdo mi plan del 2017 o de aquí en adelante para no volverme a ver sentada en ella con agarrada con las cuerdas que estaban deteriorando el 90 % restante de mi vida.
Porque creo que el trabajo, como todo, no es una cuestión de qué haces, si no más bien durante cuánto tiempo lo haces, en qué horas, y sobretodo, si el resultado es equilibrado al valor que das a tu tiempo.

Si pienso que un día que se va no vuelve, mi tiempo es oro y nadie podría ni siquiera pensar en darme una cifra para pagarlo. 20 euros para mí antes no eran na de na, ahora son 4 horas muertas de frío en mi último trabajo de mierda. En 4 horas tengo tantas cosas que hacer con mi vida que prefiero no comprarme ese jersey en h&m por 19,99.

¿Entiendes por donde van los tiros?
Por ahi van los tiros. Por el callarse toda esta reflexión y poner en marcha la maquinaria que llevo horas horas de trabajo mal pagado dando vueltas en el taburete. Por empezar a hacer algo destrangis, por lo bajinis, para que la vida real, moderna, tal y como la conocemos hoy y “como debe ser” no se dé cuenta. Para potenciar una economía tan sumergida que empieza y acaba en mis manos. Y para que el tiempo tenga el valor infinito y cueste el dinero que yo quiera no gastarme. ¿Estaré delirando?

Por ahi van los tiros mientras me zumban los oidos en cada comida con los suegros y cada llamada telefonica. Cada vez que me encuentre con conocidos y me pregunten qué es lo que estoy haciendo con mi vida y quiera responder “con mi vida muchas cosas, pero no me pagan por ello” y tenga que decir que “aún no trabajo”. Cada vez que una de aquellas personas me siga proponiendo otro trabajo de mierda “para mantenerme ocupada” como si la pobre Irene se pasara las mañanitas mano sobre mano a esperar que llegara su maridito del trabajo, como si tuviera la cabeza vacía y no llena de la vida que quiero.

Esta es la vida que yo quiero, aquí me ha conducido y aquí me quedo. Construyo mi casa entre palmeras y potajes, constituyendo la virtud de hacer con mi tiempo lo que me da la santa y real gana. Porque para mantenerme ocupada tengo un millón de pruebas que voy a hacer en estos días de agradecimiento. En estos días en los que me siento de vacaciones y en verdad es la vida, que me ha regalado las horas de cada dia para vivirlas.

Creo que de momento tengo el mejor sueldo del mundo. O al menos yo así lo entiendo.

 

Esta es la primera entrada de mis reflexiones del 2017, que entrarán todas en un cajoncito que llamaré 365 días de agradecimiento. El 2016 fue el año de la decisión consciente, la elección más grande y difícil que hice en mi vida y que merece la pena cada segundo de la misma.  Ahora la consciencia de los días la quiero vivir tambien con agradecimiento, para ser capaz de ver que todo lo que necesitamos ya está aquí porque estamos vivos.

Grinta

Grinta
Paciencia, entrada larguísima (desahogo).

¿qué es lo que vais a querer saber?

Introducción

Vais a buscar una historia henchida, llena de aventuras, interesante, con sus peripecias y sus cambios de ritmo. Vais a buscar una historia en la que, por ejemplo, el héroe recorra todo el mundo y se lo lleve a sus espaldas y entonces descubra quién es. En la que la heroína sufra todo tipo de conflictos y siempre salga victoriosa (al final, solo al final) con la cabeza alta y llena de rasguños estéticamente bellos pero que escuecen mucho debajo de la ducha.

Vais a buscar una persona «vivida» que os cuente su historia. Que se haya inventado su manera de vivir sin trabajar (bueno, eso podría ser, pero aún estoy lejos de conseguirlo) y sus días sean grandes agujeros de ocio, imágenes de frutas tropicales con las que daros envidia «morning/ evening routine» y que os preguntéis ¿y esta gente no tiene obligaciones?

Ni lo uno ni lo otro se esposa bien con la realidad. Por eso igual nos gustan las historias inverosímiles que os alejen de lo que toca antes o después a todos. Encontrarse en un punto en el que os gustan muchas cosas y os faltan otras. Y seguramente nadie te enseñará lo que les falta, sería demasiado peligroso hasta para ellos mismos decirlo en voz alta.Tambien sería beneficioso para todos, no por una curiosidad de señora de pueblo agradecida por las desgracias ajenas sino por meternos todos en el mismo nivel, con la misma balanza que éxitos y fracasos, haber y deber.

Os voy a contar la historia de la grinta, ponedlo en la balanza en ambos puntos, en el haber, porque la tengo, y en el deber, porque hacen que la pierda.

Nudo: (en el pecho)

A veces tengo la sensación de que he aparcado mis posaderas porque encontré mi zona de confort. Mis seis de la mañana, mi bici y mi frutero, que me lleva la verdura a casa, mis horas muertas de trabajo, mi vuelta a casa, la peli, mi manta, mi casa del fin del mundo, la montaña. Pero lo cierto es que cuando me estoy acomodando siempre llega ese fatidico momento en el que la cago profundamente y me pongo delante de los demás como alguien joven, inexperto, sin idea de lo que está haciendo, y que no merece la atención de su interlocutor.

En serio, un par de veces al mes salgo de esa zona de confort para volver a sentir las voces de mi cabeza» Lo tienes todo para que no te hagamos ni caso». Porque eres extranjera, porque no tienes la residencia, porque no tienes un contrato, porque no tienes experiencia, tienes juventud así que te faltan años, porque no sabes hacer esto, asi que debes ser idiota de remate. No llamaría mi zona de confort muchas veces una ciudad donde mi hoja de presentación es esta, donde S. me sigue convenciendo de que si no conoces a nadie nadie te va a escuchar, donde la meritocracia no cuenta una mierda, y la experiencia que pides sólo se te concede si ya la has tenido o si llevas los ultimos 30 años lamiendo culos. Y yo no llego aun a la treintena.

Esta es la historia cíclica que vamos a oir aquí, como un disco rallado. Aquí, en el culo del mundo, y en todas las ciudades a las que me podría mudar para no ser «nadie». Ni siquiera en Charrajevo lo podría ser, porque no me dediqué la carrera a coleccionar amigos profesores influentes universitarios como las cartas de una baraja de naipes. Así nadie te va a escuchar nunca, me dice S. Así nadie encontrarás trabajo, siendo tan antisocial, me dice la zorra de la escuela de idiomas que se negó a implantar el español en su academia. Tienes que tener la capacidad de hablar, de conocer gente interesantes que te pueda dar una mano, lo que quiere decir «vete a lamer un par de culos, después de 20 años quizás empiecen a escucharte» (pero sólo porque tendrás 44, y eso ya da otro estatus diferente).

S. me dice que para conseguir lo que yo quiero necesito grinta. Lo que en español viene a ser algo como determinación, audacia. En verdad lo que quiere decir S. es que ante todo hay que tener cojones.

Pero la energía, la grinta, no es ilimitada, o al menos, se debe retroalimentar, para que las ganas, la fuerza y la motivación no se desvanezcan cuando te dan con la puerta en las narices «continuas a no ser nadie en esta ciudad, aunque conozcas al frutero, a todos los del supermercado, y al de la libreria». La grinta es me tiro al monte, me recojo y acepto otra «derrota» más, y no os doy un segundo más de mi tiempo para que me pongáis la cara de poker mientras me véis venir, y os forméis la imagen de mí que será inamovible diga lo que diga después.

La grinta la tengo, S., tú lo sabes y a nadie le cabe duda. Pero tambien soy orgullosa. Me fatiga perderla cada vez que me levanto con toda la fuerza y me digo «hoy me paseo las escuelas, las oficinas públicas, el papeleo» y vuelvo a casa arrastrándome sin ganas de hacer nada más en lo que queda del día porque me han chupado toda la energía y la esperanza de que sea posible salirse de un sistema bien cerrado cuya apertura no interesa a ninguno. Siempre que vuelvo así a casa pienso que es la última vez que me hago vapulear como una marioneta hasta que alguien con competencia me añade que no está interesado en nombre de una gran institución. Pienso que es la última vez y luego tengo la vocecilla de S. diciendo que «hace falta grinta» como si no hubiera sido suficiente dejarse tomar el pelo una vez más y a mis padres explicando que la vida es así y nunca hay que dejar de intentarlo. Pero si nunca hay que dejar de intentar algo, y ese algo es darse de cabezazos contra una pared de hormigón, ¿no será más importante cambiar de estrategia antes de aparecer con la frente raspada y un chichón más grande que toda tu grinta junta? 

Lo importante es ponerse en modo ahorro, no desperdiciar más las energías intentando convencer a quién no te conoce, ni quiere experimentar dandote una oportunidad. Siempre vuelvo a mi casa con la misma cancioncilla libertaria en mi cabeza: «Me voy a crear mi caverna, aunque no sea nadie, aunque nadie me conozca, y voy a hacer mis cositas, aunque no sea nadie, aunque nadie me conozca, y voy a compartir lo que pueda, aunque no sea nadie, aunque nadie me conozca, y puede que poco a poco alguien quiera algo de esto, aunque no sea nadie, aunque nadie me conozca, un proceso que tendrá inicio y fin en mi misma, aunque no sea nadie, aunque nadie me conozca, y tengo presente siempre la mente en el proceso, aunque no sea nadie, aunque nadie me conozca, el resultado contará bastante poco, aunque no sea nadie, aunque nadie me conozca, porque solo le daré cuentas a la menda lerenda, porque no soy nadie, porque nadie me conoce, y tendré toda la grinta necesaria para retroalimentarme.»

Desenlace

Si vinisteís para escuchar una historia rematada, completa y arquitectada para daros las respuestas a las preguntas que tambien vosotros os hacéis, desde luego era mejor un libro de autoayuda. El desenlace me lo estoy exprimiendo cada día que pasa entre el cabezazo de hormigón y el «lo voy a volver a intentar» (otro chichón). Es culpa de mi educación, de mi yo interno, que tiene tanta grinta que me obliga a seguir intentandolo.

Afortunadamente, en la balanza, del haber y deber, tengo una cosa que me falta, el pasar por el aro. Y soy más egoista de lo que pensaba (me paso semanas sin llamar a nadie porque estoy ocupada en vivir mi vida y sólo pienso en mis visicitudes). Así que es imposible que yo entre en ese círculo, porque me falta grinta para soportarlo.

El desenlace es que, cada vez que me doy un nuevo cabezazo, hay otro chichón más grande, que está creciendo. El hacer las cosas de otra manera. El típico «en periódos de crisis es cuando comienzan las nuevas ideas». Igual hay que crear algo como una planta, envez de intentar encontrar trabajo en un vivero.

Yo tengo grinta suficiente para poner las semillas. De eso sí que estoy segura.

 

 

 

Jugar

Feliz Noviembre.

En la vida, ante todo, no hay que perder la capacidad de jugar. No veo la hora de que llegue enero y tener la disponibilidad para jugar todo el día (de nuevo, nunca pensé que diría esto). Porque cuando tienes 18 años no sabes qué juego es el más adapto a ti, y te dedicas a jugar con cosas tan pequeñas y superficiales que luego serán los «mejores»recuerdos de una vida de tropezarse y darse de tumbos contra las paredes porque quieres estar con todos menos contigo misma ( o igual sois afortunados y no la cagáis tanto como yo lo hice por entonces).

Pero cuando vas creciendo, y te agota el trabajo, te agotan las necesidades, las obligaciones, las cosas que hacer, y se te agota el tiempo (sobretodo cuando se te agota el tiempo) descubres, o más bien, comienzas a poder entrever algunos de tus juegos favoritos. Y no ves la hora de llegar a casa después de hacer todas las cosas que se supone que uno debe hacer en su vida para jugar a esos nuevos juegos que te estas inventando. Que los románticos llaman sueños, los prácticos proyectos, los ambiciosos objetivos y los totalitarios vida. A mí me gusta llamarlo juego, porque creo que lo fundamental es la sensación de placidez y diversión que se encuentra cuando lo haces, y la sensación de que el tiempo vuela (porque lo hemos pasado bien).

Así que, en este orden de cosas, en el que vamos conformando nuestro batiburrillo, me doy cuenta de que cuanto más reflexiono y perfilo algunos de los trazos que me gustaría añadir a mi jornada, más tranquila me siento, y menos me preocupa el qué pasará, la forma con la que ganaré dinero, la forma en la que biengastaré las ocho horas de vida diaria que ahora paso en un negocio esperando que venga un cliente a dirigirme la palabra. Y la tragedia será ninguneada, y tan distante de mi posición de hace un año, que no veré el momento de que todo eso se acabe para 1) convertirme en la mujer espacial y que toda la rareza que me caracterizaba y que me hacía sentir tan extraña respecto a los propósitos de vida y carrera de la gente desaparezca con la tranquilidad mental que está llegando y 2)no parar de jugar en todo el día.

 

 

 

Los días de la semana

Los días de la semana

Odio la diferencia entre el domingo y el lunes. La odio tanto que el domingo por la tarde me angustio ante la perspectiva del lunes y las horas que voy a pasar corriendo y haciendo cosas que tengoquehacer porque lotengoquehacer. Esto me da bastante malestar (y en qué pensar). No querría que fuera así. No quiero que el domingo sea el día espectacular de la semana y entre semana encuentre momentos espectaculares mientras me dedico a hacer cosas. Sé que quiero una utopía pero estoy intentando llevar mi vida hacia ese domingo que dure toda la semana.

Hace unos meses no habría dicho esto ni de coña.

Hace unos meses me encantaba la posibilidad de estar ocupada, tener tantas cosas que hacer, tantos planes y proyectos. Ahora la acumulación de cosas me da un dolor de cabeza que ya me ha dejado K.O. un lunes a las 16:17 de la tarde. Y es que creo que el problema es que estoy confundiendo conceptos.

Yo no soy una persona calma, serena,que hace pocas cosas y con mucha pachorra. Yo nací con un petardo en el culo, y el correr de aquí para allá, enlazando unas acciones con otras y momentos con planes me parecía lo mejor y lo más acorde con mi forma de ver el mundo: «aprovechaba los días». Sin embargo, después del verano odioso, estresante, que he tenido, en el que he visto mis horas de tiempo libre o de vida reducidísimas, he reflexionado mucho sobre la disposición de nuestro tiempo, y de cómo el mero hecho de tenerlo reducido a la minima expresión produce unos colapsos mentales que repercuten a nivel psicológico, emocional, y físico. No quiero que sea así el resto de mi vida.

Aunque ahora la cantidad de trabajo se ha reducido tremendamente, cuando algunos días hay un par de cosas extra que se deben inserir a la jornada, siento que me sale humo por las orejas, y el pensar «y que me de tiempo a esto» o mientras hago una cosa pensar a la sucesiva, me produce un agotamiento mental y un malestar físico que hace que últimamente esté sintiendo como una vocecita de alarma.

Por eso creo que la confusión de conceptos es ésta: ser dinámico no es estar ocupado. Ser activo no es lo mismo que estar estresado. Y sobretodo, lo que en el mundo de hoy en día se considera super cool que es tener la agenda llena de cosas que hacer es en verdad una pesadilla que te consume para hacer cosas y más cosas en lugar de vivir.

El domingo, mi día libre del trabajo, es el día más feliz del mundo. No tengo obligaciones, horarios, quehaceres, y tengo horas, luz, sol, y una pareja para disfrutar de una jornada en la que no tengo ni idea de qué sucederá. La incertidumbre en esos días es algo fascinante.

Aspiro a crearme una vida en la que todos los días sean domingo.

Ya estoy oyendo la voz de mi madre que me dice «Si todos los días son así, acabarás aburriendote y dejará de ser el día especial porque todos los días serán iguales». Respecto a lo primero, mi cabeza es un hervidero de ideas, de cosas que aprender, reflexiones que convertir en proyectos y tiempo que llenar de vida. Respecto a lo segundo, creo que el verdadero desafío de la vida consiste en hacer de cada día un día especial. Y a la gente no le gusta tener que enfrentarse con el amigo tiempo, con el hecho de que la felicidad se la deba construir uno, porque es más fácil y preferible decir «he tenido un mal día por todos estos factores externos» o «no he tenido un minuto de tiempo, por todas las cosas que tenía que hacer». Todas las cosas que tenía que hacer en vez de vivir.

Y con esto no quiero decir que me quiera dedicar a que alguien me mantenga mientras tengo las vacaciones eternas. Porque mientras viva bajo un techo alguien tendrá que llevar las cosas básicas que suceden cuando construyes un hogar, hacer de ama de casa en palabras pobre, y eso ya debería de ser un trabajo. Pero además, porque deseo trabajar, realizarme en la medida de lo posible y crearme yo misma ese trabajo. Un trabajo que, en contraposición a la situación actual, no me haga pensar que es lunes, con el ansia, la soledad, y el dolor de cabeza que a veces experimento. Más bien un trabajo que sea parte de mi cerebro, parte de mi corazón y que lo motive y lo bombee con mis ganas. Mi trabajo será la cabra y la encina, sea lo que sea eso (lo estamos descubriendo) y será parte de mi vida, y una parte que me gustará igual que todas las otras.

Aquí podría empezar a hablar de la situación laboral de este siglo, de los nuevos modelos de autonomía económica. Pero ahora mismo tengo un dolor de cabezorro que sólo me hace reflexionar sobre el lunes que no quiero que se repita cíclicamente en mi vida.